Toros de Queroseno (II)
Conozco una lápida de paja
que espanto a espanto
enrabia mi nombre de tragedia
Y todo se fuga con el duelo
como llevarse flores a uno mismo
de esas que no se secan
pues han de venderse muertas
de esas que son flamables
de un soplo eliminan evidencias
solo quedan las sombras del gigante
que murió en tierra de poetas
No sabré nada de mis huesos
ni de la violencia de su nuca atardecida
cuando despeina con el ánima el injerto
la guerra estática del ego
Cómo puedo sentirme fuera del dolor de manos
del reuma que corre por la grasa de la cama
es mutismo la incertidumbre en braza irrevocable
la guerra en contra del rechazo
en las esquinas inhumanas
a la deriva
El piso cercenado
el ahogo en tu frío
esa voz encarnando un jazz
la sábana de oxigeno
Mis dentros están de tu techo
arenados hasta el deshuesadero
Dejé sobre tu mesa nocturna mis llaves
cerca del pueblo de tu ombligo
dejé que tus leones tiraran de mi auto
donde romero o yedra tiemblan entre ojos
Olvidé que los niños ladran cuando tienen hambre
y el brillo de un parto apetecido
Ya nada me levanta
ni tu irrevocable boca que ofrece torres de humo
mi casa enferma de arrastrar tu cuerpo
atado al tobillo de la locura
enferma de apatía
al cuerpo desgranado en la catedral de tu apellido
por eso mis versos vuelven a los hoyos
tienden carpas para esperar tu lecho
tragan hierba amarga para ganar el gusto
porque moriremos sin besarnos a los ojos
sin jazz sin mi sin vino
Aún no has muerto y el árbol crece
sobre mi cabeza como un camaleón con su penacho
late mi angustia en la tuya
de nuevo pierdo
en tu lengua que amanea las heladas
seguimos sin derramar las venas
mapas que fúnebres nos reflejan
en los yacimientos de las naranjas
también oráculos irreversibles
las brasas
llenas de respuestas
Nos marida la muerte con su apareo
las animas que difícilmente se amortajan
en el sobre o en una página jamás enviada
la mentira trunca o un boleto temporal
Nos rascamos el hambre
hay guerra por despertarse
muertos en el mismo sueño
en la mañana verduga
la inagotable huída las manos
fracasadas en cada juego
No responden las dolencias
muerdo la almohada que te apura
a nuca o pelos erizados
al rayo del pabilo de una lengua
henchida como tu asco
como la apatía de un holocausto diario