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Algunos (posibles) dilemas (actuales) del escritor de provincia

[…] la mayoría de los escritores somos “de provincia”; en su devenir vagabundo, trotamundos, nómada o simple caminante[…], todos, o por lo menos la mayoría de los escritores han tenido una clara conciencia de que “vienen de un pueblito.”

Por otro lado, hay que distinguir también al escritor de provincia del escritor “provinciano,” muchas veces truncado en las formas y devenires de la expresión literaria decimonónica, que conserva esa peculiaridad naive del artista informal, que emula ciertas fórmulas probadas, que considera que todavía pueden figurar un descubrimiento que combine las mejores retóricas de Kafka, Nietzsche y Hesse[i] y cuyos libros y plaquettes se encuentran atiborrando sus libreros y el de docenas de otros escritores locales que, simplemente, no van a leerlo. O alternativamente, es la figura emblemática del escritor tallado de modernismo, que ya tiene sesenta años y que esboza dos tres ejercicios rulfianos, ya saben, para recuperar la jerga, las crónicas y los sentires de su pueblo.

De manera que, tomando en cuenta estas variaciones, la condición de escritor de provincia que quiero señalar, viene acompañada históricamente de una diáspora que dirige los rumbos de los autores a los epicentros de producción literaria; de la periferia a Ciudad de México, con dos tres paradas en Jalapa, Monterrey o Tijuana; no obstante, sus orígenes están en aquella geografía, aquel terruño que José Revueltas señaló como el sitio que la memoria jamás abandona, lo cargamos a cuestas como peso, como mierda o como sustento. En ese sentido, la geografía originaria de los autores se convierte en un espacio al que acogen como espacio de significado, o al que rehúyen, a partir de que confeccionan un determinado ethos literario que les permite extraerse de la localidad para pensar desde una (aparente) “universalidad.” En otras palabras, un escritor proviene siempre de otra parte, y se integra al espectro de producción literaria de una nacionalidad determinada, ya sea a partir de que reafirma las condiciones de su entorno (“escritor del norte,” “escritor fronterizo-tijuanense,” “escritor del desierto” “escritor de las rancherías”) las cuales le permiten ingresar al campo como aquello distintivo que le otorga cierto exotismo a su obra, o intentan una desterritorialización de sus imaginarios, para situarse “en cualquier parte,” en un tiempo y en un espacio no definido. Sin embargo, hay algo más que hemos traído a cuestas los escritores de provincia, y que las recientes transformaciones en los procesos de distribución de la información han redefinido ciertos caminos. Me explico.

Volvamos un poco a la vida de ese escritor de provincia que compartió su recién creada obra a partir de las redes sociales virtuales. ¿Cómo fue su formación? ¿Qué lecturas han definido su conocimiento de la literatura, su desarrollo, sus formas, sus géneros, sus estructuras? ¿Qué espacios le brinda su entorno para poder dedicarse a una lectura enriquecida por el diálogo, ya sea a través de un círculo de lectura o de un cotorreo de café con otros amigos? ¿Qué tan bien nutridas están las librerías de su localidad, que le han permitido tener acceso a lo nuevo, lo distinto, lo imprescindible, lo necesario, incluso? Uno de los atributos, y al mismo tiempo, una de las carencias del escritor de provincia es su autodidactismo, y este se encuentra íntimamente ligado al tipo de educación que recibió, misma que, seamos honestos, es una moneda al aire, ya que por cada buen maestro de literatura en secundaria, existe una centena que proporciona como lectura obligatoria los libros de Carlos Cuauhtémoc Sánchez.
Digo que es un atributo, porque de tener una formación afortunada (buen acceso a libros, posiblemente una buena colectividad de individuos con intereses afines que se rebotan novelas, libros de cuentos y demás, la llegada de autores que ofrecen talleres reveladores, así como la posible presencia de autores locales de mayor edad que acogen desinteresadamente a quienes tienen una afición por la escritura), existe la posibilidad de trasgredir; y sigo pensando que este es un ingrediente imprescindible para la escritura, en cualquier época. Dicha trasgresión, cuando tu formación intelectual no fue estructurada académicamente (ya que en muchas de las ciudades de provincias no hay programas de estudios en filosofía y letras), tiende a ser más libertaria que en otros contextos, donde el peso de la tradición y el sometimiento a las formas generadas por el estudio literario (que puede ir de lo lingüístico a la teoría cultural al estructuralismo a las horrendas disquisiciones que intentan deconstruir la forma), tienden, mayormente, a truncar los procesos creativos desde los que emana la escritura. Precisamente porque las formas, identificadas académicamente, se estabilizan, son objetos de estudio, son razonados al grado de que se pierde el entendimiento de que la escritura es el resultado de una contingencia, como toda la naturaleza.

