Epílogo aclarativo a una queja abierta a la literatura mexicana contemporánea
Tal vez no fui lo suficientemente claro, o la exposición de mi argumento fue un tanto ligera. Tal vez me pasé de poético en algunos párrafos, o fui demasiado prosaico. No sé, pero ciertamente existen algunas confusiones generales en cuanto a mi queja abierta a la literatura contemporánea mexicana (o a los escritores contemporáneos mexicanos, para ir aclarando más las cosas). Sea cual haya sido el caso, me veo en la imperiosa necesidad de esclarecer mi propio argumento en cuanto a algunos puntos fundamentales y, advierto, no por un afán caprichoso de no ser malinterpretado, sino porque la misma situación así lo requiere.
Primero, lo referente al nombre del ensayito con el contenido: no se trata de una simple queja, ingenua, malinformada, malestructurada; no se trata de un lloriqueo marica frente a lo que considero mala literatura. Se trata de una forma retórica de proponer mi disgusto y desconcierto hacia el círculo literario y sus fetiches, sus métodos, dogmas, paradigmas y situaciones. Al quejarme, a lo largo de las varias cuartillas que componen el texto pasado, pongo de manifiesto mi situación frente a la de otros escritores y manifiesto mi desdén general a la mayoría (y generalizar, enjuiciar englobando una mayoría, no coloca dentro la particularidad ni individualidad, sino, precisamente, las características encontradas mayoritariamente: que quede nota: que la mayoría me caguen no implica que todos lo hagan). No me estoy nomás quejando, estoy señalando. No me estoy simplemente acomodando fuera para criticar, estoy siendo crítico mientras me desplazo a una posición periférica, rehusándome a ser lo que desgloso con ojo analítico. Y no sólo eso: también propongo.
Ahora, referente a detalles más ambiguos del contenido: no estoy tachando al mecenismo ni al mecenado como malignos, eso sería bobaliconería. No estoy refutando premios ni becas ni reconocimientos. Primeramente porque reconozco buena literatura, tenga o no reconocimiento, sea vaca sagrada o “escritor oscuro”, esté becado o no, sea aristócrata o pobre. Entre mis gustos destacan todo tipo: desde Jacques Bergier a Úrsula Miljovic, desde Darío a Cortázar, desde Haruki Murakami a J. K. Rowling, desde Julián Herbert a Heriberto Yépez: no tiene que ver el nivel literario y/o social al que pertenecen. No, no hablaba de eso. No hablaba de ganar premios ni becas. No, no, no. No. Hablaba de escribir meramente para ganar premios. Hablaba de estructurar una carrera literaria en pro del constante pago glorioso y cuantioso. Lo cual no está mal en lo individual, en lo propio, porque a quién no nos gusta el dinero. A lo que me refiero es que este tipo de escritura es la que predomina y, cuando lo hace, como ahora, los resultados son laxos. Mientras esté de moda una estética, todo lo escrito desde dentro con cierta artificiosidad es materia ganadora. Mientras se conozca la estética imperante y se aproveche, siempre se puede ganar. Es decir, mañana, cuando CONACULTA se interese por otros estilos, la mayoría de los ganadores no volverán a ganar y sus estatus de escritores geniales se irán al estancadero pantanoso. Su misma mierda los asfiaxará. ¿Por qué? Porque no son escritores realmente buenos, ni con vocación: porque enfocan su escritura a la mercadotecnia y no todos pueden ser Carlos Fuentes. Ende, la mayoría de la producción literaria de novedades es interesante en algún punto, pero generalmente no deja más cuando se cierra el libro. Cuando se llega a la última frase uno dice: “A huevo, terminé otro libro.”, y ya. A eso me refiero. No a ganar premios: porque, si se escribe, se publica, poco o algo o mucho de lo que se escribe, y a la larga hay material que se puede meter a concurso; o tal vez se termine una novela cuando se abre una convocatoria: ¿por qué no participar? Es tan distinta la actitud y el método, que el resultado de la obra, sin restricciones ególatras, es profundamente bueno (aunque no en todos los casos). Se nota quién escribe para ganar concursos y becas y quién escribe porque no puede no hacerlo y gana concursos y becas. A eso me refiero. Y de que hay escritores tan astutos y buenos que escriben para ganar sin tropezar sus obras los hay, no hay duda, pero son los menos. No es cuestión moral esto, es cuestión de amor.
