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La Personalidad del Espejo

Hoy leí la novela de Gerardo Oviedo “Espejero”. Lo primero que debo decir es que batallé para conseguirla. De hecho no la conseguí sino que el propio autor, con la generosidad que le caracteriza, me compartió un enlace1 en Internet para bajar el libro; esto lo hizo ante mi evidente ineptitud para encontrar un ejemplar en las librerías. Pero no me ocuparé en esta ocasión de mis deficiencias intelectuales, mejor hablemos de “Espejero”.

Uno de los problemas de la crítica literaria consiste en hablar de un libro sin caer en el error de decir de qué trata. Por eso es que procuro no leer críticas antes de haber acabado el libro. Por la misma razón siempre me salto los prólogos, los prefacios, las introducciones y todos esos antecedentes que de modo casi morboso le arruinan a uno la lectura. Sin embargo; cuando termino el libro leo los antecedentes. Este ejercicio de lectura a la inversa me permite, ahora sí para que nadie me cuenteé, confirmar las ideas del crítico o mentarle su mamacita según sea el caso. Dicho lo anterior comprenderán que no les platique mayor cosa sobre la trama del libro, mi intensión es que estas líneas sirvan como invitación para abrir las páginas de la novela.

Imaginen que en una habitación tapizada de espejos se reúnen todos los pronombres, todos los adjetivos, todos los verbos y todos los recursos literarios para ponerse de acuerdo y darle forma a un personaje. Imaginen que esas figuras literarias no siempre se llevan bien y que para lograr darle vida a un personaje se pegan con la olla de los frijoles hasta debajo de la lengua. Imaginen que cuando al fin se ponen de acuerdo y crean un personaje éste se rebela porque resulta que lo hicieron mujer pero en realidad es hombre o lo relacionaron con una güera desabrida pero a él le gustan las morenazas. Imaginen a un autor que pierde el piso y olvida que sólo es un escritor pero como él hace y deshace personajes comienza a sentirse dios. Imaginen una novela sin trama, con decenas de laberintos de palabras, todos muy entretenidos pero laberintos al fin, que termine en el principio. Pues si se imaginaron todo esto se darán una idea de la naturaleza de “Espejero”.

La novela del escritor mexicano Gerardo Oviedo (poblano para ser específicos y como toda la comida en Puebla es rica pues los platillos de Gerardo no podían ser la excepción) es un experimento literario. Es uno de esos libros a los que se les pone la etiqueta de novela porque nadie le encuentra un nombre que le defina mejor. En su libro no hay personajes porque la novela trata sobre la construcción de un personaje. O mejor dicho: la creación de EL personaje. Es la historia de un escritor que se refleja en el espejo y quiere ver a sus personajes reflejados con él pero no lo consigue. Es una novela de berrinches eróticos y escenas de crueldad magnífica. Y también es un libro que no es novela porque no hay una historia, más bien parece un libro de cuentos entrelazados y con un final tan chulo de bonito que hasta les va a arrancar un suspiro de gozo.

Como todos los experimentos literarios leer Espejero no es sencillo. Me recuerda un poco a lo que decía Jaime Sabines de Octavio Paz y su poesía: se perdió en un laberinto de palabras. Pues bien, la lectura de Espejero puede volverse tediosa a ratitos, a tal punto que a mí me abordó la tentación de saltarme uno que otro párrafo pero ¿de qué privilegios gozo si ni Teseo se saltó bardas para encontrar al Minotauro en su laberinto? Así pues adentrarse en la aventura de este libro requiere de cojones y ovarios (está muy de moda hacer distinciones de género en el discurso oficial chiquillos y chiquillas).

Por último en el libro se exponen un par de ideas que me gustaría debatir. La primera dice “Tendido en la mitad de hoja dispuse de mi testamento: El fin último del autor es dar la vida con su muerte” y “Después de mí siempre estará mi obra, fue un pensamiento futuro. La obra es lo que queda”. Ambas ideas lo que buscan es explicar la trascendencia del trabajo del literato. Ideas que francamente me parecen exageradas, aunque quizá lo correcto sería decir que me parecen desesperadas. Concebir el trabajo literario como una actividad donde es necesario dejar la vida para que lo escrito valga la pena leerse es olvidar un poco que ni la literatura ni la música ni ninguna de las grandes expresiones humanas sobrevivirán más allá de lo que las propias personas sobrevivan. Es un trabajo temporal para disfrutarse temporalmente. Lo que dure la vida. Y en lo que concierne a “La obra es lo que queda”, bueno, a veces ni eso. Me viene a la punta del bolígrafo el caso del escritor Robert Graves. El autor de “Yo, Claudio” era un erudito que, si bien no dejaba detalle sin cubrir en sus novelas, no escribía por el puro oficio de hacerlo sino que siempre vivió preocupado porque sus obras vendieran lo suficiente para mantener a su familia. Lo mismo le pasaba a Chéjov, sus cuentos siempre los escribió por dinero. A lo que voy es que no importa nada el motor lo que importa es el resultado, y para llegar a un buen resultado no es necesario dejar la vida en el papel.

Espejero” de Gerardo Oviedo disponible en línea. Una buena opción laberíntica.

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