Browse By

Una inquietud

Se levantó al borde de la asfixia por el calor de dos edredones y comprobó con pasmo que la humedad que manchaba su entrepierna no era sudor. Pero, en lugar de correr al baño a higienizarse, decidió armarse con un picahielo y salir a la calle, con la madrugada en pleno y el silbidito agudísimo del silencio total perforando un túnel entre sus oídos, y caminó a paso veloz por las calles del fraccionamiento hasta que llegó a la calzada, que recorrió completa para dar con su destino final: las torres gemelas que habían permanecido abandonadas (así las tenemos al día de hoy) con sus quince pisos en obra negra desde más de veinte años atrás y sintió acelerar su corazón y sus pasos al localizar a uno de los veladores justo a la entrada observándole con la sorpresa del miedo auscultando el picahielo de la punta al mango hasta que este le atravesó el centro de una pupila dilatada para detenerse en esa suave región cerebral encargada de revelar los colores codificados por los desiguales temperamentos de la luz solar.

Avanzó con esfuerzo arrastrando consigo el cuerpo convulsionante valiéndose del mango de su instrumento para halar la cabeza hacia el interior de lo que se adivinaría el vestíbulo y detrás de un muro medio construido a medio derribar depositó el bulto. Siguió caminando y subió siete pisos para sólo detenerse ante otro bulto de similar calibre: respiración agitada y ojos brillantes en el fulgor de una linterna de mano. Misma operación. Por culpa de la tala inmoderada de los viejos bosques, en el mundo quedaba menos aire para compartir con la escoria de la escoria, me supongo. Picahielo de aquí para allá, arriba abajo, uno, dos, diez mandobles para acallar a un grito cualquiera y a la sinrazón y otro cuerpo cayendo ahora en picada rumbo al cemento liberador.

Todo bien, por el momento, pero faltaba por hacer lo único importante de la noche. Pensando en ello, bajó los escalones de tres en tres y de un brinquito aterrizó en el piso del vestíbulo. Corrió estirando sus brazos de venitas crispadas en dirección a un pasillo, quizás el más oscuro de todos, e inmediatamente al dar vuelta en él sus piernas se negaron a seguir y, con los ojos inundados de admiración, quedó frente a una especie de depósito, hecho de cemento también y pegado al suelo, que debía medir dos metros de ancho por tres de profundidad. Por su forma le hacía pensar en las jardineras exteriores del Distrito Cívico y de Gobierno, aunque casi al doble de su tamaño. Además aquellas eran blancas y brillosas y este parecía materializar el sentido literal de la expresión obra negra. Pero, a pesar de eso, era más bonito que ninguno. Y no recordaría el tiempo exacto que pasó ahí sin haberse percatado de los muros negros que crecían a sus cuatro costados hasta convertir su cuerpo en un mendrugo diminuto, como una enana negra que pudiera darse cuenta del momento en que era absorbida por un hoyo negro. Un hoyo que en este caso se desearía un poco más gris que su alma. Sin embargo, en el punto de negrura absoluta, y cuando nadie se lo podría esperar, la luz:

-Verde. No me importa si no te gusta, pues ahora, tantísimos años después, no tienes ningún derecho a escoger, ricura mía. Además, es un tono que me favorece en medio de esta penumbra. El cemento es frío y percibo que cada año es peor. Si tuviera un par de piececitos con mucha carne y sangre fluyendo reconfortante la cosa cambiaría mucho para mí porque podría frotármelos cada noche y conocer eso que ustedes llaman dormir. Pero nada de nada. Sólo gas y un fulgor que de radiactivo no tiene más que la voluntad pero que te ilumina muy bien. Tu carita culpable. ¿Tenía sentido que le hicieras esa grosería a aquellos dos pobres hombres? No me contestes ahora. Es cierto que me descuidaron durante estos años pero es porque jamás se percataron de mi existencia. Raro habría sido lo contrario, ¿no crees? Como sea, estuviste lejos durante tanto tiempo que un poquito de atención de vez en cuando no me habría estorbado, un ¿cómo estuvo tu día?, un par de ¡Buenas noches! quizás o un ¡Feliz año! cada dos años, sí… un masajito en los pies no, porque ya me he quejado de que no tengo, pero, bueno, entre todos estos reproches les agradezco que no hayan reparado en mí porque yo sólo te estaba esperando a ti. Ah, sigues siendo una belleza, ¿no te duele la cara en ocasiones? Vaya, no me hagas caso, la añoranza me hace su presa tan fácil y esa es una tendencia que se acentúa con la espera, ¿no crees?

