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¿Quién necesita los estudios culturales?: Una serie de visiones sobre apogeo, decadencia y resurgimiento

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En el ensayo que da inicio trataré de resolver algunas cuestiones que atañen a la naturaleza de los estudios culturales. Propongo analizar dos posturas contrarias acerca del surgimiento y pertinencia de estos al campo del conocimiento. Una de ellas proviene de la Antropología (u otras ciencias sociales) y es una visión dura que deja pocas concesiones. La otra es una perspectiva optimista de los estudios culturales, que proviene ya sea del interior de los mismos o de sus partidarios. Quisiera además, permitirme realizar una crítica final donde encuentre los puntos de convergencia de ambas posturas, que den pautas para dilucidar sobre el futuro de los estudios culturales en el mundo y en Latinoamérica.

0. Un lugar que podemos revisitar: ¿Qué son los estudios culturales?.

Para iniciar la discusión, primeramente presentaré el concepto de estudios culturales sugerido por Carlos Reynoso (2000: 19):

Los estudios culturales son el nombre en que ha decantado, plasmada en ensayos, la actividad interpretativa y crítica de los intelectuales. Los estudios culturales se han estandarizado como una alternativa a (o una subsunción de) las disciplinas académicas de la sociología, la antropología, las ciencias de la comunicación y la crítica literaria, en el marco general de la condición posmoderna. El ámbito preferencial de los estudios culturales es la cultura popular.

El argumento de Reynoso es que, los estudios culturales, son el nombre con que se conocen algunos trabajos (ensayísticos sobre todo) que pretenden analizar la cultura perpetrando otras disciplinas en tono posmoderno, y que además tienen preferencia por el ámbito de la cultura popular. Sin embargo, Giberto Giménez (2003: 73) entiende a los mismos de la siguiente manera:

Al hablar de estudios culturales nos referimos sólo a aquellos que se esfuerzan por someter su discurso a cierto control epistemológico, apoyándose en referencias empíricas amplias y sistemáticas, bajo el supuesto de que el discurso científico es siempre, en mayor o menor grado, un discurso que intenta controlar sus paradigmas, modelos, definiciones y vocabulario, así como también exhibir sus procedimientos metodológicos de validación empírica.

Para Giménez la apreciación de Reynoso no tiene lugar, ya que los estudios culturales “serios” no entrarían dentro de la gran cantidad de discursos ensayísticos o literarios sobre la cultura a los que se refiere el segundo, los cuales, en realidad, son tomados poco en cuenta dentro del mismo campo. Los estudios culturales pertenecerían entonces a la esfera que estudia a la cultura de una forma más amplia.

Antes de ver de que manera los estudios culturales estudian a la cultura, trataré de definir esta misma. En realidad el concepto de cultura es demasiado vasto, por lo que me permitiré definirla desde su apartado simbólico-estructural, el cual es estimulantemente útil para explicar el proceso de los estudios culturales.

La concepción simbólico-estructural de la cultura ha sido desarrollada por John B. Thompson, a partir del enfoque propuesto por Clifford Geertz, el cual proponía que

La cultura es el patrón de significados incorporados a las formas simbólicas —entre las que se incluyen acciones, enunciados y objetos significativos de diversos tipos— en virtud de los cuales los individuos se comunican entre sí y comparten sus experiencias, concepciones y creencias (Geertz en Thompson, 1998:197).

Así Thompson (1998: 185) define la concepción simbólico-estructural de la cultura a partir de la siguiente premisa:

(…) los fenómenos culturales pueden entenderse como formas simbólicas en contextos estructurados; y el análisis cultural puede interpretarse como el estudio de la constitución significativa y de la contextualización social de las formas simbólicas.

El análisis cultural se daría, por lo tanto, a través del estudio de estas formas simbólicas (acciones, objetos y expresiones), dentro de su relación con los contextos y procesos “históricamente específicos y socialmente estructurados” en las cuales estas formas simbólicas son “producidas, transmitidas y recibidas” (Thompson, 1998: 149-150).

