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Hay un tigre en la FIL

Eduardo Lizalde uno de los poetas fundamentales en la literatura mexicana hizo un recorrido a través de su obra y compartió una portentosa lectura.5212560323_0cd26b3b03_m

“Hay un tigre en la casa”, Eduardo Lizalde está en la FIL. “Un poeta fundamental de la literatura mexicana y ante el cual nadie puede permanecer indiferente”, según Jorge Esquínca, quien lo acompañó en la mesa; hizo escuchar su rugido en el marco de la Feria Internacional del libro en Guadalajara la tarde de este sábado.
La lectura estaba preparada para un recito pequeño y reservado. Sillones de piel, alfombra y una pequeña mesa de madera en el podio. Dos botellas de tequila y varias copas anticipaban a la vista la presencia de Lizalde. Adentro había medio centenar de personas, escritores renombrados, escritores que escriben a hurtadillas, una edecán y algunos fotógrafos. Afuera había un montón de gente intentando atraer el sonido producido en los micrófonos, a través del cristal, con esfuerzos telepáticos.
Como un lector que se vuelve amigo, el mejor interlocutor para el poeta, Jorge Esquínca introdujo al escritor mexicano nacido en 1929 a través de un recorrido a lo largo de su obra, empezando por El tigre en la casa, que ha sido aclamado y traducido a diversos idiomas. Habló sobre el impacto que la poesía de Lizalde tuvo en las siguientes generaciones de poetas: “En mi caso caímos atrapados en las garras del tigre, símbolo que se convierte en una figura central, en una figura emblemática con una profundísima carga. El tigre encarna la belleza, la destrucción, la muerte”. Esquínca le abrió la puerta, el ambiente era como si estuviéramos en un hogar compartido, el público lo nota: estamos en casa, la Feria Internacional del Libro en Guadalajara, y hay un tigre en ella.
La voz de Lizalde asaltó de pronto al salón con habilidad felina. Rodeó a sus presas con Canción ignota, un poema enviado a rescatar de un cierto olvido a Manuel Gutiérrez Nájera y Juan José Arreola, a quien definió como “el mayor cuentista de la literatura mexicana del siglo XX”. Como si todos conocieran el portentoso alcance y los artilugios de Lizalde como lector (que lee para otros), todos se preparaban. “No sé si he conseguido consumar el canto pero he escuchado la canción”, una chica que miraba de frente, atenta, bajó la cabeza.
Lizalde advirtió que en ese libro nunca incluyó un poema optimista, porque “la desgracia ocupa mucho más espacio que la felicidad”. De esta manera afirmó que tiene como a un autor indispensable a César Vallejo. Ante este dolor, visiblemente disfrutable entre la audiencia y ante el animal de caza, la ironía fue un zarpazo certero que desgarró carcajadas cuando Lizalde recomendó alejarse de la poesía porque “es sufrimiento, llegamos a ella contra nuestra voluntad”.
No se sabía si ya era de noche porque nadie parpadeaba si quiera o porque el tigre crecía, como suele hacerlo en ese momento del día. La potente lectura incluyó poemas de La zorra enferma y otros textos fueron precedidos por anécdotas de sus libros con autores como Bonifaz Nuño, Alí Chumacero, Jaime Sabines y Salvador Elizondo. La gente adentro pedía la lectura de sus poemas preferidos, la gente seguía afuera de la sala pero dentro de la casa, esperando a que el poeta les firmara libros. “Algo sangra, el tigre está cerca”, leyó Lizalde y el silencio murió despedazado por los aplausos.

Fotografía: © Cortesía FIL Guadalajara / Gonzalo García Ramírez.

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