-Ha pasado tiempo.

-¿Pero qué dices?, tú no estás en condiciones de hablarme del tiempo. Qué sinvergüenza. Me prometiste con esos ojitos tan dulces que… ajam, acércate, por favor, déjame sentir esas pestañitas, huy, dan cosquillas ricas, suavecitas… que vendrías a visitarme pronto y créeme que entendí tu propósito en su correcta dimensión: sabía que no te vería más que pasada una buena temporada, lo que te tardaras en asimilar la impresión de nuestro primer encuentro, pero esto ya es una exageración. Las cosas que te has perdido… y yo también porque, como deberías saberlo, sólo podía enterarme por los rumores que cruzan la frontera y me llegaban hasta acá porque si me hubiera devuelto jamás habría podido regresar haciendo imposible volvernos a ver. Es una política muy estricta. Lo que significa que podría haber venido cuando quisiera pues eso es lo que pasa con las reglas muy rígidas, nadie las quiere y desaparecen en su propio triste incumplimiento, pero decidí quedarme porque, siendo tú tan imprevisible, podías aparecer en cualquier momento. ¡Y mírate!

-Lo siento.

-Olvídalo. Por ahora entérate de que ha vuelto a aparecer un satélite hecho íntegramente de betún de vainillita y está orbitando ahora mismo y cualquiera lo alcanza con un saltito divertido y he dicho vainillita porque es mi sabor predilecto pero en realidad cambia al gusto de quien lo toque. Maravilloso, ¿eh? Y ni qué decir de las lluvias de coco, tesoro, buenas para que tú y yo nos revolcáramos bajo un montículo de cocada y para que me sorprendieras con la capacidad de tus pulmones sumergiéndote hasta el fondo del fondo en busca de esas gomitas de grenetina sabor a lagrimitas felices que tan ricas me saben. Pero creo que ya ni sé de lo que hablo, si se me pasaba decirte que el oxígeno quedó abolido por decreto el año antepasado, así que creo que te quedarías allá abajo saludando a esos chicos guapos que desaparecieron en nuestras dunas de pan molido y que viven tan satisfechos pues reaparecieron al instante pero ahora pueden volver cuando, literalmente, se les antoja, a esa delgada línea rosa entre las croquetitas fritas de ate de pera y las profundidades del coco tan compacto que se convierte en barrita azucarada y luego en pastel, pero estoy jugando, pues tengo presente que jamás dejarías de llevarme contigo para emerger juntos con toda la fuerza de un estornudo hasta los calurosos linderos de nuestro cielito verde, ¡verde!, justo a tiempo para la precipitación de los lichis bañados en regaliz humeante. ¿Dónde los bañan?, ese no es asunto que nos deba importar, pero te diré que desde hace mucho hay asociaciones de Excelencias que se reúnen para deliberar si provienen de alguna sabia matriz de jarabe caliente que una mañana de estas vendrá a juzgarnos por nuestra glotona sensibilidad para hallarnos tiernos e inocentes y unírsenos en el centro de una tostada especial regocijada con mermelada de durazno y mantequilla, y las mismas polémicas se dedican con idéntica pasión al caso de los membrillos en almíbar de guacamole, los pérsimos dorados en hojas de menta o los bombones rellenos de cerecita agridulce ahogados en salsa wasabi, y esta gente es tan terca, qué flojera, que incluso he escuchado delirios que hablan de un caldero caliente y ausente que una tarde expulsó un granito de azúcar mascabado y se fue lejos, lejos, a atender asuntos más importantes, mientras dicho providencial granito engordaba hasta darnos lo que tenemos hoy, incluido ese misterioso bloque de gelatina sin sabor que creímos sólo se atravesaba a los turistas pero que ahora nos visita más frecuentemente, según me han dicho, pero lo que yo pienso al margen de todo esto es que no importa mucho el origen de nada, eso no cambiaría nuestro futuro ni, lo más importante, lo que sentimos, que es, si lo meditas bien, lo único que tenemos, pues esa flamita que sientes tan bonita en tu pecho es la única realidad posible y, a despecho de lo que muchos gazmoños pudieran decir, debemos compartirla para que se haga tan grande y densa y profunda y extensa que todos, pero lo que se dice todos, la consideren visible y parte de sus vidas cotidianas y la Auténtica Realidad de todo cuanto existe, por más que en los días que corren nadie se percate de que aquí ha estado desde siempre y hasta disfruta el lujo de permitir, para mayor diversión suya, que duden de ella, pero toda esta idea sólo deriva de la necesidad de admitir que las calorías de nuestra propiedad y llegaron para siempre y no hay nada que pueda cambiarlo. Sólo queda hacer que se extiendan por todas partes pero en lo que se refiere a este lugar con tanto concreto y hierro y fierritos y fierrotes y cemento y acrílico y en medio de las ilusiones mentirosas del aspartame y el acesulfame me temo que sí se pronostica muy complejo, dadas estas circunstancias y entre tanto tráfico que crece y crece, instaurar con éxito el Reino del Empalago, especialmente cuando la sangre salobre se derrama, y te aseguro que en ese aspecto, lindura no nos has ayudado mucho. Creo que sí es difícil lidiar con el rencor.

