Performance mexicalense
¿Recuerdas lo que sucedió esa noche? Me refiero al fin de semana en que no repasaste de cabo a rabo la vida nocturna de Mexicali. Sólo saliste con motivo de tu actuación en la galería de la ciudad. Eso fue todo. Después de concluir tu participación en “Registros glocales de Jodorowsky”, regresaste a casa. Depositaste tu vestuario –70% de tu acto– en la cajuela de algún desconocido, quien no desaprovecharía la oportunidad de comunicarse contigo para devolvértelo. Según tú, todos estamos contentos con tu obra, a pesar de que el desmontaje discursivo que realizas nos incomode tanto. La creación artística es agotadora, por ello, esa noche no te importó el mundo. En la madrugada, el genio de tu soledad te masturbaría.
Ni siquiera averiguaste la dirección del after party. Fumaste un mentolado y te embolsaste un par de cervezas importadas de algún lado, probablemente del coche donde aventaste tu disfraz. Minutos antes del show, te empinaste dos copas de vino blanco del ambigú. Estabas tan embriagado por el bálsamo de tu proceso creativo que apenas reconociste los rostros de amigos y compañeros de la Academia de Bellas y Bonitas Artes, cuando caminaste entre el público. Tras concluir tu performance, no te despediste de la gente de tu colectivo, a pesar de la calidad de las drogas que compartieron contigo, escondidos en el baño de la galería. Ellos ya conocen lo “mamón” que eres en tu pose de artista.
Por primera vez en mucho tiempo llegaste temprano a casa. Tomaste un taxi, durante el trayecto evadiste todas las preguntas que te hizo el chofer. “¿Y usted en qué trabaja, joven?”, te dio flojera explicarle tu posición de becario del sistema estatal artístico. Sin hacer ruido entraste a tu habitación. Te sentaste en la cama húmeda, tan desatendida por tus amantes. Creo que hasta lloraste un rato. En efecto: en casa no había cocaína para ti. Pudiste robar alguna píldora psiquiátrica de las recetas de tu madre, pero siempre no lo hiciste. Papá y mamá dormían tranquilos y despreocupados, sus ocho horas completas. Sabes bien que tus progenitores son clase media venida a menos, pero a ti te gusta impresionar con tu falso abolengo. Tampoco tus hermanos quisieron despertarse para preguntarte cómo te fue. A nadie le importaron los detalles de tu actuación. Ya les llegarán noticias por Internet. Sabes bien que a tu familia de ingenieros no es precisamente tu orientación sexual lo que les avergüenza.
Hasta el mediodía saliste de tu cuarto. De la costumbre sabatina de desayunar birria estilo Jalisco, ni un taquito quedó para ti. Entonces, antes de que comenzaran tus berrinches, tu padre previno la situación y evitó tus gritos y lloriqueos dándote dinero. Luego de veintinueve años, algo debió conocer de ti el señor aquel. Por ello, te prestó el carro y te dio dinero suficiente para comprar media orden de birria. Como siempre sobró algo para tus dos litros de refresco. Una vez en el carro, encendiste la radio. Primero, verificaste que nadie hablara de ti en la estación cultural y después pasaste a las “canciones de rock alternativo”. Ya era tarde. Ese día entendiste bien que tu fama como artista de performance no llegaría tan lejos. Jamás te reconocerían en las calles. Ningún paparazzi te va a perseguir. Los arbustos serían tu escondite… sólo para ser sodomizado.
Antes de salir, medio te arreglaste. Ibas personificando a todo un macho: gorra de beisbol y camiseta blanca. Las gafas oscuras aseguraban tu personalidad. Caíste en tu propia trampa: volviste a llorar. Como a muchos, la fachada masculina ocultó bien tus ojos enrojecidos. De regreso a casa, encontraste a uno de los críticos que detractan tu obra. El pobre idiota, uno de esos insensibles a tu exhibicionismo fotográfico, andaba en bicicleta. Tal y como haces con la teoría y el estudio sistemático del sistema estético hegeliano, mejor lo ignoraste. Al cabo era uno de esos resentidos incapaces de comprender que sólo porque tú te reúnes con gente bonita, –incluso, la retratas– ya mereces todas las becas artísticas, distinciones y estímulos para la creación artística.
