Ser escritor: oficio acadenado
Escritor: oficio divino. Cuando originalmente el hecho de escribir consistía más en copiar, transcribir y crear documentos con fines primordialmente económicos, legales y de registro, con la necesidad de mantener el mito en algo más tangible que la propia voz de los receptores/transmisores y de guardar (aquí el verbo no podría ser más adecuado) canciones en el tiempo para ser practicadas por otros eventualmente, el oficio de la escritura comenzó a florecer. Originalmente no había gran variedad de autores explícitos, la mayoría eran anónimos. Al principio, escribir sólo era un oficio de transcribir.
Hoy, sin embargo, el oficio ha adquirido tanto prestigio pues se vincula directamente con la autoría, con la creación, con el dominio de las ideas y la verbigracia. Hoy, ser escritor implica ser capaz de dominar al lenguaje, transmutarlo, tergiversarlo armoniosamente. Ser escritor, en este tiempo, quiere decir representar una voz activa dentro de la sociedad, quiere decir ser capaz de hablar sobre lo que otros no se atreven. Actualmente, ser escritor significa entender la psique humana, conocer los más recónditos espacios de la mente.
Algo que no se comprende, en gran medida, sobre todo dentro del círculo, dentro del “gremio”, dentro de la comunidad de “escritores”, es que escribir es un oficio como cualquier otro, especializado en su naturaleza, tan divino como lo es la carpintería y la agricultura (por dar dos ejemplos desinteresados). Algo que no se comprende, sobre todo dentro de los círculos humanistas regionales en los que me muevo, es que no es requisito estudiar una carrera humanística para ser escritor, y que no se necesita tener una formación o una licenciatura para ejercer tal o cual rama de la escritura: yo, literato, escribo desde perspectivas literarias, desde la ficción de la mente, desde la profundidad introspectiva artística; yo, comunicólogo, escribo sobre las nuevas tecnologías, sobre los medios, sobre la vanguardia comunicacional, desde la voz plural, desde la heteroglosia; yo, filósofo, escribo ensayos con la perspectiva filosófica, escribo pensando, hay temas sólo abordables desde la filosofía y no deben abordarse de otra forma; yo, historiador, escribo objetivamente desde las miras plurales del tiempo, registro los eventos, registro a la humanidad desde adentro hacia afuera. Así, tan genéricamente incorrecto como se escucha: así se piensa, así se escribe. ¿Cuántas veces no he discutido con estudiantes de filosofía sobre qué carrera es “mejor” para escribir tal o cual cosa? ¡Por favor! Lo único que nos dan las carreras es una licencia para ejercer diversas opciones, profesiones, oficios, si tenemos suerte. Ser escritor, entre tantos oficios, no requiere forzosamente de una escuela (aunque ayuda bastante), ni se limita a licencias o maestrías o doctorados.
Seguimos con las licenciaturas: Seguimos encasillándonos en ramas. La especialización es buena, es excelente, no lo niego, pero la carrera académica no es la manera correcta de llegar a ella. ¿Por qué? Simple y sencillamente porque la educación forma sistemas, forma métodos, y los sistemas y los métodos son disfuncionales para el proceso de escritura. Si yo estudio literatura y quiero escribir un ensayo de ontología, ¿qué me lo puede impedir? “La profundidad de tu pensamiento no va a ser como la de un filósofo.” ¿Si quiero participar en un concurso de ensayo o presentar una ponencia en un congreso, ¿qué me lo puede impedir? “Es que los filósofos traen otros tripeos bien pesados… siempre los ganan ellos.” Pendejadas. Como estudiante de literatura conozco pasantes de medicina y de derecho con mejor uso de recursos retóricos y estilísticos que yo y tantos otros literatos; comunicólogos y arquitectos con mejor uso de signos de puntuación y mejor ortografía. También, conozco filósofos sin pensamientos “profundos”, literatos con “tripeos pesados”, carniceros con “visiones artísticas”. Que no me vengan con mamadas, la profesión no tiene que ver con el desempeño de un oficio artesanal tan basto y tan profundo como uno quiera adentrarse en él.
Por supuesto que los conocimientos adquiridos dentro de una carrera académica funcionan, ayudan. No voy a negar cuánto ha progresado mi puntuación desde que comencé a estudiar, ni tampoco mi conocimiento estilístico y demás recursos que me sirven a la hora de escribir; pero, no se trata exclusivamente de eso. Seguimos teniendo la noción de que la enseñanza superior es lo mismo que la media y la básica. Seguimos con la noción de que vamos a la clase universitaria a que nos den TODAS las herramientas, TODO el conocimiento, cuando es todo lo contrario. Aquí ya debemos ser autodidactas. Aquí, si estudiamos una carrera y necesitamos conocimientos de otra para apoyo, profundización y expansión, eso corre por nuestra cuenta. Realmente no es necesario ya, a nivel universitario, que alguien nos explique paso a paso como entender a Nietzche, cuando ya ha sido tan digerido por el tiempo que ni siquiera tiene relevancia real actualmente; no es necesario que alguien nos explique paso a paso como entender a Baudrillard, cuando repercute directamente su pensamiento en nosotros y está a la mano, con tantas notas a pie de página como necesitemos y textos de apoyo que fungen como mentor académico. Por supuesto que lo hace más sencillo, por supuesto que nos da una guía; pero, pongamos mucha atención: ¿ellos nos explican lo que han deducido por cuenta propia, o lo que les ha dado un texto digerido y explicado por otro? Pocas veces realmente nos brindan una opinión indispensable para nuestra formación, una herramienta de su propia creación. Los profesores no suelen darnos más que una guía ligera, una serie de rubros a seguir para convertirnos en tal cual estereotipo (ojo, no hablo de aquellos profesores que consideramos maestros —sin importar su grado académico, su posgrado—, esos seres sorprendentes que nos enseñan no sólo los mismos rubros mejorados, sino, aparte, nos demuestran con su ejemplo una forma de vida increíble, un aliento a nunca dejar de ser nosotros, a superarnos, nos dan sus ideas y nos provocan las nuestras, nos alimentan y nos incitan; esos maestros, muchas veces, están en nuestras escuelas, muchas otras, en nuestras casas, y, aveces, ya han muerto). Por eso la licenciatura no sirve para escribir tal o cual cosa: filosofía no genera escritores, comunicación no genera escritores, historia no genera escritores, literatura no genera escritores. Los escritores se forman por convicción personal, por gusto, por obligación mental, y la rama de su elección no debe tener que ver con su carrera académica por fuerza, a menos que así se elija.
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