Literatura de diseño
Guía para una literatura ajustada a la medida de sus lectores.
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El autor, el entrecomillado por el postestructuralismo doctrinario, así como el romantizado por todo aspirante a esa visión virtual del creador literario, no ha muerto. No obstante el vaticinio barthesiano (del cual pocos han hecho una lectura que detecte el tono irónico de ese texto emblemático –pero esa es una cuestión que les sucede a muchos escritores franceses contemporáneos, a mi parecer incapaces de evidenciar su sentido del humor por medio de la escritura), el autor está más vivo que nunca. Desplegado en espacios de recepción inusitados hace menos de treinta años, su presencia (que siempre es ausencia al mismo tiempo) ha hecho metástasis, extendiéndose por fuera del espectro siempre conservador del libro. Su protagonismo, sus posiciones éticas/estéticas, se encuentran latentes en cada sitio, blog, publicación electrónica, en el ejercicio descomunal y desmedido de su “editorialización” en prácticamente cualquier lugar que le sirva de podium para declarar sus desgracias, retroproyecciones, sarcasmos, frases afortunadas así como penosas, posturas ideológicas, creencias, revelaciones personales y demás. Todo el despliegue que tradicionalmente un autor realiza bajo el esquema de algo que todavía denominamos como “obra.” Debe señalarse, por otro lado, que en el ejercicio de despliegue (ahí donde nos encontramos con blogueros especializados, fanáticos de las revelaciones personales o inscrito en la perpetua representación de su diario devenir –vía Twitter, por ejemplo) el autor está en todas partes. Lo cual quiere decir, paradójicamente, que no está en ninguna parte. El autor no ha muerto, simplemente ha desaparecido, se ha vuelto volátil, anodino, subrepticio. Justo como siempre ha querido ser. (por lo menos, desde la modernidad).
* Pero claro, debe ser más que obvio para nosotros que tales aperturas NO han propiciado pura genialidad. Es como todo en los campos de la creación: ante la indefinición, ante la relatividad de las manifestaciones, es cierto que “todo puede ser arte/literatura,” pero eso no quiere decir que toda esa producción sea buena, llevadera, sustancial o rica en expresión y capacidad de visualizar la realidad, de trastocarla al tiempo que la traduces desde una perspectiva que dé cuenta del rendimiento del lenguaje que subsiste en dicha realidad, de poner en una evidencia sucinta, clara, precisa, y si se puede poética, las condiciones de este mundo extraño en que vivimos. Esto es, habrá frente a nosotros un aparente infinito de escritores que celebran la democratización de los marcos de recepción, pero eso no quiere decir que en ese infinito nos encontremos con pura genialidad, inteligencia crítica, o incluso, originalidad. En su mayoría, nos enfrentamos a basura, o escombro (debris es una palabra más aplicable a lo que quiero decir) empeños menores, amateurismo, y en el peor de los casos, el equivalente a un correo que lleva dos meses en nuestra bandeja de spam y que jamás leemos. Cualquiera que esté inserto en ese mundo especial, de intimidad virtual a través de los medios de información, puede encontrar una epifanía. Pero el talante del momento epifánico es directamente proporcional a la cantidad de textos cuya capacidad, intelecto, profundidad de pensamiento, equivale a una presentación en power point enviada como una carta en cadena. Esto es mera especulación empírica, pero por cada diez textos, entradas de blog, correos con links a artículos “interesantes,” páginas dedicadas a la discusión y difusión de trabajos literarios hechos en línea o utilizando la tecnología como parte de la forma textual, por cada diez de estos artilugios, puedo decir que uno sólo logra un grado de impacto en mi diario devenir como persona. Y muchas veces ni siquiera es de alguien que podemos identificar como escritor.
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No obstante, quisiera replantear esto de la intimidad. Yo creo que todos los que vivimos cotidianamente el flujo perpetuo y rizomático de internet, con una fina reflexión sobre ese devenir, puede decirse que vivimos aledaños a una suerte de intimidad con respecto al proceso de emisión-recepción de la práctica literaria. Sigue siendo un potencial. No está sucediendo en estos momentos; estos encuentros aun no están refinados, sólo subsisten en las maneras como se comparten ideas entre un autor y un grupo de personas que siguen con relativa frecuencia sus escritos. Hay, creo yo, un encuentro que no había antes. La posibilidad de dialogar, aunque sea un intercambio banal, con alguna persona que escribe ideas y cosas que te llaman la atención. Kafka –su persona así como su escritura— hubiera sido definitivamente de otra manera, hubiera tomado otras decisiones, si en el proceso de creación de su obra se hubiera enfrentado a un grupo de personas que opina casi cada cinco minutos sobre lo que en esos instantes le ocurría a él. Lo mismo puede decirse de cualquier autor del pasado: no existía un escenario en el que pudiera potenciarse al mismo tiempo que banalizarse lo que escribieron. Proyectos como los de Joyce hubieran sido imposibles en la actualidad. ¿Cómo opera el stream of contemporary consciousness? ¿Sigue siendo el mismo sujeto, el mismo paradigma de la modernidad la que dicta las vicisitudes y experiencias del sujeto contemporáneo? Si acaso las modalidades han cambiado, ¿de qué maneras está desafiando, resistiendo o simplemente registrando estas transformaciones la literatura de hoy?
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¿Qué es posible en la actualidad, con respecto a la creación literaria? Hace poco me explicaron que no eres nada si no tienes una presencia identificable en internet (enfatizo: “nada,” no “nadie”: hay una diferencia); Si tus libros, publicaciones en revistas, suplementos, no son debidamente ubicados en algún sitio –una página personal, una página creada por fans, menciones de tu obra en textos académicos, etc., corres el riesgo de desaparecer. Por lo tanto, el escritor en la actualidad debe hacer las veces de promotor incansable de su trabajo. La literatura creada en esas cápsulas de tiempo que fueron los baúles de los escritores reclusos (sigue habiendo, y en un momento llegaron a representar una figura significativa de la literatura moderna; piénsese en los libros de Kafka, algunos textos de Poe, las multiplicidades de Pessoa, la reciente publicación de El Original de Laura, de Vladimir Naokov), hoy simplemente no figuran en el espectro mediático, ahí donde no eres nadie si no tienes un emoticon que represente tu estado anímico literario. El escritor actual se ha convertido en gestor y difusor del destino de su obra. No dudo que así no deba ser y tampoco lo critico. Lo que pongo en tela de duda es la suficiencia de estas acciones. Y me refiero a una suficiencia con respecto a la literatura como tal, a sus condiciones de posibilidad. Porque es cierto, si tienes tu página y tu blog y aparecen tus libros y anuncias cada uno de los encuentros, festivales, talleres, conferencias, ferias y lecturas íntimas en las que participas, seguramente eres una persona identificada como escritor. De profesión. Con visión carrerística. Que no obstante vive la gesta diaria de entender qué demonios significa eso que llamamos escribir. Y creo que esto último es lo más difícil de discurrir o de poner sobre la mesa mediática.
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