-¿Rencor?, ¿contra quién?

-Tampoco me hagas mucho caso. Es lógico que no es contra ti, pero desde que se canceló el Programa Universal de Auscultación de Nichos Salados mi posición por allá se ha vuelto demasiado vulnerable: se ríen de mí; languidecer en esta forma y dentro de esta estructura formada por materiales duros e insípidos debe parecerles muy gracioso, ¿no?, y es que cuando me asignaron a esta región esta fue la salida más rápida que habrán encontrado pero no me pongo triste porque de lo contrario, si las cosas hubieran funcionado muy bien y yo hubiese cumplido mi encomienda entrando y saliendo a toda velocidad de este lugar tan oscuro, entonces jamás te habría conocido. ¿Ves ahora que todo ocurre por algo?

-Espera un momento: tú me prometiste que yo sabría que pensabas en mí según el color del firmamento, soleado si te acordabas de mi rostro y mi nombre, nublado si me olvidabas aunque fuera por un momento, ¿o era al revés?, y la verdad es que en todo este tiempo no se me había ocurrido levantar la vista y pensar en ti. Hasta ahora, creo. ¿Qué es lo que ha salido mal?

-Ay, qué cielo eres, pero por favor no me digas que te creíste esa memez. ¡Tú no eras más que una criatura! ¿Qué podía decirte para evitar que te me traumaras?, ¿que me quedaría en este agujero estanco durante años hasta que una madrugada, tal vez, quizá, probablemente, se te ocurriera levantarte y venir a verme?, y asesinando a dos inocentes!, pues claro que no. De verdad que las personas cambian, pero las personitas como tú conservan ese halo tan frágil y honorable de quienes se instalan en la niñez eternamente, me lo dice tu cara tan… hmm, estos cachetitos, cómo los quiero, qué bien los recuerdo, dos trozos de pan esponjoso remojados en leche fresca… tan inocente aunque haya estado a punto de salpicarse con sangre fea y salada que no tiene nada qué ver créeme, con ese néctar circulando gozoso por la suavidad de las venas de los Fufitos, esos bichos adorables, que se subieron a un promontorio de cebada, avena, trigo y salvado que, adivinaste, se apareció de súbito, para contemplar desde allá las dos explosiones atómicas con las que hace varias décadas este horizonte se cimbró, aunque creo que desde aquí donde estamos nos hallamos más bien lejos, y ellos consideraron que ambos hongos rojos estarían constituidos por centros de mermelada de frambuesa tan letalmente dulces que creyeron había llegado la muy vaticinada hora de salir disparados hacia acá e inaugurar una nueva época de cereal azucarado masivo y feliz. Pero no fue suficiente, ya vimos. Aunque al menos nuestros amiguitos se vieron y se siguen viendo lindos reproduciéndose y reproduciéndose y perfeccionándose una y otra vez, atravesando el cartón industrial mutágeno hasta las mesas bien puestas que coronan los desayunos dignos de fotografías inolvidables que nos servirían para recordar sus transformaciones en hordas de gallos, tigres, ranas, gatos amarillos y rosados, jirafas púrpura, brujitas, momias, el Conde Chócula, abejas, un ñu con talante de mamut, canguros, un tucán policromo, una tortuga con antifaz, un elefantazo marrón, pingüinos, incluso El Llanero Solitario y un fantasmita con la barriga azul, Frankenberry y una Robo-ardilla, un cocodrilo acompañado de su cazador: un fino caballero inglés de monóculo bonachón y más y más, hasta donde tu ternura te lleve a imaginar. Los Fufitos son así, tan naturales y acostumbrados a los cambios allá desde donde me mandaron y tan seguros de sí mismos y omnipresentes en este lugar, una dimensión tan necesitada de sabor y tranquilidad como de azúcar y buen gusto, y qué bueno que estén por aquí haciendo su parte.

