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Cuarenta grados en otoño

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Escribir sobre la frontera en estos tiempos puede constituir un riesgo, si se toma en cuenta que cada década se pone de moda, más o menos por estas fechas. Caer en lugares comunes conlleva el riesgo de reafirmar estereotipos y exaltar la figura exótica del “fronterizo”. La frontera no se debe pensar sólo por los límites geográficos, una frontera es una división simbólica, un punto de encuentro y de separación, fuente de mezclas pero también arraigo de fundamentalismos.

Personalmente, yo nunca he vivido las historias de la frontera con Estados Unidos que cuentan Los tigres del norte, mi realidad, como la de muchos jóvenes de clase media de mi generación esta marcada por la televisión, los videojuegos y la Internet. Sin embargo existo dentro de esta maraña que se considera como frontera norte, construida por los medios y por los mitos populares, y por el empeño de algunos tijuanenses en querer bautizar a este punto como una nación aparte.

Durante las últimas décadas he visto como se ha fabricado una mitología de lo que “es Mexicali”, existen grupos de rescate de la historia, una infinidad de testimonios de los llamados “fundadores”, todas estas historias en relación con la frontera, tratando de delimitar y definir una identidad propia. Se trata de la búsqueda de distinguirse del centro, de México, de Estados Unidos, de los indígenas, de los chinos, de los migrantes, de los vagos, de los otros.

Sin embargo, para mi realidad común ese mundo es algo lejano, ya que soy un joven inmerso en la cultura de masas: mexicano, occidental, de clase media, heterosexual. Que gusta de los medios de comunicación, la globalización, el capitalismo, la posmodernidad, el caos, el ruido de la ciudad y los restaurantes de comida rápida, la literatura, el cine, y la música.
Soy descreído y desencantado, un outsider funcional, como un camaleón de posibilidades en el mundo social.

Esto no significa que ese otro mundo no exista. Existe, y me doy cuenta de ello cuando veo el terror y la tristeza de las personas a mi alrededor, ya que realidad o mito, el arraigo por la violencia y la desesperanza fluye en las conversaciones diarias, con titulares en los diarios y espectaculares anuncios noticiosos, la “frontera de la violencia existe”, los muertos existen, también las prostitutas y los pimps, el pollero y los que buscan una mejor suerte: el viaje al norte.

El libro de Askari, cabe precisamente en este último rubro. En su paginas se muestra una visión sobre la transición migratoria, en su desencanto y sufrimiento, se cuenta una historia y varios relatos pequeños. La historia es el cuento americano, el viaje a un “mejor estilo de vida”. El desenlace es siempre el mismo: el fracaso, la huida y finalmente, la resignación. Como dijo Allen Ginsberg alguna vez: América, te lo he dado todo y ahora no soy nada. Así, para Askari, el sueño americano (y nulo) nunca se realiza, se vive en la ensoñación, en la adicción de las ilusiones, en el escapismo y el otro sueño: el regreso.

En el regreso están los otros relatos, los personajes de Askari quieren fluir por la frontera, ir al norte (porque al norte del corazón está la felicidad), pero tienen siempre en mente el regreso a su lugar de origen, a México, a su ciudad, su pueblo, desean volver con su gente, con sus tradiciones, anhelan lo que han abandonado, sin embargo, es otro engaño de la mente, estos personajes difícilmente regresan, se quedan atrapados de un lado u otro de la frontera, en sus límites geográficos y mentales, se declaran en bancarrota de la vida.

Cuarenta Grados es el relato que da nombre al libro, y que logra captar la esencia de sus páginas. En éste se cuenta el recorrido de unos “viajantes” hacia Estados Unidos, un cruce ilegal por el desierto, la penuria del maltrato físico y psicológico, una caminata que no perdona, ante la incertidumbre del territorio inhóspito. Son cuarenta grados que recorren la tragedia, el espejismo es el mismo que les espera al final, que recorre sus mentes, que los mantiene en pie, que los aniquila.

En El cuerpo de Cristi se desdibuja con cierto humor negro el deambular de un sacerdote lascivo en el peregrinaje por la Tijuana más puta y fosilizada. Las calles son recintos de pureza cuando el semen recorre los dedos santificados. Pornotube y agua Kabbalah, cacahuates salados y bellezas maquilladas. Por fin un triunfo: prostitutas protestantes.

En La otra feria, dos niños cuyos padres se han ido al otro lado, imaginan ese otro mundo, como un sitio anhelado, no es Jurassic Park, se parece más a Las aventuras de Tom Sawyer, pero sin churpias. Al lado del río, contemplando con inocencia, hay una angustia tenue, infantil, sin final.

En Hollywood Boulevard las estrellas son de hielo. Érika del Río quiere tener el glamour del cine camp estadounidense, imitando la vida, como puta fría actúa, se enamora de las visiones sin futuro, su vida es un drama, malo, predecible, y profundamente triste.

La Carretera 77 fluye entre trailers fugitivos. La otra mirada de Cuarenta Grados, otros viajantes queriendo traspasar la barrera imaginaria a una vida mejor, recluidos en un lugar inhóspito, transitan pesadillas de convivencia inútil, sentimientos pestilentes, olvido retrospectivo.

El último relato no existe.

Cuarenta Grados es un compilado de tristeza. Una road movie cuyo proceso debió ser doloroso. Palmas de ira. Un documental de ficción escrito con sangre. Askari devela su visión de la frontera, de un México y un Estados Unidos muy peculiares, pero sobre todo cuenta (relata) la vida de personas que se sienten cercanas y llenas de muerte, el desenlace es el fracaso, inevitablemente, ya que, si se me permite utilizar un arjonismo: si el norte fuera el sur, seriamos igual, o tal vez un poco peores.

Libro: Cuarenta grados (Fondo Editorial Tierra Adentro)
Autor: Askari Mateos

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