Eso, espero, queda aclarado; así, ahora, ahondo más.
El detrimento del material literario producido se debe, mayoritariamente a esos dos factores: uno, escribir para ganar; dos, escribir burocráticamente. Escribir como proceso corporativo. Escribir como barbero. Escribir para pertenecer a la aristocracia. Hay grandiosos ejemplos de cómo ésto funcionó en algún punto: Quevedo, Góngora, Shakespeare, Virgilio, y casi todos los escritores reconocidos hoy del renacimiento. Cosa que no significa que por hacerlo va a volver a funcionar. La razón es que los mecenas del pasado no “creaban” escritores, sino que adoptaban a quienes ya tenían más que simple talento para hacerlos producir más a menudo, como expone Juan Domingo Argüelles en su reportaje “Mecenazgo, premios y desprofesionalización de la cultura” (interesante en su mayoría, aunque redundante):
Las grandes obras y los grandes escritores y artistas surgen y se desarrollan independientemente de los mecenas o de la falta de ellos. Pero hay una interpretación un tanto ingenua en los mecenazgos oficiales: la idea de que se puede fabricar Horacios, Virgilios, Propercios, Rafaeles y Leonardos, cuando en realidad lo que hicieron los mecenas más célebres fue mitigar las necesidades de esos grandes artistas que, por lo general, ya eran talentosos (y que de todos modos serían grandes), para darles la oportunidad de seguir creando. No fueron grandes artistas gracias a los mecenas, sino que pasaron menos hambres o vivieron en la comodidad e incluso el lujo, gracias a sus protectores.
Él habla de los mecenas, pero yo del polo opuesto: los escritores (o artistas) que pretenden fabricarse Horacios, Virgilios, etc., por medio de la introducción a los círculos oficiales de la cultura y a los círculos de artistas. Creyendo que ganándose el reconocimiento de un escritor consagrado (o undergroundmente reconocido, o de culto), uno automáticamente se convierte en escritor, esta estirpe produce bajo la protección del ala (ya sea izquierda o derecha) de los voceros de la cultura. La ingenuidad es tal que los mismos representados no dudan (mayoritariamente) del protegido ni su protector. ¿Cómo se equivocaría un nobel al reconocer a otro grande, y cómo se equivocaría el mismo nobel al descalificar a uno pobre? Bueno, basta revisar casos tan burdos y ridículos como el de Roberto Bolaño, que, tras la muerte de su opresor, surgió con creciente popularidad y ahora es denominado como uno de los más importantes novelistas bla bla bla. Errar es humano.
Y luego está el rockstarismo. Qué idiotez. Creer que escribir unos librejos ya lo hacen a uno Escritor, Divino Escritor, y que escribir esos librejos lo vuelven superior a uno. ¡Ni siquiera saben en qué consiste el arte de escribir! ¡Ni siquiera saben por qué es arte! ¡Ni siquiera conocen sus herramientas! Bueno, quien guste la actitud, puede tomarla. Porque fue otro malentendido: quien quiera ser rockstar, sea rockstar; pero, gastar energía en actitudes, apostura y reputación, es quitarle energía a la escritura, es restarle importancia.
Voy a ir resumiendo y subiendo el tono a uno más agresivo para que no se entienda un cambio de actitud de mi parte.
Escribir requiere energía, vocación, amor, entrega; escribir es la cópula con uno mismo, con el alma, la entrega mística a las fuerzas propias, ya sean brillantes u oscuras. Escribir está más allá de cualquier fin personal, pues la escritura se desarrolla en los niveles del lenguaje previos a la representación simbólica del deseo. Es, pues, una idiotez, una corrupta charlatanería, considerarse escritor (y grande, aparte [¿y qué otra pendejada es esto de la grandeza?]), cuando no se le toma el interés real a la escritura sino a la fama y el dinero. Es una pendejada pensar que la escritura está fuera de la escritura misma, y que somos la nueva voz de la literatura. Por esto hay tanta mierda escrita: porque en vez de escribir, los escritores van a la estética a arreglarse el corte para lucir esplondorosos en la fiesta del gremio. Éso es lo que estoy diciendo, no otra cosa.
Hay que ponerse a escribir, en vez de nomás lamerse unos a otros… y, lectores, está en nosotros exigir.
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