-¿Y cuál es la relación de todo eso conmigo?

-Ninguna, pero es que a estas alturas ya no sé qué más decirte. Es curioso, pero durante este largo tiempo suspendido que empezó oscuro hasta que tú has venido a iluminarlo esta noche, además de las noticias y chismes que me hacen llegar, mi pasatiempo y pasión siempre había sido, quizá lo sospeches, pensar en ti pero en los términos de la charla que sostendríamos una vez llegado este momento: si sería de día o de noche o si estos años te habrían sido leves y si los habrías aprovechado muy bien, la ropa que usarías para venir a verme, pues pronto comprendí que sería irreal esperar tu aparición enfundada en ese viejo uniforme escolar con el que te conocí, o si tu rostro y tus modales habríanse deteriorado conforme entraras en la vida cada vez más agitada que corresponde a la edad que tienes ahora. Y no sé si te haya pasado, pero hubo noches en que… te está colgando una legaña de tu párpado izquierdo, quítatela, así, eso, no, no, ya casi, si la sujetas con el índice y el pulgar, sin mucha fuerza tampoco, correcto, muy bien… en que me atrevía a avanzar tanto con mis largos monólogos que de repente ya estaba abordando temas realmente insospechados, al menos para mí, ¿me sigues?, y por eso, cuando todo se quedaba callado, creí estar alcanzando nuevas cumbres de genialidad, despepitando proposiciones filosóficas que seguramente no se le ocurrirían nunca a nadie, aunque la emoción me duraba poco, porque es común que cuando no cuentas con quien oponer tus ideas con amplitud, estas no se pueden enriquecer mediante la crítica. Es algo muy triste.

-¿No podrías haber platicado con tus amigos que te comunicaban los chismes más recientes?

-Por supuesto que así fue al principio, pero con el transcurso de los primeros meses, te diré que los más largos, su actitud se fue haciendo más negativa, indagadora, y se volvió complicado inventar excusas y extensiones de mi misión y nadie entendía lo que pasaba, y no me importa que hayan empezado a desarrollar una animadversión en contra mía, pues lo que me deprime de verdad es que me miren feo. Pero lo han asimilado y al pasar este periodo de natural desconfianza vuelven a ser amables como antes, me visitan muy ocasionalmente, no hacen preguntas, me comunican las buenas o malas nuevas y estamos tranquilos.
-Hmm, ya veo. Me ha gustado mucho verte, pero creo que no me siento muy bien. Me duele la cabeza y tengo frío,

-No tienes la menor idea de lo que has hecho, ¿verdad?, me queda claro que no eres alguien que tenga el estómago de pasar mucho tiempo en la cárcel, que hasta debe ser peor que este agujero, ni tampoco de salir huyendo de la sensación de saber que en cualquier momento te atraparán.

-Bueno, no, no, es que no sé muy bien qué pasó y…

-Te precipitaste, cariño. Pero no importa, a mí me conviene más que las cosas discurran así porque ahora ya no te queda más opción que venir conmigo, adelante, vámonos ya…

-No sé, por lo que me dices me da la impresión de que ni tú tienes el control de las cosas que pasan por allá. No sé, a lo mejor ya no te quieren tanto como antes y hasta a mí me va mal, ¿verdad?

-¿Pero qué tonterías estás diciendo?, lindura, mira… a ver, trae acá esas manitas, ay, qué heladas se te están poniendo… mira, una vez que estemos del otro lado, todo será como antes, tendremos la facultad de suprimir todo el tiempo que transcurrió con el Mecanismo Físico de Conversión del Universo Gusano, curvaremos una dimensión completa parra transportarnos en un instante de un extremo al otro de nuestras percepciones para recuperar todos estos años de desolación y todo volverá a empezar para nosotros allá y esta espera habrá valido toda la pena para mí, aunque de hecho ya lo vale por tenerte aquí de regreso, ¿qué me dices?

-Sinceramente, no me parece que todos estos años hayan servido para esto, es decir, ahora recuerdo, o creo que recuerdo, pero porque tú me platicas cosas que quizás inspiran otras que me hacen cree que alguna vez pasaron, pero visto de ese modo, no sé si hayan sido ciertas para mí, y yo sólo me levanté porque quería ir al baño o algo así, pero heme aquí y he hecho cosas que… además, ya me está doliendo mucho la cabeza e ignoro lo que en realidad pueda estar pasando. Estas cosas de las que me platicar las siento presentes pero no me hacen sentir nada, o sea, como que sí noto que de verdad ha pasado mucho tiempo y ese es el gran problema.

