Interpretaciones disímiles. Vida de autor y momentos de creación.
Hace tiempo, leyendo datos sobre las vidas de Cortázar y Valle-Inclán, caí en cuenta de lo importante que puede ser para muchos conocer el trasfondo de algunos autores. En muchos casos, más allá del verdadero interés por las biografías (muchas resultan ser tan interesantes e impactantes como las mejores novelas), se debe a que esa misma vida es la verdadera creadora del arte, el verdadero centro de producción. Un escritor notable, memorable, entrañable y demás adjetivos terminados en -able, es capaz de escribir desde su centro emocional y expandir, pulir, aflorar, cualquier momento, cualquier instante, y volverlo sublime. Esa capacidad sólo es posible por medio de una vida tempestuosa, intensa. Dicho sea de paso, tal intensidad tempestuosa no implica siempre una rutina autodestructiva ni escándalo latente, pues, realmente, las tormentas no surgen bajo finalidades destructivas, sólo caóticas, y el caos siempre precede y sucede al orden.
Revisando anécdotas entretenidas de momentos en la vida de escritores, me encontré con que varias situaciones que antes había considerado meramente material de charla barística, eran en realidad puntos de reflexión de los cuales la obra de esos autores había dado grandes giros (para bien o para mal). Se trataban, más que de anécdotas, de momentos cruciales de transformación de los escritores y su obra. Al darme cuenta empecé a interesarme más por las vidas de los autores, cosa que antes me parecía completamente superflua y banal. Comencé por buscar eventos de gran magnitud, y relacionarlos con las diferencias estilísticas de fechas previas y posteriores a esos eventos. Resultó que la mayoría de las veces, esos eventos coincidieron con las rupturas más grandes en la obra de un autor, como “Rayuela” para Cortázar y “Luces de Bohemia” para Valle-Inclán (por citar dos ejemplos muy conocidos). Después descubrí que la mayoría de las obras siempre son impulsadas por un momento de ruptura, un momento de crisis, un momento de “inspiración”, cosa que, quitándole la obviedad, resulta muy interesante de analizar en conjunto con las obras mismas.
Si tenemos una línea del tiempo de un escritor y en ella marcamos sus obras de un lado y del otro marcamos momentos cumbres, encontraremos que la mayoría del tiempo coinciden. Cuando no lo hacen, suele deberse a dos razones principales: la obra no vio la luz de la publicación, o se publicó después. Es más sencillo entender el significado que tuvo para el autor la creación de esa obra si conocemos ese momento que propicio su producción. Sin embargo, ¿qué importancia tiene realmente?
Para muchos, la libre interpretación de una obra artística no tiene validez, pues sólo la visión del autor, del creador de la obra, tiene sentido y coherencia; fuera de ella, toda interpretación es subjetiva y simplemente incorrecta. Yo, sin embargo, soy de la opinión contraria. Creo que cuando una obra se crea adquiere pluralidad de significados y que su autor no tiene más autoridad sobre su interpretación que los mismos lectores. Lo que la obra representa no es siempre lo para el autor representa, pues si bien se creó con esa carga emocional, con esa ánima impresa, al ser absorbida por otros esa ánima transmuta y se redefine. Acepto, claro, que hay de interpretaciones a interpretaciones, pero ya la profundidad de las mismas no es inmanente al acto de interpretar y por lo tanto no debemos juzgar a éste, si es que hay deber de juzgar. Realmente, saber (o asumir) lo que la obra significó para su autor no debe afectar la experiencia de lectura, ni su absorción posterior, ni su rastro en el lector, pero, en muchos casos, ayuda. En mi caso, me gusta saber qué fue lo que el autor pretendía, qué encerraba, qué escondía, qué corría por su cabeza. Aún así, trato de no saberlo antes de leer una obra, ni tampoco de anteponer esa visión a la que yo mismo soy capaz de generar, a la que me trae la lectura por mi propia experiencia. Trato, en pocas palabras, de no “contaminar” mi perspectiva de un libro antes de leerlo, de no prejuzgar.
Invito a todos aquellos fanáticos (en el buen sentido de la palabra) de las biografías, de los datos curiosos de los escritores, como yo, a ver, aunque sea por un momento, una obra conocida por ustedes mismos con los probables ojos del autor, a reescribir la obra, a revivirla con una perspectiva diferente.
Todo esto para llegar a un punto que ni siquiera se trató en este texto, un punto que puede parecer introducido frenéticamente, tempestuosamente, caóticamente, pero que es, en realidad, la verdadera finalidad de este texto, y que hace que todas las palabras anteriores (de por sí ya bastante obvias y poco interesantes realmente [pero simplemente tenía ganas de hablar un poco de eso]) pierdan toda validez y contundencia, relevancia y razón de ser, como cualquier interpretación ante otra: invito a leer un libro que ya conocemos, que ya analizamos, del que hemos leído reseñas críticas, ensayos, monografías y demás, como si fuéramos otra persona, y como si todo tuviera una carga simbólica distinta. Inventemos una nueva simbología para el libro, un autor distinto, un contexto chueco, como Pierre Menard, y veremos que, realmente, toda obra es tan vasta que podría ser infinita.
*Imágenes con link en su fuente original: Cortázar con sombrero. Valle-Inclán.
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