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Subi-baja escritural.

En el tiempo en que la letra se torna palabra, las vocales esquivan los trazos del puntiagudo lápiz que intenta aceleradamente detallar las ideas del hombre acorralado en las redes de la metáfora.

En el momento en que se interrogan las preguntas por sí solas, las dudas son viseccionadas dentro del marco de una cotidianidad abrumadora. El cuentista, el poeta y el novelista transfiguran el punto apropiado para permitir florecer las sonrisas alargadas de enunciados esbeltos con tinta de energía liberada.

La condena del artista es no ser consecuente con su vocación de escudriñar y crear su visión, su obra afiliada a los ángulos y efectos del rechazo ante la estructura depositada por la imaginación. La espiritualidad encolarizada por la filosofía a tragos de cerveza y vino, bebida y sorbos inquilinos en el mundo. Acrobacias, masoquismo y riesgos en el verso.

El intento de reflexionar ante la presencia del dilema: ¿vivir? o ¿morir?…

Lunático servilismo por las leyes del lenguaje. Panacea ferviente en la dilatación de letras divulgadas en el charco-rectángulo de una hoja. El cubo en tercera dimensión amamanta:

Mundo parábola, mundo excéntrico, mundo estático, mundo al reverso, mundo exorbitante, mundo paranóico, mundo adiestrado, mundo travesura, mundo venerado, mundo despoblado, mundo condimentado, mundo quisquilloso, mundo mamado, mundo misericordioso, mundo hipotecado, mundo tramposo, mundo patraña, mundo bizarro, mundo condenado, mundo horizontal, mundo torcido, mundo boleado, mundo censurable.

Teatro fenómenico, la pluralidad de imágenes, retratos, símbolos y estéticas que suelen anteponerse a la disyuntiva del ir y venir hacia el trazo del olvido, cual mismo es el viacrucis en el creador, el padecer sufrimiento ante las ideas marchitas que nunca volveran a ver la luz de ser moldeadas, ante la posibilidad de nunca más respirar el oxígeno de la vida. Cual mismo sufrimiento padece el padre por su hijo desaparecido, tal mismo es para el artista de la palabra, el no contar con la posibilidad una vez más el halagar si quiera la sombra de las palabras, de las ideas.

La metafísica como la ley suprema de la objetividad y subjetividead afines en acuerdo con la labor centrada en el numen. Los pensamientos a final de conclusiones son objeto para mostrar una estructura sistemática, metódica y fríamente calculada. En cambio, la voz del artista, el autómata por excelencia es el fuego que enciende la llamarada inagotable de hermetismo impenetrable. La cordura volcada en la falta de ella, los delirios, desvaríos y divagaciones en la orilla de la observancia del más allá donde ningún otro individuo se atreve si quiera a meditarlo.

El artista de la palabra, el visionario que siembra a través de sus frases es un hombre-lobo que se convierte prácticamente en un neurótico concretizado a perseguir y pescar signos, verbos, predicados, sujetos, pronombres, adjetivos calificativos y adverbios para establecer la calidad descriptiva en las limitaciones de los enunciados.

¿Qué es lo que determina la finura de lo bello?

¿Qué es lo que antecede el sentido de la estética?

El infinito capturado por líneas, los cuestionamientos, las dudas engalanadas con el éxtasis de la creación per sí.

Pícaros inmortales sean los escritores.

Eternos seductores que se atreven a jugar con las hemorragias de lo incalculable, sean por siempre soñadores.

Sean por siempre inocentes.

Por siempre deslumbrados por lo que les rodea.

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