La cultura aquí puede ser analizada por medio del estudio de los signos y símbolos, estudiando sus códigos a través de cierta dimensión semiótica. ¿Cómo pueden analizarse estos códigos?. Es imposible observar la cultura en su totalidad, por lo tanto, al tratar de determinarla absorberíamos tan solo pequeños tajos, ¿Cómo analizaríamos dichos tajos?. Existe un concepto llamado “texto cultural” desarrollado por Brummett (en Giménez, 2003: 79) y que se refiere a un conjunto de signos o símbolos relacionados entre sí, que conllevan a desarrollar significados que producen un efecto en común. Así, la cultura puede leerse, al igual que un libro: el guiño del ojo en un bar, los celulares encendidos en un concierto de rock, los niños arrojando huevos a una casa en Halloween, etc.

1. Caminando sobre el aire: un inicio de los estudios culturales.

En este apartado trataré de seguir las pautas que permitieron el surgimiento de los estudios culturales. En pleno siglo XIX, el pensamiento romántico en Gran Bretaña encuentra a través de la literatura un medio para sensibilizar a la sociedad. Este pensamiento persiste con el tiempo, se cree que mediante la cultura (representada aquí por la literatura) se conseguiría una especie de “salvación”. El crítico literario Mathew Arnold responde a un programa que pretende “civilizar” a la sociedad por medio de la literatura. La cultura aquí se concebía como un estudio de la perfección (Mattelart y Neveu, 2004: 27), la literatura respondía a una aspiración de la perfección humana, es decir, como dice el lema de mi universidad, ésta era “por la realización plena del hombre. Así, con la formación de los estudios literarios ingleses, se construye un modelo ideal del ciudadano inglés. De este modo la literatura se “nacionaliza”, pasaría sin embargo un largo período antes de que estos estudios entraran en el plan normal de las universidades. Uno de los discípulos de Arnold, Frank Raymond Leavis entra a escena, cuando en 1932 pública su libro Culture and Environment, en donde deja entrever su plan: sólo la lectura metódica de los textos ingleses puede salvar a los hombres de la tormentosa sociedad industrial (Mattelart y Neveu, 2004: 33). Ese mismo año Leavis forma la revista Scrutiny, la cual realiza una cruzada en contra de los mass media, se rechaza entonces a la sociedad tecnificada y zombificada por la televisión, la radio y las malas costumbres. A pesar de esta visión que hoy puede parecer cuestionable, Leavis y sus antecesores se preocupan por estudiar el rol que la cultura tiene dentro de la (re) constitución de una sociedad, irónicamente, los estudios culturales a partir de aquí se desarrollarían en la observación de las clases populares.

En 1957, Richard Hoggart pública su libro titulado The Uses of Lyteracy: Aspects of Working-Class Life with Special References to Publications and Entertainment, en el cual expone a la clase obrera influida por los medios de comunicación, concluyendo que “nunca hay que olvidar que estas influencias culturales ejercen una acción muy lenta sobre la transformación de las actitudes y que a menudo son neutralizadas por fuerzas más antiguas” (Hoggart en Mattelart y Neveu, 2004: 37). Esto responde a la vieja postura, ya que considera que aunque los nuevos medios de comunicación fomentan actitudes de alguna manera “no aceptables”, la mayoría de estos sectores permanecerá ajeno a estas, debido a que la tradición resultaría más fuerte que el estimulo de los medios.

En los años sesenta, por otro lado, Raymond Williams y Edward P. Thompson, profesores especializados en educación de adultos de clases populares, intervienen en una nueva concepción de los estudios culturales. Ambos, añadidos a la New Left, redireccionan los análisis marxistas hacía un estudio de la resistencia de las clases populares. Aquí hace su aparición Stuart Hall, el cuarto mosquetero. Con un origen marginal, los estudios culturales (por fin concebidos así, en toda la extensión de la palabra) se valen de sus padres fundadores (Hoggart, Williams, Thompson & Hall) para posicionarse, a través de maniobras políticas y académicas. Con la puesta en marcha del CCCS en 1964, los estudios culturales encontraron su hogar. Hoggart (quien preside en un primer momento el centro) legitima pues, una rama especializada en la cultura, la cual no es bien vista por otros colegas. Las primeras temáticas tratadas en el CCCS fueron las concernientes al estudio de las formas de identidad y las subculturas (especialmente las juveniles), el urbanismo y los problemas de las sociedades industrializadas.

