Browse By

Cazadores de hijueputas

A las mujeres les gustan los hombres desesperados; si no los encuentran, los hacen.
León Daudí
Es mejor quemarse que desvanecerse.
Kurt Cobain

Todos tenemos un secreto y un fin. La voz de una novela. Sentir el frío del metal negro de un revolver. La humedad de unas escaleras a oscuras. Conquistar a una mujer porque tiene un matrimonio infeliz. Un apartamento solitario y ennegrecido. Una puerta metálica que aisla los ruidos del mundo externo. Un sillón rojo. La frívola monotonía de un huérfano adinerado.
Me senté a la puerta de mi casa viendo como el atardecer invadía a la gente y a las calles y se iba haciendo noche de lluvia. Llegó Camila, el sol de la tarde le venia pellizcando las mejillas mientras sonreía.

—Pilla este poporo tan bacano que me regalaron ¿ah?

Estaba tan hermosa como siempre. Con esas pinticas tan raras. Le gustaba vestirse como una extraña-niña-linda-mala-sexy. Su sonrisa en la tarde era una prolongación de su belleza. Seguimos a mi apartamento. En la sala, se sentó en el computador para cambiar la música. Me quitó Betterman y puso In A Gadda Da Vida. Estaba bien.

Los saque de mi billetera. Ácidos para los dos. Nuestro primer ácido juntos. Camila me miró con duda pero con decisión. Reposé en su minúsculo dedo índice la felicidad en dos cartoncitos del tamaño de la lengüeta de una caja de chicles. Me habían costado treinta mil pesos cada uno.

—¿Oye pero que? ¿No lo vamos a comer aquí?

—No, no aguanta. Tenemos que farrearnos estos ácidos en la calle.

— ¿O qué? ¿Quieres quedarte?

—No, no. Decía no’más.

—A listo ¿Y entonces?

—Vamos a Parking a ver como está la farra.

—Naaa.

—Mejor a Punto Chirri.

— ¡Huy si! Hoy hay toque de un parcero.

—Listo pues.

—Mejor comamos acá. ¿Qué tal se nos pierdan estos hijueputas?

—¿Son muy pequeños si o qué?

—Pues sí. Hagamole.

—¿Cómo dijo el man? Mitad hoffman mitad chiva.

— ¿Cuál es cuál?

—Güevón igual qué importa.

— ¿Si o qué? vale güevo.

— Que video.

— ¿No tienes una cuchillita o algo así?

Al salir, la luna giraba sobre la puta madre de todos y esa maldita lluvia que caía sobre los recodos fatales de la inmensidad de un río de gente y aguas sucias que no parecían tener fin.

Más allá de los ventanales danzaba el aguacero en la noche bajo los edificios grises. La ciudad se escurría como la taza del inodoro cuando el agua viaja hacia el océano. Entre las migajas del odio de todos y las solitarias luces que acompañan sus sonidos. Ciudad sabandija y juguetona. Noche cómplice y sigilosa que se extiende amarilla como la meseta árida de la muerte. Metal, oscuro, negro, rojo. Bogotá. Gigante y miserable. Injusta. Fría y maloliente como cuchillo que corta las cabezas de pescado que se esconden entre la multitud de cajas marcadas para ricos o para pobres según sea el caso.

lovers—Camila Te Amo. Te siento. Te veo. Hablamos de una cosa o de la otra. Siempre hablamos de sexo, de la masturbación, de música y el oscuro pasajero. Y tú y yo como en el centro del mundo. Sensibles las yemas de tus dedos en las llamas de mi corazón. Abrázame nena, abrázame como si nos hubiéramos metido un 2cb cada uno y lo hubiéramos mezclado con ese perico encima de tus tetas carcajadas. Como la otra noche ¿recuerdas? que me pegaste una cachetada y estabas tan borracha que no te podías tener. Y yo tuve que pelear con un hijueputa que te insultó ¿recuerdas? Y caminábamos buscando perico en la zona T y nos fuimos a un parquecito ahí arribita del CAI donde nadie nos veía. Ahí en pleno parque virrey. En medio de apartamentos estrato seis. Al lado de un caño donde nadie sabe el olor que tienen tus besos de cerveza y marihuana. Y yo con la media de guaro. Tomándola a sorbos suaves y apretándola como si fuera mi verga. Como si fuera el arma con la que te defendería de esos dos tipos que pasan en una moto. Mierda. Estoy asustado. Pero tú no. Tú estas feliz. Tú estas riéndote a carcajadas de la fogata que imaginamos. Esa pequeñísima fogata que resulta ser una alucinación y el frío nos hace temblar los últimos cigarrillos. Llueve un poco y luego más. Llueve tanto que buscamos desesperadamente pedazos de billetes. Encontramos unos cuantos y cogemos un taxi. Nos encerramos en un motel de chapinero y hacemos el amor como se debe hacer. Con fuerza y sin pudor, con saliva y sin concesiones. Emparamados de sudor nos dan las 3 de la tarde del martes y el hambre nos saca a patadas a una luz que nos aterra. Vemos a la gente caminando con sus trajes de oficina y sus libritos de estudiante y nos reímos. Compramos un desayuno carísimo en una panadería gigante y luego te vas y mientras te dejo en el taxi trato de recordar tu nombre pero ya lo he olvidado.

