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Pedro Henríquez Ureña y la mística criolla

phu.jpgLa obra de Pedro Henríquez Ureña es la recuperación antropológica del anhelo criollo por rescatar sus fueros sobre la cultura híbrida que se levantó entre múltiples mezcolanzas raciales desde la Aridoamérica hasta el Río de la Plata, siendo la apropiación de sentimientos e interpretaciones cosmogónicas las bases de su obra, iniciada entre la alta cultura hispanista de su natal República Dominicana y expuesta ante las élites culteranas de México, Argentina y España, donde la idea del panamericanismo como un producto legítimo de la inspiración latina era la esencia del pensamiento filosófico de la época. El propio Henríquez encontraría en Menendez Pelayo, su mentor, la base ideologica de su discurso: la cultura latina se había concebido a partir de la pureza del pensamiento sofista y de la luminosidad de la lucha entre Ariel y Calibán, entre el espíritu de la sensibilidad de la nueva sociedad hispanoparlante y la amenaza de la inculturación anglosajona, por no hablar de la lucha ya ganada desde antes de comenzar sobre las razas inferiores, como los negros e indostánicos, ya que el quid de la superioridad intelectual radicaría en el talento que la nueva sociedad liberada políticamente del yugo del imperialismo debería desarrollar para colocarse a la vanguardia del progreso técnico bajo el amparo de una conciencia cultural congruente.

En el caso personal de Henríquez, su viaje por el mundo hispano ha de culminar con su fase española, donde habrá de pasar el resto de su vida tras percatarse del fenómeno ya común de la incredulidad peninsular hacia el ejercicio de la creación de cultura nueva por parte de los pueblos liberados del nuevo mundo, y al igual que le sucedió a Rubén Darío, se vería forzado a concentrar su ideario prohispano en el respeto irrestricto a la integridad del idioma, y ya no precisamente en la quimera de una sola nación hablando español con la casa real de Borbón como su cabeza indiscutible. Estaba confirmado que la comunidad mestiza había quedado muy alejada de la noble e hidalga herencia hispánica y lo que vendría después sería un ejercicio de imitación más o menos afortunada del mundillo literario de Madrid, sometiéndose a las variaciones en las distintas corrientes renovadoras que dominarían la primera mitad del siglo XX.

La raza de bronce predecida por Vasconcelos tendría necesariamente enfocada alguna de sus aristas en el juego dialéctico entre aquellos personajes protagonistas del Ariel de José Enrique Rodó y la perfección idiomática defendida y enarbolada como fundamento de la americanidad por Menendez Pelayo (véase su Antología de poetas de América Latina), y resulta sensato acudir a estos preceptos sobre la independencia de las ideas de nuestro continente a la hora de reseñar la producción de Henríquez Ureña apelando a la dignidad de la cultura latina pero sin caer en el juego de su vertiente gachupinófila ni revivir nostalgias monárquicas.

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