El viejo y el joven Cucapa.
Dedicado con un profundo reconocimiento al grupo indígena de la Baja California.
-La incertidumbre ha ido aumentado por cada puesta de sol ante la presencia de cada pupila humana… se respira el victimario de la depravación ambiental, se intuye temor, harto temor, ¡pero son ciegos, harto ciegos!.
El fusilamiento del vientre que rodea a nuestra madre tierra esta destrozándose con los mordiscos de las lombrices endemoniadas que surgen por la mano del hombre-.
Pronunciaba palabra por palabra con sabia reflexión el viejo jefe guía de la Tribu Cucapá a un joven apenas entrados los 18 años de edad, hallándose sentados por el pie que desemboca en la inmensa y majestuosa montaña llamada el cerro del águila. El joven no comprendía las palabras del viejo Cucapá pero sentía que le invadía desde su interior una terrible melancolía, que ni a tragos de saliva podía arrancar terrible sentimiento. De repente, el joven siente correr entre sus mejillas morenas y curtidas por los rayos del sol cachanilla una pequeña lágrima que es destruida inmediatamente por el delgado dedo meñique de su mano huesuda, para remediar este penoso acto, trata de romper el silencio interrogando al viejo sabio:
-¿Pero, por qué contarme todas esas historias abuelo?-, y el viejo responde con inquebrantable tranquilidad, -Hijo, algún día, tú será el encargado de seguir con nuestra tradición, con nuestras costumbres milenarias, las cuáles debes y deberás respetar por siempre ante toda la eternidad y ante la presencia de los años luz, por lo tanto, tengo la misión como lo hizo mi tatarabuelo con mi bisabuelo, mi bisabuelo con mi abuelo, mi abuelo con mi padre, mi padre con mi persona, y yo el deber de brindarte todos mis conocimientos que he ido recogiendo por todos estos años de mi vida para entregártelos a ti en esta tierra tan hermosa, pero que en ocasiones es muy ingrata, pero… lo importante es que quiero que comprendas el valor de nuestras costumbres, hijo.
-¡Pero abuelo!- interrumpe el joven de manera intrigada, -No entiendo por qué hablas de una manera tan horrible de la vida siendo que mencionas que es hermosa!-, hablaba el joven con tono alarmado y confundido por la profunda filosofía de parte del abuelo.
-¡Mira, hijo, lo que pasa es que debes tener la habilidad para distinguir los malos actos que nosotros los hombres hacemos con nuestro entorno, con nuestra naturaleza, observa a tu alrededor, ¿qué es lo que miras?.
-No sé abuelo, miro grandes porciones de tierra llamadas montañas, árboles en pequeña miniatura como si pareciera que nunca podrían crecer en medio del desierto, en medio de la nada-, responde el joven un tanto desconcertado a la pregunta formulada por su abuelo.
El abuelo se toca su barba color plateada de gran tamaño más por desesperación que cualquier otra cuestión, enciende un cigarrillo con sus manos ásperas por tantos años de labor intensa en el campo, en la ganadería, en la pesca, en fin, todas aquellas que atañen a la vida campirana.
-¡Nooo, no,no,no!, quiero que mires más allá, esto es llano, todo lo que se encuentra en el exterior es inmensamente superficial, la verdadera esencia de las cosas y de las personas se encuentra en su interior, es por ello que debes aprender a visualizar todo, pero te vuelvo a preguntar una vez más… ¿qué es lo que miras?.
El joven realiza un gran esfuerzo para responder en segunda ocasión la interrogante formulada por su abuelo, se coge de hombros, aprieta sus puños y vuelve a intentar responder el acertijo,-mmm… miro además del panorama desértico, mmm… industrias, autos, gente atareada sin observar a su alrededor-.
-¡Exacto!, eso es lo que deseaba que llegaras a percibir, hijo mío, tanto los autos, como las fábricas son máquinas, puras máquinas que aniquilan la pureza de nuestra esencia, hoy día el ser humano es una imitación a la imagen del propio ser humano, son gritos fallidos por una generación hueca, vacía; observa a todas las personas que conducen sus carros!, ¡mira como reaccionan!, son ciegos, harto ciegos-, el viejo señalaba con sus manos aquellos autos que corrían cerca de la carretera aledaña al hermoso cerro del águila.
-Pero abuelo, la vida es más sencilla de esta forma, tú mismo lo decías en tus historias que me habías comentado en diferentes ocasiones, ¿recuerdas?, por ejemplo sobre todas aquellas travesías que le llegaron a suceder a nuestros ancestros y sobre todo lo que batallaba nuestra etnia y comunidad para mantenerse con vida en estos climas ingratos, ¿no te parece que hemos obtenido más ventaja en ello?.
-Sí hijo, no te niego nada en ello, pero debes de comprender que la gente hoy día tanto en la ciudad como nuestra comunidad no quiere valerse de sí misma, como lo habían realizado por miles de años nuestros ancestros, ellos que sobrevivieron a las calamidades del tiempo y del clima, no recuerdas cuando te contaba que los antiguos ancestros tenían que caminar gran cantidad de leguas para encontrar comida y agua. ¿De qué sirvió entonces todo ese ejemplo y esfuerzo que forma parte de nuestro legado que nos han brindado?, para nada hijo, tengo miedo a que nuestra comunidad desaparezca, mucho de nosotros se han retirado a varias partes para trabajar tierras que ni son nuestras, ¿cómo quieres que no me sienta defraudado por ello?, nuestras costumbres se pierden día a día por la influencia de los mexicanos y de los gabachos que provienen de la ciudad… los de allá de Mexicali nunca nos han brindado su ayuda excepto los grandes señores, mi señor Esteban Cantú y hasta el tatita Lázaro Cárdenas, ¡esos sí eran hombres hijo!, ¡hombres con un ímpetu a gran escala!, ¡orgullo del pueblo ejidal!, hombres de palabra, Dios los tenga en su santa gloria, bienaventurados sean y serán, ¡no que ese pinche Porfirio Díaz que nos robo tierras pa’ entregárselas a otra gente y esos cabrones que quisieron pasarse de listos con quitarnos nuestro derecho milenario de pescar en nuestro laguito, le rendirán cuenta a los seres divinos!.
Aunque el joven desconocía por completo aquellas grandes figuras de la historia nacional como de la Baja California, no era del todo ajeno al interés que se despertaba desde el fondo del corazón y del espíritu por parte de éste, pero aún el aprendiz se encontraba en tela de juicio con las palabras citadas por parte de su abuelo, volcándose una gran cantidad de ideas, de pensamientos, de razonamientos que deseaba externar y compartir con el gran sabio, dirigente de la comunidad el Mayor.
-Abuelo, nosotros no hemos perdido nuestra cultura, nuestras ideas, aún las mantenemos vivas, por ejemplo nuestra lengua ha perdurado por mucho tiempo, en verdad que no te entiendo abuelo, tienes tanto coraje en tu corazón que no puedes ver lo bello que es el mundo que nos rodea, has dejado de creer en la gente, en esa gente que viene a diario a visitar nuestra comunidad para conocer nuestra forma de vida, ¿por qué mantener esa forma de pensamiento que oprime tu corazón?, mencionaba el joven de forma sarcástica, al antiguo estilo mayéutico, pero prevaleciendo un eterno ambiente de respeto hacia el viejo guía de la comunidad, figura que mantenía cierta similitud con la del gran poeta Netzáhualcoyotl. El abuelo, sin pensar mucho en contestar la pregunta dirigida por su nieto, termina con su cigarrillo para guardar la colilla de éste en uno de los bolsillos de su pantalón azul prelavado, dirige su mirada hacia el joven desconcertado y lo coge por lo hombros para decirle cuanto lo amaba y lo estimaba, después de la diferencias de pensamientos que mantenían ambas generaciones, se incorporan de pie ambos para posteriormente despedirse del gran y hermoso cerro del águila, inclinando la cabeza levemente de forma delicada como muestra de respeto y admiración.
Tanto el abuelo como el nieto intuyen que los rayos del sol empiezan a ocultar por detrás de las cordilleras montañesas, y es por ello que deciden acelerar el paso para retirarse en volver hacia la tranquila comunidad Cucapá.
Aún faltando unos 5 kms. para llegar a la comunidad el Mayor, el abuelo inesperadamente detiene sus pasos para levantar su mirada hacia el cielo que se encontraba en ese preciso momento, en ese preciso instante, a punto de surgir el hermoso fenómeno del Ocaso, el cual llenó de gloriosos rayos de sol taciturnos emite un efecto de melancólica seducción en las pupilas grisáceas del viejo abuelo.
-Abuelo, ¿por qué te has detenido?, exclamaba con cierta preocupación el joven, el abuelo tardó casi 1 minuto para responder a la pregunta, dejando entre abiertos sus labios delicados, mostrando una pequeña sonrisa.
-Hijo, ¿cuándo fue la última vez, que volteaste a observar ese panorama divino llamado cielo?.
-La verdad, no recuerdo, pienso que fue hace mucho tiempo atrás cuando apenas era un chiquillo.
-Mmm… si bien te has dado cuenta también estamos perdiendo la fascinación en observar a nuestro cielo, contemplar las estrellas, la luna, el sol, el mar, aquellas cosas en las cuales uno piensa que son pequeñeces pero en realidad en ellas se encuentra la grandeza de nuestra existencia, de nuestra esencia… ¡que lindo es el cielo y más aún hoy día en nuestra pequeña charla que hemos sostenido!.
-Abuelo, debemos apurarnos, el sol se oculta y nos gana terreno, debemos de apretar el paso.
-Es cierto hijo, tienes razón.
Finalmente de haber cruzado por una gran cantidad de senderos cubiertos por arena y ramas desérticas, el abuelo y el nieto han llegado a la comunidad el Mayor, donde toda la población de no más de 120 personas se encuentran descansando en sus respectivos hogares, excepto un señor de aproximadamente 67 años que se encontraba sentado en un viejo sillón en el pequeño patio de su casa bebiendo un bote de cerveza, para dar cierre a sus actividades laborales, y aprovechando para relajar la tensión corporal.
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