“Devoción por la piedra” de Jorge Ortega: devoción por el tiempo
El tiempo contiene innumerables condiciones, dos de ellas lo delatan como exasperante y paradójico. El poeta cede a la tentación de simplificarlo, de enmascararlo, o incluso, de revelar su condición en la experiencia humana; sin embargo, la escritura no es capaz de acoger toda esa experiencia con sólo signos, porque la escritura en sí, depende del tiempo. Para esto, es necesario acudir a la imagen, y es precisamente ésta la que puede vivificar lo que el tiempo ha deteriorado o develar lo que éste nos depara.
En la obra de Jorge Ortega la imagen juega un papel determinante, tiene carácter medular, es el gran truco del cachanilla; lo anterior se ha podido constatar desde Crepitaciones de junio (CETYS, 1992), su ópera prima, hasta Devoción por la piedra (CONECULTA Chiapas, 2011) su nueva entrega. Es por eso que en el corpus poético de Jorge la imagen depende del tiempo, por su versatilidad formal, estética y estilística. Así ha nutrido su imaginario poético, mismo que algunos consideran neobarroco, hermetista y culterano, entre otras denominaciones.
En 2009 le realicé una entrevista a Ortega, en ella él me da su propia concepción del tiempo:
“Para mí el tiempo no representa sino un devenir incesante. Educado en la mentalidad judeocristiana, como buen hombre occidental, me cuesta inhibir el principio de linealidad que rige la idea del tiempo en el orden de la vida práctica. Confío en los anillos del tiempo cíclico, pero diariamente me enfrento a sus paradojas. Creo más bien en una suerte de tiempo doméstico y cronológico que nos sirve para no caer en los abismos de la locura, pero, a la vez, en sentido moral, creo en los vaivenes del tiempo que se encargan de impartir justicia y restituir equilibrios”.
Y así ha sido, Ortega ha sometido al tiempo a diferentes rigores: al doméstico, al cíclico, al histórico, e incluso, al meteorológico, como lo abordó en su poemario Estado del tiempo (HIPERIÓN, 2005), cuya referencia principal es el poema de Lucrecio “De rerum natura”. En Devoción por la piedra esta temática no se hace esperar, y el poeta instala al lector en su máquina del tiempo, lo hace comparecer ante distintas épocas, le advierte que sólo podrá “llevarse una fracción de lo vivido”, le recuerda que “el tiempo nos disminuye en cada ronda”, le dice algo: somos fugaces, y lo que permanece, es nuestra circunstancia, nuestra estela.
Se ha dicho que uno escribe para la posteridad, y Ortega lo sabe; lo transitorio fracasa en su afán por permanecer; sin embargo, deja rastros por doquier, huellas, manchas que por su condición se convierten en un insumo vitalicio: ésta es una de las paradojas del tiempo.
Sabemos de antemano el desenlace:
pintura carcomida por la endemia
del tiempo.
Plastas de bondo.
Manchas.
(Tabla del Románico)
Ortega acude al pasado remoto, retoma al recuerdo para fundirse con ese otro “yo” de su pasado. Recuerda al padre, a los amigos, al amor de su vida, y hasta un jardín. El poeta elije el más largo trayecto y vuelve para transmutar la memoria en un en olvido, en algo fugaz:
La mente abre sus alas al pasado […] La memoria es una fosa común. Ahí van a dar convenios sin efecto, antiguos inquilinos de tu historia, rostros inútiles; centellas que fueron a apagarse en la curva glacial del horizonte, astros efímeros.
(Filmina VII)
Esta actitud lírica reafirma su autoexpresión y dirige su estado de ánimo. Todo es interioridad; pero sería precario afirmar que la intención orteguiana se limita sólo a esa actitud, hay también la desarticulación del presente, el mundo contemplado por el poeta, que se debe a la construcción verbal del poema, en el que está incluida la imagen; el poeta modifica el registro estructural del poema, que va del verso a la prosa, y la experiencia vital aparece fragmentada en la memoria, como diapositivas, imágenes dispersas que conforman, todas ellas, el tejido de la evocación.
Toda herencia es un signo vivo de lo perecedero, toda piedra, de permanencia. En este poemario estos conceptos actúan en función de una épica en suspenso cuya relación con el autor es entrañablemente abierta. Ortega acepta la propuesta como si se tratara de una bitácora de viaje, y con una energía verbal evidentemente nostálgica recoge las piedras que las experiencias vivencial y libresca le han heredado y nos ofrece una exploración del mundo y sus relieves con diversas posibilidades: los poemas, las fotografías, las canciones, las guerras, los caminos, la memoria, el amor, y hasta un jarrón, son los verdaderos materiales resistentes, las verdaderas piedras.
El hombre no es más viejo que la piedra
ni logra
subsistir
a lo que ha amontonado con su pulso.
No dura lo que duran sus creaciones.
(Resistencia de materiales)
Una presencia que Jorge Ortega no ha desechado, a pesar de ser quizás, la más trasnochada en la historia de la lírica universal, es el amor. A lo largo de la obra de Ortega este tema asoma sus instancias (espiritualidad, sensualidad, sentimentalidad, etc) y se ha arraigado hasta Devoción por la piedra. Baste un vistazo a la codificación erótica del verano estudiantil en Crepitaciones de junio, a la serie “Senderos bajo la mano” de Deserción de los hábitos, al apartado “La brújula del deseo” de Cuaderno carmesí en que invoca “El año lírico” de Rubén Darío, a la sección “Cortejo de la musa” y “Geografía del deseo” de Mudar de casa, y al tramo “Paréntesis nupcial” de Baladas para combatir la inanición.
El amor se conforma de tiempo y esto se convierte en una dualidad. Pero el tiempo no tiene el mismo funcionamiento en el hombre y en la mujer. Gastón Bachelard, en su libro La poética de la ensoñación, afirma lo siguiente al hablar de los relojes del ser humano:
“El reloj de las horas masculinas y el reloj de las horas femeninas escapan al reino de las cifras y de las medidas. El reloj de lo femenino anda de continuo, en una duración que transcurre calmamente. El reloj de lo masculino tiene el dinamismo del tirón”.
El tiempo, en la poesía de Ortega ha funcionado como un catalizador para reproducir las emociones amorosas y para afianzar el poder convocante que ejerce la naturaleza sobre nuestros estados de ánimo. En el poema “Guerra florida” se manifiesta esta relación entre tiempo y amor:
Ya se acerca el verano:
te presiento
en la tibieza que insemina el aire
hervido con la pira del deseo
de quien esconde un sol bajo la lengua.
Tu nombre migra y llega a mis oídos
con un rumor de árboles inmensos
movidos por la brisa de la tarde.
Jorge Ortega se asienta, entonces, como un poeta curioso, obsesivo y exigente con su propio entorno escritural. Su poética se nutre de la depuración del texto hasta la mínima palabra, de metáforas que confluyen y colman el cuerpo de cada poema para dotarlo de multiplicidad, y él, como autor, se encarga de ahondar en lo interior y exponerlo con recursos prosódicos afines a la sintaxis proverbial, siempre apegado a la filiación estética que mantiene con la tradición occidental.
El Consejo Estatal para las Culturas y las Artes de Chiapas, convocante del Premio Internacional de Poesía Jaime Sabines 2010, pone la obra a disposición para su descarga gratuita en la web del CONECULTA:
http://www.conecultachiapas.gob.mx/publicaciones/?T%EDtulos_recientes:Devoci%F3n_por_la_piedra