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Hay maneras

Nadie me venga con reglas de urbanidad:
lo mejor es callarse para siempre.
El fuego tiene muy mala prensa
en esta época nuestra:
nada de consumirse (mejor oxidarse),
olvídate de quemarte (no es algo productivo),
tu pasión es tu equivocación.

Yo soy el primero en censurarte.
Yo, que vivo al lado de un grito,
de un cinturón centelleante,
de un balón ponchado,
entre estalagmitas de sal
con buena conciencia.

Porque, imagínate qué pasaría
si todos los sueños se hicieran realidad
(un millón de millas en Japan Airlines,
mousse de chocolate con chispitas de menta,
el beso perfecto, tus tres virtudes en
mis siete chakras, la alfombra roja
más larga y un atardecer a las nueve de la noche):
la economía se desquiciaría mientras Dios dejaría
de sernos útil y yo no tendría sentido.

Así que olvídate del tonal y el nagual
como yo he dejado de preocuparme
por el noúmeno, esta caracterización
ha dejado de servirnos,
como la imaginación que me vació
aquella mañana: una dulce manita
tratando de guardar un libro
(entre muchas noches de llanto)
antes de tenderle mi propia mano.

¿Qué queda de eso?
Sólo el terror de escuchar sus palabras
y ser testigo, partícipe de su mutación,
de cristal a acero corroído.
Evidencia de la cobardía para expresar
el fuego secreto, ese que he condenado
desde el principio sólo porque hoy
me sabe a agruras, porque,
¿quién puso aquellas manitas
amarillas en tu agrio seno?,
¿quién la condujo así a su ruina?:
Yo, tras mi parapeto de asco bilioso,
a ambos los saludo desde
mi telescopio de azúcar.

Hay cosas que nunca deberían decirse.
¿Te imaginas que yo hubiera dedicado
unas pocas palabras desde mi fuego?
Nada tan anormal como la felicidad,
nos impide enfocar las cenizas
en su justa dimensión.
Por eso actué con prudencia
y hoy sigo callado, aquellas manitas
estan resecas y tú te bebes la vida
mientras me concentro en mi Nada
esperando a desaparecer,
junto contigo.

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