La persuasión en el ensayo: recurso objetivo.
Hay tantos motivos para estar en desacuerdo que se vuelve imposible el conteo, el catálogo, de los mismos. No hay razón para estar de acuerdo. No hay razón por la cuál no tengamos nuestra opinión personal. No hay razón por la que nuestra palabra no sea mejor que la contraria. No hay razón para que no haya razones, pues siempre están ahí detrás de la oración; siempre están ahí, detrás de las palabras, como fondo, como banda sonora. Las razones podrán ser infinitas, pero, siempre, desde siempre, nos ha gustado estar en desacuerdo. Pero no es sólo el hecho de no concordar, de discernir, sino también —y tal vez esto cobre aún mayor importancia— la posibilidad de convencer al otro. Es dominación. Es subyugar al contrario, al otro, a los otros (otredad, diría Bajtín), por medio del discurso de poder, del monólogo, y esto es tan antiguo como el hombre mismo, y aún más; claro que “convencer” en periodos previos al hombre como nos conocemos no era un proceso diplomático, por llamarlo de algún modo, pues, ¿quién no ha visto a dos primates luchando por el control de la tribu, demostrando en una riña violenta quién es el más fuerte? Y aún lo vemos en el hombre mismo, símil, espejo.
Entonces empezamos a hablar de dominar, de subyugar, de controlar, de convencer.
Siendo parte primordial del instinto animal, no es raro que estos actos formen también una parte crucial para el discurso humano. Todos tienen como función desmembrar un sistema prestablecido por el otro, romper un esquema rígido, moldear un mapa conceptual, pero la forma en que lo logra cada uno y el nivel de libre albedrío que permite es diferente para todos. El de mayor sutileza y libertad es, sin duda, convencer. Éste es el que nos interesa para el discurso, y, más que nada, para el ensayo mismo, por medio de una herramienta para el convencimiento: la persuasión. ¿Porqué no los demás? Porque, incluso, se puede llegar a controlar, subyugar y dominar completamente a otro, a otros, por medio de la persuasión; lo más interesante es que hacerlo por este modo garantiza la ausencia de tiranía, porque persuadir, convencer, es demostrar que mi punto es mejor que el tuyo, que mi argumentación es más sólida, que mi opinión es más veraz, y cuando lo admites, cuando aceptas mi pensamiento y lo tomas para ti, te he convencido y ahora estás de mi lado, por tu propia voluntad, por tu gusto.
La persuasión está presente en todo acto de habla coherente y lógico. Cualquier oración es persuasión. Persuadir es inherente al discurso porque exponemos lo perceptual, lo que captamos, lo que procesamos y expresamos y queremos que los otros sepan que lo percibimos y esperamos que lo asimilen de igual manera. Inocentemente podemos decir que persudir al pensamiento propio, a la percepción propia, es querer compartir. Maliciosamente podemos decir que persuadir siempre es buscar dominar al otro. Pero si hay dos extremos también hay un punto medio, neutro. Neutralmente podemos decir que persuadir es buscar el cambio de opinión hacia uno que comparta el nuestro. Es cambiar, pero también es compartir. (Nótese que me refiero sólo a la persuasión del pensamiento y no a la de la acción, no a la de convencer de actuar de cierta forma, a cometer tal acto, a realizar tal acción, eso no nos es de interés en esta ocasión.)
Ahora, ya establecido un concepto, me interesa adentrarlo dentro del ensayo: la persuasión como herramienta del ensayo. Hasta ahora se podría creer que incluir esta función necesaria del lenguaje en un género literario que roza entre lo objetivo y lo subjetivo sería cargarlo completamente de pasión personal y subjetividad, de quitarle cualquier índice de credibilidad y convertirlo en un discurso político mexicano del siglo XXI. Por un lado, el autor, si así lo permite, puede buscar precisamente eso; por otro, la persuasión no necesariamente tiñe un discurso de subjetivo, aunque todo termine siendo subjetivo en cuanto nos es imposible desprendernos de ello y siempre habrá un dejo de personalismo en todos nuestros pensamientos (inevitable reprimirlos). Aparte, si el ensayo trata precisamente de dar una opinión y entablar una discusión virtual con el lector, una reflexión, ¿cómo sería posible sin la persuasión? Si el ensayo no te persuade a creer, te persuade a pensar.