Pasan los días en la monotonía de siempre en el aburrimiento de la existencia, en la desesperación. Aparece Camila nuevamente un viernes. La beso en la boca. Ya es mía.

Nos volvemos uno. Caminamos por la calles odiando a los demás, riéndonos de todos. Bebiendo y buscando problemas. Metal, oscuro, negro, rojo. Nos confesamos mentiras mientras nos ocultamos verdades. Me entero que es una niña bien. Que tenemos dinero por nuestras familias. Pero las aborrecemos con sevicia. Sus padres la enviaron al psiquiatra cuando se hizo el primer tatuaje y un piercing en la nariz. A los 17 años todo fue peor. La recluyeron durante casi un año en una institución mental. Esquizofrénica y psicótica, depresiva le decía la hermana mayor para burlarse de ella. Entonces le confesé, para estar a la misma altura de su sufrimiento, una temporada que pasé en el infierno de la cárcel hace algunos años por matar a un tipo en defensa personal. El dinero me puso en libertad. Se dilataron sus pupilas. No le importo la condena sino los detalles del acontecimiento. La sangre, el miedo y el dolor. Otro ácido por favor. Bebimos vino esa noche y fumamos marihuana en nuestro refugio de siempre. Sexo salvaje y esa noche me cortó con una cuchilla por primera vez. Me habló de lo bello que se ve la sangre escurriendo en el metal, balanceó mi brazo mientras escurría la sangre oscura y negra, y yo no entendía muy bien de que hablaba. Pero me dejaba guiar por sus hermosas tetas. Nos volvimos freaks de la sangre. Como una liebre que corre tras de un tigre que duerme. Llueve, llueve todas las noches.

Somos hijos de esta jodida y malcriada sociedad. Siempre soñé con crecer en otro país en medio de una depresión, hay tantas cosas horribles aparte del divorcio, he sido criado sobre algo que nunca he podido tener. Somos iguales. Odiamos a las ratas, tú sabes como son. Están en todos lados, el ácido de la reflexión: ¿Porqué si todos los hombres son medianamente buenos hay tanta maldad y tantos muertos en el mundo? Todos conocemos a algún hijueputa. Sabemos cómo son. Son esos asesinos, violadores y criminales que se ocultan entre nosotros. A veces se esconden entre corbatas y detrás de un escritorio. Apariencia de gente normal pero mala en esencia. O la maldad sin justificación o por razones de dinero y de poder. Abundan en racimos de familias con dinero y sin dinero. Son la verdadera escoria del mundo.

Algunos somos ese malevaje melancólico de consumismo que exhibe un tríptico en la mitad de la sala. Somos como los cerdos, incapaces físicamente por naturaleza de mirar hacia el cielo. Metal, oscuro, negro, rojo. Somos ese féretro de cristal y obesidad de hamburguesa. Somos hipocresía. Esa vida pública, esa vida privada y esa vida secreta.

Llovía en la noche de la epifanía, lo decidimos. Trazamos un plan elaborado. Metal, oscuro, negro, rojo. Ya estaba dicho, ya estaba hecho. La primera vez buscamos a un tipo que era conocido en el barrio San Cristóbal. Llevaba años delinquiendo sin pudor. Violando, asesinando por encargo de otros. Le decían el diablo. El evento fue natural, investigamos su pasado oscuro con certeza y con hechos probados. Siempre mienten al principio. Apresuramos la confesión con dolor. Ella lo sedujo y lo redujo, lo llevó a mi apartamento, yo lo espere y como pude, lo maté. Estaba dicho, estaba hecho.

Esa primera noche celebramos de largo durante cuatro días y sus noches con ácidos y vino rojo. Fumando cocaína y marihuana mezclada con efedrina barata y algunas anfetaminas bañadas en aguardiente.

Amanece por primera vez en nuestras vidas y somos otros, los mismos pero diferentes. Al fin encontramos un oficio, un destino con desesperación: Cazadores de hijueputas.

foto: lovers por achimh

16 thoughts on “Cazadores de hijueputas”

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *