Algo viscoso (dualidades callejeras)
Tú, lector o lectora, que sales a la calle constantemente, víctima quizás de la típica fobia al aburrimiento cotidiano, ¿te has percatado alguna vez de ese tipo con el rostro someramente descompuesto, con aires de no saber exactamente qué es lo que ocurre y por qué tiene que mirar lo que está mirando? ¿has notado su presencia entre una multitud de individuos ataviados con prendas de efímero valor y movidos por una misteriosa necesidad de desplazamiento? ¿te has fijado en él cuando te dispones a pisar el paso de cebra que tienes por delante o cuando te sientas a esperar el 208 en la parada más concurrida? ¿has sentido su espíritu en los solitarios y gigantescos parques a los que vas a desconectarte del día a día, a fumar un poco de hachís o a intercambiar con tu tal para cual una simpática ración de fluidos corporales entre la espesa hierba, detrás un frondoso sauce? ¿lo has visto deambular por las plazas, las anchas avenidas, las asfixiantes estaciones de buses y los tétricos túneles del metro? ¿has abierto bien esas sensibles películas que recubren tus ojos para verlo por ahí, caminando una y otra vez por las mismas calles, yendo y viniendo, gastando visiblemente el lado izquierdo de su zapato izquierdo y el lado derecho de su zapato derecho? ¿has observado, por casualidad, que aunque vaya solo mueve los labios como queriendo convencer al aire de que el silencio es tan sólo un espejismo, una ilusión auditiva, un requerimiento hospital-bibliotecario? ¿lo has visto de reojo cuando camina a tu lado en la acera o en los pasillos de los magnánimos centros comerciales a los que vas a sufrir de placer los fines de semana? ¿te has percatado de que algunas veces comparte elevador contigo, de que baja por las escaleras eléctricas cuando tú subes, de que está sentado en la mesa menos visible del café, en la que quizás por cuestiones de pésima iluminación y salud mental jamás te sentarías? Pues bien, ese tipo se parece mucho al autor de estas líneas. El problema es que el autor de estas líneas también se parece mucho a ese tipo. El autor de estas líneas lo sabe; ese tipo no. El autor de estas líneas (o ese tipo) carece de identidad; vive de trazos, de marcas, de posiciones, de categorías. A veces, cuando voy (va) por la calle, lo veo observándome; me paralizo entonces, bajo la mirada y me dan ganas de retroceder o simplemente, como tú, lector o lectora, perderme entre la multitud y fingir que no ha pasado absolutamente nada, excepto que la aguja de un gran reloj incrustado en una fachada antigua se ha detenido un poco a emitir el mismo suspiro de cuando nos llevamos la mano a la cabeza… y hay sangre, o algo viscoso.
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