Hay que dejar de ver a la persuasión como un arma monstruosa de dominación global; esa es una visión que la globalización, los medios masivos de comunicación y la megapublicidad han dejado como legado a la humanidad. Hemos visto como basta un cartelón para inducirnos un supuesto antojo, para crearnos una conciencia, para eregirnos una imagen. Hemos sentido cómo una frase hace loop en nuestra cabeza días enteros, hasta satisfacerla. Hemos vivido bajo la marquesina de la subliminalidad toda nuestra vida, y sabemos lo poderoso que es el control persuasivo. ¿Por qué? Porque los grandes medios supieron ver el potencial que tiene la persuasión y entablaron las mejores maneras de convencernos. No nos están obligando: hacer o no lo que dice un comercial, comprar o no tal producto, comer o no en tal lugar, sigue siendo nuestra decisión; la caída de locales o negocios pequeños ante las macrocorporaciones no es culpa de las últimas, sino del mismo círculo social que envuelve a ambos. Podemos tener nuestro negocio de cincuenta años en nuestra comunidad, podemos entablar una relación próspera con nuestros vecinos y subsistir cómodamente hasta la llegada de la competencia; si nuestro negocio prospera después de eso es porque supimos ganarnos nuestra clientela y porque la conciencia de la misma es fuerte. Por ejemplo, nosotros tenemos una licorería durante quince años; hemos tratado a nuestros clientes siempre con amabilidad, los conocemos, les damos buen trato, buenos precios. Repentinamente un Extra surge de la tierra en un lote baldío cruzando la calle. Sus precios son más accesibles y su repertorio más extenso. ¿Qué pasa? En muchos lugares eso significa la muerte de la pequeña licorería; en mi fraccionamiento, sin embargo, significó que los vecinos decidimos no comprar en el Extra, y así, en menos de sies meses, quebró. ¿Porqué? Porque éramos conscientes de que la licorería de siempre es el sustento de una familia que conocemos y con quien hemos entablado cierto grado de confianza, y aún a pesar de la política del Extra y sus colores llamativos y su publicidad y el deseo subliminal de consumir salvajemente, no nos dejamos convencer porque pensamos más allá y vemos que no lo necesitamos, porque antes del Extra nunca lo tuvimos y no es necesario y nunca estuvimos descontentos con la pequeña licorería de nuestro vecino. Si se acaban culturas, si se mueren productos artesanales, si artes mismos se corrompen, no es culpa de las macroempresas ni de la globalización, sino de la mente débil de quienes están imbuidos en esa cultura. Por eso, la persuasión no es maligna, simplemente cumple su función de convencer.
Así, en el ensayo, la persuasión pierde subjetividad y ésta se gana en el lector. Es el lector mismo quien decide hasta qué grado se deja influenciar o se convence por lo estipulado dentro del ensayo. Es el lector el que debe reflexionar y decidir qué corriente desea seguir. El autor del ensayo, y el ensayo mismo, proponen, mientras que el lector actúa. Persuadir es, pues, objetivo y libre de pasión, libre de visiones subjetivas. Ya lo subjetivo, ya el pasionalismo del autor es punto y aparte, es su estrategia de convencimiento, es su visión, pero no es persuadir tal cual. No debemos confundirnos y creer que tratar de persuadir hacia nuestro punto de vista es arrancarnos de la objetividad y ver las cosas con un solo ojo. Pensemos, simplemente, en cómo sería un texto que no intentara persuadir, un ensayo que no buscara convencer. ¿Cómo sería posible estructurar tal ensayo? Para empezar, no cabrían afirmaciones, mucho menos opiniones personales. El ensayo se limitaría tanto que probablemente terminaría siendo un mero cuestionario, una mera indagación, desprovisto de tesis, de hipótesis, de argumentos. Sería imposible escribirlo. ¿Porqué? Porque toda oración es persuasiva, aunque carezca del matiz afirmativo, en veces, o imperativo, en otras veces. Revisemos pues, oración por oración en este ensayo, y veamos que en cada una se hace una afirmación, en cada una se puede opinar contrariamente, en cada una se puede crear una reflexión. Decir que no a cualquier elemento de la enumeración pasada ya es afirmarlo, pues entonces, se ha creado un punto de visto contrario al mío. Esa riqueza de contextos, de preceptos, de conceptos, que tiene el lenguaje humano es imposible de conseguir sin su carácter persuasivo, por ende, es imposible desprender uno del otro.
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