-Te estás confundiendo, déjame explicarte…

-No. Eh, mejor olvida lo que he dicho, por favor. Es un poco desconcertante que me digas que has esperado tanto tiempo por mí, y si yo supiera que me mientes hace rato que te habría echado en cara tus embustes y me habría largado pero ignoro qué es, en qué consiste la relación que tuvimos y me lo pregunto porque allá, muy lejos, muy adentro de mi mente hay algo. Algo, sin duda. Como cuando te detienes por muchos minutos a disfrutar un sabor que solo conociste en la niñez, por una sola vez, y que nunca había regresado a ti, ¿sabes cómo? Aunque un sabor así no corresponde con los de la comida que me has mencionado, pues más exactamente es una sensación caliente y salada, ¿sí?

-Salada, ¿eh?, lo que pasa es que la culpa empieza a carcomerte y no es para menos: asesinaste a dos personas que bien podrían ser justo como tú, con pesadillas y grandes dudas, espero que algún día reflexiones sobre eso. Por el momento lo más importante es que desaparezcas, ¿y cuál es la mejor forma de hacerlo?, esfumándote en un hoyo negro como este. Hmm, tesoro mío, todo ha funcionado a la perfección esta noche. Ven, ya no hay tiempo qué perder.

-Un momento, ¿cómo sé que tú no lo provocaste todo y que me hiciste que me levantara, viniera hasta aquí, hiciera eso tan horrible que acabo de hacer y llegara hasta este agujero para reconocerte a ti?, es decir, bien podrías haberme manipulado a mí como a muchos más. ¡Qué miedo! ¿Para qué me quieres?, esto es una abducción, ¿no es cierto?

-Abdu¿qué?, diantres, corazoncito, tranquilízate y haz memoria, te lo suplico. Recuerda: la mitad de la mañana perdida como todas en el jardín de niños, la visita sorpresa de la directora acompañada del inspector de zona y de otro señor con un lustroso traje gris y la charla brevísima sobre la ciudad con sus grandes edificios donde papi y mami consumen sus vidas (o donde trabajan todos los días para comprarte cosas lindas, como más te guste) y la llegada de un camión amarillo al patio de la escuela al que subiste feliz para poner aquí tu piecito por vez primera, cuando corriste hasta este pasillo precisamente huyendo de tu profesora y del ruido y nos encontramos tan rápidamente como para que yo sólo alcanzara a planear entregarte al Cuerpo de Producción de Bombones Extraordinarios para que pasaras tus años más mozos en el fondo de un bizcochito de chocolate con dulce liquido en el centro en el que serías educado con toda dulzura, es obvio, ¿no?, por alguna delicada Fufita que de osa glotona en una caja de cereal pasara a transformarse en una réplica idéntica a mamá. Qué maravilla. Qué dicha tan grande.

-¿Alguna vez se te ocurrió que yo deseara eso?

-Ay, por el amor de Cracker Jack, serénate de una buena vez, que desde hace rato estás hablando como un personaje de novela. Parece que ya no tienes nada de bueno qué platicarme, evidentemente.

-No, creo que no. Más bien me parece que no debí ni abrir la boca desde un principio.

-Tesoro, no te imaginas lo que significa para mí que hayamos platicado. Ni tampoco sabes de qué forma empiezo a desdibujarme desde este momento…

-¿Por qué?

-Porque está claro que no serías tan feliz como yo lo espero si vinieras conmigo. Tal vez te diría que hay demasiada sal en ti, si no sonara tan ridículo. Así que no quisiera insistir más pero no puedo evitarlo: para ahorrarme esta contrariedad sólo te advertiré que a partir de esta noche puedes seguir viviendo como si nada hubiera pasado, como si no nos conociéramos (que de cualquier forma yo sé que es algo imposible de creer, sobre todo para mí, bombón), pues yo no dejaré de pensar en ti y en el instante en que, cuando menos te lo esperes, vaya por ti y en menos de lo que se dispara un segundo te transporte hacia acá por siempre, ¿entendido?

-A eso me refería con “abducción”.