Desde entonces, un fantasma te persigue. Y es tu deseo de pertenecer a la burguesía. Piensas que únicamente el artista adscrito a una clase social alta puede crear belleza. Sabes bien que debiste entrar más seguido a tu clase de la Escuela de Frankfurt. A pesar de que eres bilingüe, y no cualquier prieto que migró a Baja California habla inglés, no eres lo suficiente esbelto para encajar en el jet set del arte contemporáneo. Por eso tus planes de mudarte a una ciudad con mayor apertura al arte, piensas tú, siempre se han frustrado. Viajas a menudo a Monterrey y Guadalajara. El Distrito Federal es el falo que aún no has succionado. Te hiciste amigo de regios y tapatíos a través de Internet. Funcionó bien tu plan de ligue: hablar de cine francés y ropa vintage. Incluso, fornicaste con un chavito tapatío. Muchas lágrimas te costó reconocer que la sociedad regiomontana no era tan abierta.
Sabes bien que en Mexicali la crítica de arte y el periodismo cultural son inexistentes. Tú y tus compañeros poco ayudan resolviendo este problema. Al contrario, para ustedes es mejor que no exista un medio de comunicación que cuestione el financiamiento que recibe tu colectivo. De existir un sector más amplio de la sociedad que opine sobre tus estupideces, desparecerían al instante las becas estatales que ponen droga en tu nariz y raras veces la pintura en el pincel. Todavía me sorprende tu actitud. Ante cualquier comentario que disienta un poco del sentido y discurso de tus obras, de inmediato recurres al amparo complaciente de tus profesores de la Academia de Bellas y Bonitas Artes. La fórmula de tu relativo éxito radica en cierta fascinación por el histrionismo decadente de estrellas televisivas. Convencido de este glamur anticuado, generalizas tus apreciaciones estéticas a la población analfabeta que desconoce todo sobre arte. Dices que leíste toda su obra, pero estoy seguro que ni leíste la biografía de Salvador Novo en Wikipedia.
La tarde del sábado revisaste tu correo electrónico en numerosas ocasiones. Te zampaste media docena de panecillos y varias tazas de café. El tedio resulta tan agónico para ti, y más con tus problemas de ansiedad. Incluso, desconociendo el significado de la expresión, concluiste que sufrías un “suicidio social”. Durante el transcurso de la tarde, revisaste incontables veces los perfiles de las redes virtuales a las que perteneces. No diste con nada. Escasas señales de vida. La gente comentaba fotos pero no eran las tuyas. Conversaban en foros pero no acerca de tu obra. Por un momento, deseaste dispararte en la cabeza. Emitir un potente sonido, estridente. Una bala definitiva. Entonces, tomaste tu cámara fotográfica e hiciste otro de tus famosos autorretratos. En la foto apareciste triste, con la cabeza recargada en las almohadas sobre las que eyaculó tu mecenas.
I
Ese viernes hubo pocas opciones para divertirse en la ciudad. Cosa típica en una ciudad cuya oferta cultural fomenta otra clase de esparcimiento, por ejemplo la ignorancia y el alcoholismo. En la capital de Baja California, la libre empresa goza de mayor prestigio que la cultura. En un viejo edificio del centro histórico, los longevos cronistas discutieron quién fue la primera persona en pedorrearse en Mexicali. En una de las principales avenidas, la diversidad de bares y cantinas se mostró excitante y luminosa. En aquellos antros, los universitarios despilfarraron el dinero que sus padres invirtieron en su educación. El comercio sexual y el culto a la personalidad ofrecieron un sentido a la vida de los parroquianos. Su pequeñas y miserables vida eran colmadas por un orgasmo. Para los amantes de la velocidad y los motores de combustión interna, la plaza de toros abrió sus puertas a un espectáculo automotriz. Dentro de una casa abandonada en las afueras de la ciudad, se presentó un grupo anarquista de música punk: Nafta Kills. En la clandestinidad propia del evento, los jóvenes libertarios gritaron arengas anticapitalistas. De no ser por las botellas de cerveza que se reventaron, no hubiera pasado a mayores. Lejos de ahí, 47 conductores ebrios fueron detenidos por el cuerpo policiaco, en diferentes puntos de la capital. 23 cadáveres fueron encontrados en lotes baldíos. Dadas estas condiciones, resultó obvio que esa noche las clases medias tuvieran por destino único la galería municipal.
La concurrencia disfrutó de una amplia selección de canapés gratuitos y bebidas embriagantes de dudosa calidad. También hubo refrescos. En las paredes, un artista local que sólo conoció la Ciudad de México en una peregrinación guadalupana colgó una improvisada serie de gráfica y collage con motivos del narcotráfico. Alrededor de las 9.30 y 10 de la noche, irrumpió en la sala principal una de las nuevas promesas del arte contemporáneo. Música electro-pop se apoderó de las bocinas ambientales. Sin más preámbulos, el joven creador vociferó a las parejas heterosexuales osados llamamientos en pro de la cópula anal sin protección. Su rostro, totalmente cubierto por un antifaz atigrado, maquillaje en exceso y brillantina color púrpura, gesticuló caras de placer y lujuria. Detrás del artista entró una escolta de diletantes cargando el emblema de un enorme falo tornasolado. Para este momento, todos los presentes quedaron aglutinados alrededor de aquella acción significativa. Luego, el vocerío del artista cambió de humor y denunció las políticas homofóbicas emprendidas por el Estado mexicano. La escolta multicolor repartió volantes con la imagen de dos varones fornicando. Justo en el momento en que se escuchó otro éxito de la movida madrileña, quien escribe estas líneas decidió retirarse del lugar. No fue necesario llamar a la policía. Las enfermedades venéreas matarían a todo el mundo.
El círculo de aficionados que rodea al colectivo Asociación de Arte Lúdico de Mexicali y alrededores, tiene una actitud deleznable. Los colaboradores de esta “asociación”, son de esa clase de personas que eluden lecturas y argumentos debido a que desaprueban a la persona que los escribe. “En mis ensayos no citó a Gabriel Trujillo porque me cae gordo”, y cosas por el estilo. Vaya que se empeñaron en enfatizar que ellos sí son artistas, aunque prefieran mezclar audio e imagen en instalaciones antes que leer revistas de teoría crítica y arte contemporáneo. Adquieren premios o posgrados que son pregonados a los cuatro vientos. De ningún modo ellos son el problema. A fin de cuentas, tienen la culpa los académicos que escriben los manifiestos que los artistas son incapaces de escribir.
II
La noche del viernes un joven de 29 años irrumpió en una galería de Mexicali. Iba caracterizado con la indumentaria de un carnaval gay. “Hagamos de esta noche un viaje a San Francisco”, les dijo en los vestidores. La mayoría de miembros del colectivo artístico que lo acompañaron no eran homosexuales, al menos hasta esa noche, pero abanderaron la causa gay. En el terreno de la contracultura, a veces uno tiene que ser irónico con las propias convicciones. La institución que financió la obra tiene fama de tráfico de influencias. En Mexicali, un solo colectivo artístico recibe becas y distinciones, los otros están, como se dice, en la congeladora. La razón: el director general de extensión de la cultura mantiene relaciones sexuales con algunos de estos artistas.
Divulgar los actos de corrupción y explicarlos en función del intercambio de fluidos genitales es la típica mentalidad de una burócrata cuarentona. En realidad, el mundo de la cultura en Mexicali se mueve gracias al culto a la personalidad autoritaria. Los favores sexuales y el desvío de recursos públicos tan sólo son el escaparate de un sistema de creencias esotérico. Los artistas mexicalenses en realidad rinden culto a dioses posmodernos. La noche de ese viernes, los artistas discutieron los pormenores del performance mientras consumían varias dosis de cocaína, antes de la presentación. Los últimos retoques de maquillaje, los últimos ajustes al traje de spandex y listo. En el estacionamiento de la galería, los seguidores del arte contemporáneo bebían cerveza a la espera del performance.
La presentación consistió en varias fases. La primera fue escoltar al artista, portando una ridícula bandera. En esta parte, los artistas quisieron burlarse del nacionalismo reproduciendo una ceremonia cívica escolar. Las regresiones adolescentes son características de este colectivo. Música de fondo marcó la rutina artística, no en vano, algunos de los artistas provienen de la disciplina dancística. “El ano es un órgano flexible”, fue la primera frase que se repitió hasta el cansancio. El colectivo introdujo en la concurrencia boquiabierta falos de caramelo. “¿Tú también eres gay?”, se leyó en los volantes que los artistas repartieron entre el público más despierto. El redoble de un tambor indicó justo el momento en que uno de los artistas tendría que ponerse de cuclillas y poner sus manos en el suelo. El silencio y la expectación invadieron la galería. El centro de atención fue un joven artista que se defecó encima. Numerosos aplausos celebraron su trasero embarrado. El peso y temperatura de los excrementos humedecieron la tela elástica del disfraz.
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