El CCCS de Birmingham centraría en su segunda generación una serie de nuevos personajes que desarrollarían estudios hasta entonces descabellados. Simon Frith por ejemplo, hace una sociología del rock, el colectivo Hall, Hobson, Lowe y Willis revisan los medios de información y entretenimiento. No hay que olvidar que otras temáticas que se desenvolvieron solidamente durante este período fueron las relativas a raza y género.

Sobre esta importante etapa de los estudios culturales, Mattelart y Neveu (2004: 75-76) expresan tres valiosas aportaciones:

1. La renovación del temario y de los planteamientos. La cultura ya no era objeto de devoción o de erudición sino que era cuestionada por su relación con el poder.

2. La combinación entre investigación y compromiso.

3. El rechazo a los patriotismos de disciplina, es decir, el desarrollo de un enfoque interdisciplinario.

2. Apogeo: Rompiendo el hielo como un rayo de luz.

Hasta ahora he tratado de dar un panorama más o menos detallado de la formación de los estudios culturales como disciplina formal. Quisiera en esta sección contar como se concibe su apogeo a partir de los años ochenta. De manera irónica de nuevo, son los conservadores británicos los que dan impulso en esta nueva era a los estudios culturales, a través de una de las políticas públicas que consistía en volver a los polytechnics (hasta ese momento instituciones bastante mediocres) en universidades de primer nivel, los cuales tomaron entre sus medidas distintivas abrazar la labor científica, desarrollando los estudios culturales como tarea primordial dentro de sus aulas. Hay algunas condiciones que favorecieron la proliferación de los estudios culturales en este período: en un primer lugar, la aparición de un nuevo grupo de estudiantes que retaron al mundo académico dominante hasta ahora. Por otro lado, la ampliación de intereses hacía una apuesta por el estudio de la cultura de masas y sobre estilos de vida de jóvenes, o sea, de una cotidianeidad poco explorada, que resultaba muy atractiva para las nuevas generaciones.

3. Decadencia: Llorando posmodernidad en el centro del mundo.

Los noventa significaron un plano ambiguo dentro de los estudios culturales, si bien lo cultural pasa a un plano importante dentro de las líneas de investigación de las universidades, esto conlleva intereses que se sitúan en facilitar la creación de bienes culturales más que en tratar de comprender los fenómenos desde la cultura ((Mattelart y Neveu, 2004: 111). El riesgo de situar la mirada posmoderna (concepción simbólica de la cultura, lo cultural como un texto, collage cultural, etc.) en el interior de los estudios culturales hace que su pensamiento se cuestione como válido, pues todo se abre tanto que pareciese que explica casi cualquier cosa de manera maravillosa (casi mágica). Ante su rechazo europeo, los estudios culturales ven una apertura en América y en algunas partes de Asia, la lengua parece ser uno de los principales problemas de posicionamiento, pues los estudios culturales parecen ser del dominio anglófono. Sin embargo, en Latinoamérica los estudios culturales se asumen desde otra posición: la de los oprimidos. Si los estudios culturales británicos provenían de la New Left, los estudios culturales latinoamericanos nacían de las cenizas de los duros “regímenes autoritarios” (Mattelart y Neveu, 2004: 120), donde la transición hacía las vías democráticas apenas se estaba realizando, y la idea de progreso vendida por la modernidad había fracasado definitivamente.

Carlos Reynoso (2003: 310-311) plantea que la crisis de los estudios culturales se debe a su falta de seriedad, lo que él se refiere es a la falta de coherencia teórica (o rigor teórico) en el que pareciese se hace un collage facilón de diversos enfoques, en tono sarcástico siempre (posmoderno), saturado de minutas ortográficas incomprensibles, ambigüedad temática y la fascinación neurótica por concebir todo como si fuera un texto. Mattelart y Neveu (2004: 135) añaden que la crisis de los estudios culturales es una consecuencia de su desarrollo demográfico más allá de la vena sociológica, ya que los estudios culturales se desarrollaron por investigadores que provenían de las humanidades y la literatura, que daban énfasis al aspecto textual, y esto provocó que una vez desarrollado el campo en otros países las diferencias se hicieron más grandes, rompiendo las lógicas internas con que inicialmente se concebían de los mismos.

4. Resurgimiento: Un mar casi vacío esperando ser llenado.

Como se puede ver la misma naturaleza de los estudios culturales los hace polémicos, su carácter difuso y cambiante los vuelve escurridizos, los ha hecho entrar en crisis. Sin embargo, tomando la acepción de la palabra crisis en japonés (kiki), sus caracteres denominan tanto la idea de peligro (危) como la de oportunidad (機), por lo tanto este principio zen, significa que si bien la crisis simboliza en un primer momento “peligro” (y que éste debe ser tomado notablemente en cuenta), también da la “oportunidad” de entrar en una segunda fase: la de renovación. Mattelart y Neveu (2004: 136) lo expresan de la siguiente manera:

Para escapar a una inexorable depreciación, los estudios culturales tiene que volver a plantearse las preguntas que se habían formado durante los años setenta: ¿Dónde se encuentran actualmente las conexiones interdisciplinarias productivas? ¿Cómo puede convertirse el compromiso en un motor y no en una amenaza para el trabajo intelectual? También tienen que afrontar retos inéditos: la gestión de los riesgos vinculados a una institucionalización exitosa, las preguntas sobre lo que ha cambiado en la economía y en el estatus de lo cultural.

Los estudios culturales que pretendan ser realmente serios deberían buscar ahora en adelante un replanteamiento, una vuelta al pasado, pero también una posición firme en el presente, un proyecto sólido y coherente, un compromiso intelectual con el futuro, tal como lo concibe Raymond Williams (1997: 199):

Si ustedes aceptan mi definición de que es verdaderamente a esto que se refirieron los Estudios Culturales, de asumir lo mejor que podamos el trabajo intelectual y seguir con él este camino muy abierto para vernos frente a personas para las cuales no es un modo de vida, para las cuales no significa una oportunidad de empleo, pero para quienes es una cuestión de interés intelectual propio (…) si estamos preparados para aceptar este tipo de trabajo y revisar el programa y la materia lo mejor que podamos, en este ámbito que permite esa clase de intercambios, entonces “Estudios Culturales” tiene sin duda un futuro muy notable.

Los estudios culturales han visto su expansión temática, han agendado nuevos tópicos a los campos de investigación, han propuesto una mirada más amable ante la diversidad social, y sobre todo han cuestionado el rigor académico y las políticas de las instituciones. Como todas las disciplinas, han tenido unos inicios accidentados, su desarrollo ha sido impreciso, rebelde, incoherente a veces, pero el nuevo enfoque que ha brindado hacia la mirada a través de lo cultural en su sentido más amplio, es sin lugar a dudas una aportación extraordinaria.

BIBLIOGRAFÍA

Giménez, Gilberto. 2003. “La importancia estratégica de los estudios culturales en el campo de las ciencias sociales” en Valenzuela, José Manuel Los estudios culturales en México. México, pp. 70-96.

Mattelart, Armand y Neveu, Érik. 2004. Introducción a los estudios culturales. Editorial Paidós, México.

Reynoso, Carlos. 2000. Apogeo y decadencia de los estudios culturales. Editorial Gedisa, Barcelona.

Thompson, John. 1998. Ideología y cultura moderna. Universidad Autónoma Metropolitana, México.

Williams, Raymond. 1997. “El futuro de los estudios culturales”, en La política del modernismo. Contra los nuevos conformistas. Manantial, Buenos Aires, pp. 187-200.

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