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¿Oyes ladrar a los humanos?

¿No oyes ladrar a los perros?, pregunta un personaje de Juan Rulfo a su hijo que carga sobre la espalda. El bulto que va sobre él no responde, sin embargo su peso demuestra que sigue vivo. Me gusta pensar que esa escena señala el inicio de un cambio en nuestra forma de interactuar con los demás, ya que en los últimos años me he dado cuenta que las personas cada vez escuchan menos.

No me refiero a la pérdida de la audición, sino a la capacidad de interactuar con las personas a través del diálogo oral. No hemos dejado de hablar, claro está, sería imposible, pero poco a poco conversamos sin escuchar, hablamos a través de monólogos o discursos individuales que nada aportan al intercambio de impresiones.

En esta época de incertidumbre, de pleno desconocimiento de nuestro futuro, sin opciones visibles a corto y largo plazo, las personas hablan con una seguridad incuestionable. Poco a poco van desapareciendo los debates o mesas de discusión entre los amigos. Ya todo es relativo, la verdad se encuentra en todas partes y en ningún lado a la vez.

Este fenómeno lo he vivido en mi familia, con los amigos e incluso con mis alumnos en plena clase. Apenas termino de explicarles un tema, me preguntan sobre lo explicado o entre los mismos compañeros repiten los cuestionamientos. También me ha pasado cuando estoy con algunos escritores, donde al final no se le podría llamar conversación lo que tuvimos sino exposición de soliloquios.

Escuchar es indispensable para el escritor, ya que el lenguaje es la materia con la que trabaja. El escritor no puede obviar o dar por hecho las opiniones de los demás, sino escucharlas, conocerlas, tratarlas de entender para poder explicarlas en lo que escribe; ni se diga la importancia de escuchar para reflejar en los textos la manera de hablar de los personajes.

Desarrollar la capacidad de escuchar trae consigo la reflexión personal y el diálogo con los otros. El diálogo es indispensable para conocernos, ya sea conversando con personas reales o como lo hacía Borges, con la propia literatura a través de autores clásicos. Si leer es una forma de escuchar, escuchar es una forma de leernos.

El personaje de Rulfo conversa con su hijo a lo largo del cuento y nunca se cansa de preguntarle si escucha ladrar a los perros para saber si van llegando a su destino. Él piensa que está conversando, pero solo está hablando, soltando palabras sin percatarse de la parquedad de su acompañante. Él es el sordo. Al final se da cuenta de todo pero ya es tarde para hacer algo. Las palabras del padre resuenan en todo el cuento, así como resuenan en esta generación una gran cantidad de monólogos impávidos.

 

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