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A un millón de años luz del DF, AFTER THE QUAKE.

Con la lucidez que dan los días, puedo por fin escribir mi percepción de lo sucedido en el terremoto ocurrido en la capital de Baja California el pasado 4 de abril. Mucho de lo que ha pasado me molesta y confunde, pero creo que coincido con la opinión popular de que corrimos con mucha suerte, sobre todo si tomamos en cuenta que ésta ciudad se ha ido creando entre puro accidente y caprichos personales.

Me enteré por la televisión que había temblado en Mexicali un día después de que ocurriese. Me tocó vivir el bloody sunday con poco bloody, pero mucho horror y desconcierto. El domingo 4 de abril, tenía un día que había vuelto del DF, y por fin regresaba a Mexicali, después de unas vacaciones autoinducidas en la capital del país, en las cuales escuché hasta el cansancio sobre el caso de Paulette, la niña con retraso mental de familia “cuquis” que había sido extraviada, y después encontrada muerta debajo de la cama, yo no le hallé mucho de interesante, esas cosas pasan, ni siquiera me parecía lo suficientemente morboso como para seguirle la pista. Pero la noticia si me siguió a mí. Fue tan potente que opacó el terremoto magnitud 7.2 ocurrido en mi ciudad ese domingo, en el cual estuvimos incomunicados casi un día entero: dormimos a oscuras, confundidos y aterrados, sin agua y sólo una estación radiofónica que, sinceramente, era muy aburrida, y que cumplía todos los requerimientos de una “radio ranchito”.

El terremoto fue atroz, tan potente que sigue (y seguirá) en la mente de los mexicalenses, su poder radica precisamente en que nos puso en el mapa, en que nos acercó directamente a la tragedia que ingenuamente veíamos distante. “Mexicali, ante la aspereza de su geografía, mantiene lejana cualquier desdicha, estamos olvidados por los huracanes, por las inundaciones, no estamos en el inicio de la patria, sino donde ésta desaparece”, precisamente eso pensábamos en nuestro interior hasta el día del incidente.

Ese era un domingo cualquiera, aburrido, como todos los domingos del mundo, mis amigos habían venido como cada semana para ver una película, comer y platicar. Empezó a temblar, como tantas veces, pero no sé bien por qué, me dio un pánico tremendo. Salimos rápido, el temblor se empezó a sentir fuerte, cayeron cosas (casi me vuela la cabeza un barrote), salí a la banqueta mientras mis amigos me seguían, huyendo de todas las cosas que caían del cielo (y el cielo también se caía). Me apoyé en la puerta de la cochera, salieron mi prima y mi abuela, fui a ayudarlas, estaban sacudiéndose, las calme, volví con mis amigos, me apoyé en un auto (este se movía fuertemente y pensaba que en cualquier momento saldría volando), sentí, en serio, que todo se derrumbaría en un instante, era la sacudida más fuerte que había tenido en mi vida, sabía, que junto a la caída del muro de Berlín, el recuerdo de ese día me acompañaría por siempre, desde la fragilidad del cuerpo y el alma, desde el derrumbe simbólico de una ciudad que CNN calificaría como “cercana a Tijuana”, me acorde de todas las películas de desastres que había visto, pensé también que cada que regreso de un viaje tiembla, se colocaron ante mis ojos varios flashbacks inestables: la única ex novia que he amado y que por supuesto ya nunca vi, el payaso Eso, mi tesis inacabada, mi mamá hace 15 años. Finalmente una luz blanca que cortaba todo me devolvió al mundo, literalmente, el terremoto había terminado, la luz desapareció (el sol aún no lo delataba, pero todo estaba detenido), el desconcierto apenas había comenzado.

eartDespués del terremoto empezaron las preguntas, todas desconcertantes. En Mexicali no sabíamos nada de lo ocurrido, estábamos incomunicados, por supuesto nadie sabía que había pasado, pensábamos lo peor. Por suerte mi familia estaba bien, y muchas familias más, los daños eran muchos pero las pérdidas humanas fueron casi nulas. El desconcierto no desaparecerá, como todo lo que jamás podemos premeditar, pero muchos factores hicieron que la ciudad no se destruyera, que nuestra sociedad no colapsara: el 4 de abril fue Domingo de Pascua, mucha gente se encontraba aún de vacaciones, en las cercanías o lejanías de la ciudad, o en su defecto, se encontraban en algún lugar público o con sus familias, sobre todo, corrimos con los suerte de que muchos de los lugares que se derrumbaron no se encontraban en labores (sobre todo las escuelas), la hora (3: 40 PM) también ayudo a que todos estuviéramos al pendiente, y pues muchas pero muchas coincidencias que nos pusieron a salvo, porque sincera y paradójicamente, en Mexicali, no hay cultura sísmica, la gente en todos estos años no había creído que algo así podría pasar, pero pasó.

Durante el terremoto el país no se volvió hacía Mexicali, pasamos como un cintillo de noticiero de quinta, a un millón de años luz de donde sí hay patria, tragedia o no, pasamos desapercibidos, más extraños e incomprensibles para el “centro” como un extraterrestre perdido en Iztapalapa. Fue después, mucho después, que la gente del resto del país se empezó a preguntar qué había pasado en aquella ciudad del norte que aún no aplicaba para ser un estereotipo fronterizo más, y que resultaba además ser la capital de Baja California, fue entonces que la gente supo que había ocurrido “algo”. Sin embargo, un terremoto sin nombre no pudo más que Paulette, porque dañó una población sin nombre, porque estamos lejanos, seguimos alejados de la “verdadera nación”, porque comemos en Carl’s Jr. y nos caga el día de muertos, porque no nos identificamos con la problemática social del DF, somos parecidos a una oveja negra adoptada lesbiana con SIDA que nadie quiere.

El terremoto en Mexicali ha dado perspectiva de lo que podemos esperar como país ante un desastre que no se haya dado en Mesoamérica, me desconcierta, las preguntas siguen en el aire, pues, desafortunadamente seguimos vivos, aunque una noticia sin sangre no importe al mundo, yo por mi parte, no volveré a hacer un WE ARE THE WORLD por nadie.

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