Mystery Writers

Esto puede convertir al escritor de provincia en un snob insufrible o en una especie de leyenda viva, a quien será buscado como héroe local por parte de los escritores que lleguen de visita a la ciudad por un encuentro organizado por la institución cultural en turno, y le rendirán pleitesía o lo llevarán a pistear cognac, le pasarán unas líneas de coca y lo invitarán a colaborar en la próxima antología de cuentos de realismo crudo escritos por gente de su generación. A las cinco de la mañana, se confesarán entre todos que siempre han sido fans de The Cure. Escucharán Love song y se acordarán de la prepa, cuando los sueños eran simples, llanos y te quedaste clavado en unas líneas de Julio Cortázar que leíste en el libro de literatura de quinto semestre.

más que en cualquier otra época en la historia, las localidades pueden gozar del mismo acceso a obras literarias, independientemente de su existencia en las librerías locales

Por otro lado, también se puede convertir en el surtidor de títulos legitimadores para sus coetáneos, creando grupúsculos y cofradías dedicadas a la repartición de premios locales; puede igualmente convertirse en un tipo huraño y gris que se esconde en un trabajo relacionado con su carrera, que siempre sueña con el día en que su genialidad será descubierta, y sueña con ser el autor de setenta años que vive un segundo aire cuando lo convierten en celebridad internacional; y, finalmente, puede simplemente huir de la ignominia.

Puede ser todo esto, a menos que reconozca las capacidades que tiene la contemporaneidad para dinamizar no sólo su formación intelectual (a raíz que, más que en cualquier otra época en la historia, las localidades pueden gozar del mismo acceso a obras literarias, independientemente de su existencia en las librerías locales), sino también su capacidad para generar una suerte de diáspora evaporada de su producción literaria, aun cuando su cuerpo se mantiene en el territorio, ya que las maneras como puede distribuirse el trabajo literario ha hecho metástasis, a través de blogs, páginas personales, los antes mencionados servicios de print-on-demand, pequeñas comunidades de escritores de provincia en contacto con el trabajo de escritores en otras latitudes, y con el acceso a herramientas, prácticas y ejercicios experimentales que le permitan desarrollar sus habilidades en escritura. Esto, no obstante, debe considerar la lucha al interior del campo por definir en qué medida estos nuevos modos de difusión generan una base crítica sólida que permita discernir las cualidades de las obras, así como la apertura que dicha crítica deberá guardar con respecto a las autopublicaciones.

Considero al escritor de provincia como el principal afectado (positivamente) en estos procesos, pero esto no quiere decir que los escritores de ciudades metropolitanas no estén buscando sus propias estrategias. La diversidad de editoriales independientes (no obstante sumidas en los procesos y taras que provienen de la industria editorial, sobre todo en cuestiones de distribución. Pero este es un asunto complejo que el espacio no me permite explorar a fondo) y el establecimiento de políticas editoriales bien definidas y propositivas, le han dado peso al trabajo de algunas de ellas; curiosamente, la gran mayoría, sino es que todas, provienen del centro; algunas están basadas en ciudades aledañas, pero esto no quiere decir que sus operaciones se hagan fuera del centro. Esto quiere decir que, de manera tangencial a lo que anteriormente he descrito, existe la posibilidad de que comiencen a surgir algunos esfuerzos de editoriales independientes que difundan la obra de autores locales, al margen de los esfuerzos institucionales. Ojalá podamos ver esto en el futuro próximo. Si no es que, pues, 2012 traiga consigo un cese más contundente de lo que habíamos imaginado.


[i] Sí, así de arbitrarios; y si no me creen, visiten las bibliotecas locales de sus ciudades: es muy probable que éstos sean los autores más leídos; son como los formadores de la actitud rebelde y trasnochada de dos que tres poetas que luego renuncian a la literatura, no sin antes haber configurado toda una personalidad trágica y torturada. Van y vienen de las salas de lectura y los cafés literarios como espectros sin rumbo. Luego estudian derecho y se unen al PRD.

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