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Cuatro fulgores

designio

Al entrar al Paraíso te arrancarán los párpados. Es voluntad de Dios que la perfección de su obra sea contemplada eternamente.

condena

La obsesión por saber era tal que no le importaba quedarse ciego. Esa mirada febril fue la que convenció al ángel que era un fuego en medio de la zarza que no se consumía. El ángel le permitió el paso.

Ante Dios, no cubrió su rostro, no tenía miedo de mirar. Le fue dado observar la tierra y el tiempo infinito, a las bestias y su corazón paciente, a los hombres y todas sus almas. Se retiró saciado, sin pestañear, dispuesto al castigo.

No sintió cambio alguno, no llegó la muerte, tampoco el lento crepúsculo amarillo, no se convirtió en sal. Lentamente comprendió: el mundo palidecía ante el recuerdo de lo observado en los ojos de Dios.

ciclo

Del momento final esperaba el torrente de imágenes que resumiría su vida, una fugaz selección de las horas intensas y los seres queridos. Le sorprendió que fuera una sola escena perfecta, la de su recuerdo más feliz.

Setenta veces siete se abandonó al placer de la contemplación. Nada sucedía, excepto la visión cíclica de ese momento único al que comenzó a cuestionar, al que miraba ya con ojo crítico.

Hastiado, comprendió, la repetición infinita de la imagen era apenas el principio, le había sido negada la entrada al cielo.

voz

Ahora es mi turno. Le entrego un muerto por cada ocasión en que desestimó mis llamados, la cabeza de un enemigo por las veces que pedí su ayuda y me devolvió silencio.

Cabalgo entre hileras descompuestas de hombres sin valor que intentan huir de mi espada, que oscila apenas entre un golpe mortal y otro, que no se detiene ante los gritos de clemencia.

Una voz ocurre en mi cabeza y ruega que no siga, que me detenga. No la atiendo. Esta es mi ofrenda, que Dios sienta lo mismo que yo cuando le rezaba.

Estos cuentos forman parte de fulgores breves de largo insomnio, libro ganador del Premio Nacional de Cuento Corto Agustín Monsreal, de la Bienal Nacional de Literatura Yucatán 2010-2011.

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