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Sobre el Acero y el Terciopelo

Alguna vez el escritor mexicano Gabriel Zaid se sentó a hacer cuentas para descubrir cuántos libros tendría que leer una persona para mantenerse actualizado. El maestro decía que si se leyese un libro al día se quedarían otros cuatro mil sin siquiera abrir dada la rapidez con la que se publica actualmente. Es decir; por mucho que se lea jamás nadie logrará leerlo todo. A esto me atrevo a añadir que don Gabriel Zaid no incluyó los libros que se editan digitalmente ni las publicaciones periódicas como lo son las revistas y los periódicos, tampoco consideró los diarios en línea, los blogs, ni las cartas ni muchas otras formas utilizadas para publicar una idea, o, con la misma frecuencia, las abundantes sinrazones. Y no es que valga la pena leerlo todo. De hecho yo siempre he sostenido que casi todos los autores podrían perfectamente arrojar a la hoguera la casi totalidad de su obra eligiendo tan sólo uno o dos de sus libros y con eso bastaría para exhibir al mundo de lo que fueron capaces. No creo, pues, que valga la pena escribirlo todo pero sí creo que vale la pena leer todo lo que gustamos de leer. Nunca ganaremos la pelea contra la ignorancia pero por lo menos la lucha se hace.

Y lo anterior viene porque ¿si el mundo literario es tan basto cómo es posible que uno encuentre un libro que te guste en medio de tanto papel (y bytes)? Quién sabe pero pasa. Quizá podamos optar por una salida fácil al decir que son los libros quienes encuentran a sus lectores lo que, a la par de cómodo, suena casi aceptable ¿cuántas veces al caminar por una librería la portada de un libro llama nuestra atención de la nada, o mejor dicho, de entre cientos de libros? ¿Cuántas veces quedamos fascinados por una historia con tan solo leer uno de sus párrafos al azar? Pasa. Bien podemos llamar a esto “el azar afortunado de los libros”.

Hace poco un libro publicado digitalmente me encontró. Resulta que navegaba en Facebook perdiendo el tiempo como sólo yo sé perderlo cuando de repente encuentro en el perfil de “Noticias Literarias” una invitación de Juan Carlos Calderón para que conociéramos su blog http://hombresdeaceroytercipelo.blogspot.com; di un clic, leí un poco y de ahí di un salto a la página lulu.com especializada en venta de libros digitales, busque el libro “Hombres de Acero y Terciopelo” me peleé unos minutos con mi tarjeta de crédito y con la página porque no la aceptaba, dejé pasar una semana, volví a intentar hacer la compra y esta vez sí me dejó. Luego comencé a leer.

Se trata de un libro autobiográfico que narra en primera persona las experiencias de Juan Carlos Calderón como soldado del ejército de Colombia y como integrante de la Fuerza Multinacional que se encarga de vigilar el cumplimiento de los acuerdos de paz firmados entre Israel y Egipto. Pero esto sólo nos habla del escenario, es decir, la historia se desarrolla en el desierto de la Península del Sinaí teniendo en Juan Carlos a un muchacho, en aquél entonces, de poco más de diecisiete años descubriéndose como un hombre que gusta de la adrenalina pero que se encuentra perfectamente capaz de analizar fríamente lo que ocurre a su alrededor. Y también es la historia del descubrimiento de su sexualidad y de la manera en la que los otros viven la suya, a veces a escondidas, a veces en incuestionable plenitud y a veces de un modo que nadie podría definir.

El libro aborda principalmente el tema del afecto homoerótico en las instituciones castrenses. Juan Carlos narra con humor cómo a los mandos del ejército de cualquier país les resulta impensable creer que entre la soldadesca (y claro entre los propios oficiales) se forman lazos afectivos que trascienden lo platónico para volverse con frecuencia romances plenamente eróticos. Juan Carlos nos describe sus experiencias en un mundo que a veces se antoja solitario y cruel como el desierto del Sinaí pero intenso y no falto de luz como lo son las noches estrelladas del mismo desierto. Aquí encontramos la confusión que sienten muchos hombres al sentirse repentinamente atraídos por otros hombres sin por ello asumirse como homosexuales. Al parecer, y tal y como lo dice el autor, en esos lugares donde se exalta la masculinidad entendida como rudeza y valentía el tacto de terciopelo cae bien aunque provenga de otro hombre; sentirse atraído por otro hombre está bien siempre que no se admita que se trata de “sexo”. El sexo homoafectivo puede ser aceptado entre soldados y oficiales del ejército siempre que no se le llame “sexo”. Se le puede reconocer como juegos entre hombres, como la masturbación en grupo; o entre compañeros de misión al rozar sus cuerpos por la noche o se le puede llamar de cualquier modo mientras nadie se atreva a decir que se trata de sexo. Y Juan Carlos nos describe con un humor digno de un crítico griego de los tiempos del emperador Juliano todo lo que ahí adentro se vive y que, por supuesto, todo el mundo sabe aunque, al igual que los juegos entre hombres, se le llame de distinto modo.

El libro recuerda a otras obras autobiográficas como “El Juramento” del médico checheno Khassan Baiev o el relato generacional de Jung Chang “Cisnes Salvajes”. En estos libros sus protagonistas enfrentan con humor circunstancias políticas impuestas y que, a cualquier otro con un poco menos de ánimo y pasión por la vida, dejarían perfectamente inhabilitado. Es un pedacito de vida de un hombre inteligente y gracioso. Altamente recomendable y digno de ser leído.

En lo que respecta a los detalles técnicos el libro presenta algunos problemas especialmente al inicio de la obra. Juan Carlos redunda demasiado al reflexionar sobre la manera en la que un adolescente se va descubriendo y puede ser francamente tedioso cada vez que entra en digresiones sobre la gran hipocresía de la sociedad. También en los primeros capítulos el lenguaje es acartonado aunque conforme la obra se desarrolla el autor logra relajarse lo mismo que su prosa. Por último al tratarse de un libro autoeditado tiene algunos errores gramaticales lo que perdonamos totalmente; le pasa un poco lo que le ocurría a Marguerite Yourcenar cuando escribió las “Memorias de Adriano”: prefería quemar por el día lo que había escrito por la noche porque no soportaba leerse a sí misma. Pues lo mismo aquí y con casi todos los escritores: les choca leerse a sí mismos lo que lleva a que, en el fulgor del tecleo, olviden que hasta al mejor cazador se le va la liebre lo que en un escritor se traduce como que hasta al mejor gramático se le escapa una tilde.

Sugiero que se pongan flojitos y dejen que “Hombres de Acero y Terciopelo” los encuentre. Es un libro para reírse un poco de este intolerante mundo.

Título: “Hombres de Acero y Terciopelo”

Autor: Juan Carlos Calderón.
Editorial: Se puede comprar impreso o en versión digital en http://www.lulu.com

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