Bicis y vuelos
Vivimos tan aprisa que nadie repara en las relaciones entre un avión y una bicicleta. Los percibimos como dos cosas tan distintas que no se nos ocurre que comparten el mismo árbol genealógico, tal vez porque sería como imaginar que el ser humano estuviera habitando el mismo mundo con el pitecantropus erectus. Sin embargo, tal es el caso. Los aviones no sólo están relacionados con la bicicleta, sino que su invención dependió de que ella existiera primero.
Creo que esta disociación se debe a que la bicicleta se ha convertido desde hace varias generaciones en un objeto común, mientras que el avión aún conserva cierta aura de novedad proveniente de nuestra fascinación por la velocidad y por el eterno anhelo de volar. Sin embargo, al leer Las bicicletas y sus dueños, un entrañable libro escrito por Rogelio Garza y cuyo atractivo gráfico es creación de Maru Sandoval, me queda claro que un invento tan cotidiano como la bicicleta aún puede maravillarnos tanto como un avión.
El libro no se conforma con apuntalarnos la historia de la bicicleta, incluso desde los geniales bosquejos de Da Vinci, sino que va hasta la invención de la rueda, porque indudablemente a partir de entonces se nos facilitó la vida y comenzó la historia del transporte, desde los carros de fuego hasta las sondas espaciales.
Tras siglos de desarrollo, durante los que se crearon los prototipos más bizarros, la bicicleta alcanzó un grado de perfeccionamiento que la mantiene prácticamente intacta e insuperable desde hace décadas. Los diseños y materiales usados en competencias de alto nivel resultan cambios cosméticos que nunca terminan por alterar la forma básica que todos conocemos.
Por ese lado, aviones y bicicletas interactúan más de lo que podemos imaginar. Materiales probados en la aeronáutica, como el titanio, el boro o la fibra de carbono, se han aprovechado en la fabricación de bicicletas. Y éstas, por su parte, son utilizadas en experimentos concernientes a la aeronáutica, la velocidad de la luz y la Teoría de la Relatividad, según lo documenta este libro.
Pero Las bicicletas y sus dueños es mucho más que el recuento histórico de un invento y de su permanencia en nuestras vidas; su lectura se disfruta porque le devuelve a la bicicleta su importancia vivencial: la vuelve bici. Entre otras cosas, nos narra cómo fue que la bicicleta recreó la vida de personajes destacados que ahora apreciamos u odiamos: Albert Einstein, John F. Kennedy, Lance Armstrong, George W. Bush, Madonna, John Lennon, Carl Sagan, Ernest Hemingway, entre otros. Y más aún, la manera en que la bicicleta formó parte de sucesos importantes para ellos. Einstein relata que fue sobre su Schwinn donde ideó y desarrolló la Teoría de la Relatividad, misma que revolucionó precisamente nuestras nociones de tiempo y espacio, las que a su vez son el fundamento de cualquier paseo en bici o de un viaje en avión.
Obviamente, las coincidencias entre los paseos en aviones y bicicletas no se detienen allí. Si la bicicleta infantil nos permitía regodearnos con el territorio cercano al hogar, también es cierto que nos seducía con la promesa de llevarnos más allá de los límites que nos trazaban nuestros padres: nos prometía la intoxicante emoción de traspasar fronteras, una emoción que los adultos sólo podemos obtener mediante el glamoroso uso de los aeropuertos, el cruce de aduanas desconocidas y el desembarco en mundos nuevos.
Habiendo disfrutado de muchas bicicletas en diferentes épocas y países, de vivir en Holanda, lugar donde la bicicleta es un símbolo (y donde existe el verbo fietsen derivado de fiets –bici– que se traduciría literalmente como “bicicletear”), y luego de visitar Cuba, donde dejar a un hombre sin bicicleta es como dejarlo sin piernas, me queda claro que este libro fue escrito como un paseo en bici: no tan lento como para agotarnos en el detalle de unas cuantas cosas (según sucede con una caminata), ni tan veloz como para impedir el goce del paisaje, tal como nos acontece con un coche. A fin de cuentas, como nos lo hace notar su autor, el combustible de una bicicleta sólo lo constituye la fuerza humana, la fuerza del propio ciclista: “un par de huevos, un jugo y un café”, bromea el autor.
En esta línea, sabemos que, en el pasado europeo, un criterio para evaluar si un pueblo se convertía en una ciudad, consistía en que éste ya no fuera caminable de extremo a extremo. Y en Ámsterdam, siendo una de las ciudades más cosmopolitas del mundo, hasta hace poco se presumía que la ciudad podía recorrerse en bici de orilla a orilla.
Abordando otro tipo de viajes y mundos, Rogelio Garza nos recuerda que Albert Hoffman, creador del LSD, decidió probar sus efectos por primera vez dando un paseo en su Cóndor.
Apasionado con su fondo y su forma, este libro nos regala un montón de anécdotas, rescatando datos insospechados y recogiendo frases surgidas del apego que celebridades como Henry Miller le prodigan a ese objeto que todavía es capaz de sorprendernos.
Al igual que los aviones, las bicicletas han sido útiles para el transporte, la comunicación, el esparcimiento, pero también lo han sido para la guerra y el espíritu competitivo: su desarrollo ha dependido también de estos usos. Sin embargo, en cuanto al hambre de triunfo, el primer capítulo del libro se dedica a la proeza del ciclista Lance Armstrong, quien sobreponiéndose a un diagnóstico de cáncer testicular, desarrollando nuevas y más veloces bicicletas para Trek, venciendo rumores de doping, ganó siete veces la prueba atlética más exigente del mundo deportivo, la Tour de France. Tan es así, que esta prueba es el laboratorio para estudiar el comportamiento y el aprendizaje humano cuando es expuesto ante retos extremos. Rogelio Garza, poseedor de una Specialized y varias bicicletas más, nos lo describe así: “Para ganar siete veces consecutivas la Tour de France se necesitan muchos huevos y Lance Armstrong sólo tiene uno”.
Con el mismo deseo de homenajearla, el escritor estadounidense William Saroyan no dudó en considerarla el invento más noble de la humanidad. Según Einstein, la vida es comparable a un paseo en bicicleta: para conservar el equilibrio es necesario mantener el movimiento. O como afirma Rogelio Garza: un ciclista flota, sus pies nunca tocan el suelo.
Igual que le sucede a un pasajero en un avión. O a un lector con un buen libro, como éste.
Informes para adquirirlo en librerías o por correo en: http://www.rueda-libre.blogspot.com/
Las bicicletas y sus dueños, Rogelio Garza. Editorial Rueda Libre. 2ª edición. Diseño e ilustraciones: Maru Sandoval.