-Lo que sea, y el punto que estoy tocando es que mi intención al esperarte consistía en recibir de ti la atención de acordarte de mí, sin importar en medio de qué condiciones, y si hubiera ido a por ti desde el principio todo habría sido diferente y más triste, sin importar la felicidad que hubiese puesto a tu disposición. Por eso, ya podrías sentirte libre de conducirte como más te plazca, al fin que tienes la seguridad de que sí existe otro mundo después de este. El mío, corazón de melón.

-¿Te digo algo y me lo crees?, yo ya sospechaba eso desde hace mucho, contigo o sin ti.

-Eres un tesoro malo, pero no me importa. Me perteneces y ya no hay manera de escapar. Disculpa la rudeza pero sólo quiero que vayas acostumbrándote a la idea de que estamos destinados a pasar la vida, la vida que no espera, viéndonos las caras.
-Eso suena un poco aburrido. Oye, disculpa si rompo el encanto, pero estas paredes ya me están inquietando. Es raro, hace unos momentos ni las notaba y ahora siento que me van a aplastar.

-No te aplastarán, te lo aseguro, es sólo que necesitaba meterte hasta aquí, conmigo, para verte mejor… pero qué ojos tan tristes y rojos tienes, primor… y lo que pasa es que ya te aburriste de mí. Y yo no les llamaría paredes, exactamente, recuerda que has entrado, te he introducido, en mi pequeñísima guarida, que no me puedo imaginar para qué usos fue planeada por aquellos días en que se planeaba terminar de construir este edificio, ¿lo sabes tú?, y me parece que no es más que una caja que casi asemeja un féretro de piedra bastante incómodo. Perdona la comparación pero así es como me he sentido desde que te fuiste y me quedé aquí, en un plano intermedio donde…

-Ay, por favor, eso ya me lo has repetido más de cien veces en este rato. Ahora lo que quiero es salir, si no te molesta mucho. Desde afuera te puedo seguir platicando, si quieres.

-No exageres, te pido, y vamos aclarando algo, que por una razón más te traje hasta aquí, una razón técnica, si te parece, y es que una vez que salgas perderemos contacto y además ¡no me interrumpas!, qué feos modales has desarrollado… y yo que les decía a todos por allá que cuando me distraía todo se iba al cuerno… en fin, tan sólo una pizca de saludable orgullo profesional, jocoso, ¿no?

-¿Y ese fue otro de tus parlamentos solitarios durante estos años?

-No tanto, sólo cuando te imaginaba a la deriva de todo y lejos de mi cuidado, y en mis peores momentos me convencía de que sin mí no podrías llegar a nada bueno. Y no me equivoqué.

-Mira, te juro que ya no soporto la cabeza, te ruego que me dejes salir y te prometo que desde este momento estaremos en contacto, ¿sí?

-¿Quieres que te acompañe algún Fufito? Puedo llamarles, eso sí.

-No, gracias, jajajaja, no… mejor esperaré para saludar a los que vienen en las cajas que tengo en casa. Ayer que compré cereal de fibra con pasas aritos de trigo sabor manzana. No te molestes.
-Lo que me tranquiliza es que una vez que estés conmigo tendrás oportunidad de aprender que con eso no se juega, dulzura. Por lo pronto, puedes ir pensando en lo que vas a decirle a los señores de uniforme cuando vayan a buscarte, pero no olvides que cuando las cosas se pongan peor, iré por ti, no te preocupes. Acá te corregiremos amorosamente, vida mía.

Y estaba fuera de nuevo. Con su cuerpo de tamaño regular, y ni hablar de la oscuridad de la caja tan dura como una piedra y otra vez fría como las emociones que momentos antes ahí se habían caldeado en el cero absoluto. Tampoco había ningún dolor de cabeza, por fortuna. Sólo un picahielo en el piso para tomarlo y correr a toda pastilla desde la negra recepción en obra negra hasta la calzada y de ahí enfilar directo a casita, que el pavimento estaba hecho de lava y cualquier paso lento podría significar hundirse en la perdición salada del canto de sirenas del rojo y el azul girando sobre sus ejes, y si por un momento hubiese volteado a mirar atrás se habría quedado de piedra ante la visión de tres o cuatro Fufitos agrupados en una alegre escolta que a su avance dejaba céfiros de jarabe de maíz antes de encararle para expresar sus deseos de buena suerte en esa nueva vida que brevemente estaba iniciando antes del carameloso renacimiento prometido.

Infortunadamente, ningún Fufito estaba preparado para enfrentar su constante ráfaga de mal humor y miedo reconcentrados en el acongojado filo escarlata que los derribó uno a uno como el amanecer derriba la cortina de terciopelo azul profundo que cobija a las calles.

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *