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Algunos (posibles) dilemas (actuales) del escritor de provincia

Writers block

también publicado en , en fin…

Imaginemos este escenario: un joven, de aproximadamente veinticinco, veintiséis años, acaba de terminar de escribir una colección de relatos. Vive en una ciudad no-metropolitana (lo cual quiere decir quizás, no-protagónica, no paradigmática, anodina, una ciudad como cualquier otra ciudad anónima), y ha estado inserto en varias comunidades virtuales de escritores en otras ciudades de iguales circunstancias, anunciando por medio de mensajes de texto, posts en su blog o en Facebook o en Twitter, posibles videos en Youtube, conversaciones con amigos y cómplices y aliados invisibles que conoce de Antofagasta, Chile, de Norfolk, Inglaterra o de Torreón, Coahuila. Adjunto a su anuncio podrán encontrarse una serie de caminos por los cuales el lector potencial tendrá acceso a estos cuentos, ya sea con un archivo en pdf, con la apertura de una cuenta en un servicio de print-on-demand, en formatos de pasta gruesa, pasta delgada, versiones para kindle, y de ahí en adelante se dedica a promover por estas vías alternas lo que probablemente sea –y es que esto puede ser peligrosamente relativo—una obra maestra o un terrible y torpe intento de escritura literaria.

La propuesta flota en el aire. Estos procesos viven en sus propias burbujas.

[…] la crítica y el establishment de las letras [..] se queja(n) de la ausencia de propuestas literarias audaces, al tiempo que critican la facilidad con la que cualquiera se puede publicar hoy en día.

Ausente de todo ejercicio crítico o de discusión en el campo, el libro no obstante puede ser leído, discutido y disfrutado en el exterior, en una red de complicidad democrática donde se hace caso omiso de las formas habituales de dicho campo. En ocasiones, estos libros saltan a la vista de críticos y escritores que rinden sus alabanzas o despotrican contra la mediocridad y amateurismo de aquellos que “tienen la osadía” de producir obra como si esto fuera cualquier cosa. En el interim, este libro es leído por más de cien mil personas alrededor del mundo. Nadie dice nada, todos los celebran desde esa extraña privacidad colectiva que han generado las comunidades virtuales, y la vida sigue. Es posible que en ese mismo tiempo, el libro de un autor consolidado y venerado por el campo, cuyas reseñas manifiestan cómo los críticos se quedan sin aliento al imaginar no tanto la genialidad del autor sino la absoluta injusticia de que dicho autor se mantendrá en condición de marginado, por siempre “de culto.” Éstos críticos y otros cuantos, digamos, unos mil, leyeron realmente ese libro.

No sé si llamarlo paradoja, ni tampoco pretendo denostar una u otra circunstancia en la historia de un libro; sin embargo, debemos reconocer que las reglas del juego han cambiado, en el sentido de que los procesos a través de los cuales un autor llega a sus lectores (exceptuando los del ámbito comercial, que para eso tienen todo el aparato publicitario y distributivo de las grandes casas editoriales) ya no se define exclusivamente por los encauces de la crítica y el establishment de las letras, mismo que, alternativamente, se queja de la ausencia de propuestas literarias audaces, al tiempo que critican la facilidad con la que cualquiera se puede publicar hoy en día, lo que sea, aunque sea de ínfima calidad. También, por supuesto, debemos reconocer que el derecho que proclama el escritor que difunde su trabajo por estas vías emana de una democratización de la producción literaria (y de las artes visuales, y de la música, incluso del cine) que trae como consecuencia una sensación de desorden o inestabilidad –y la consiguiente ansiedad—en el sentido o rumbo que tiene la expresión artística en general. No es sólo cuestión de otorgar valores. Es el empeño de un canon, una tradición y un sentido histórico que sirven como sustento o validación del arte en general. Existe, pues, una pérdida de piso, si se quiere, de discernimiento, que sigue siendo estable a través de los vehículos tradicionales (la oficialización de las reseñas en revistas literarias) y expandidos (las notas o brevísimas menciones en revistas comerciales, quienes abrieron una sección dedicada a la literatura, normalmente de una o dos páginas, pero cuya mención no pasa de las dos líneas de texto), pero que en el marco general han generado una cortina de humo interesante para el desarrollo de la literatura; y digo interesante, porque este dilema no es ni síntoma ni consecuencia de una depravación del orden. En realidad, es un desafío a la capacidad transformadora que ha tenido el arte y la literatura a lo largo de nuestra historia, y que hoy en día se vuelve líquida, efímera. Inestable.

Alrededor de este contexto se encuentra el escritor que no vive en las grandes ciudades; por lo menos en países latinoamericanos (en Estados Unidos e incluso en Canadá los escritores viven felices arraigados en su sitio predilecto, pero su sistema de producción y distribución literaria es más pragmático, y sobre todo menos cortesano; Europa tiene una dinámica similar), el escritor de provincia está pasando por una transformación.

Pero antes de continuar con estas reflexiones, quisiera puntualizar a qué me refiero con “escritor de provincia.” Primero que nada, debo señalar que la mayoría de los escritores somos “de provincia”; en su devenir vagabundo, trotamundos, nómada o simple caminante (que en ocasiones su caminado viene acompañado de una embestidura diplomática o legitimadora, digamos, a partir de que obtuvo membresía en el Sistema Nacional de Creadores), todos, o por lo menos la mayoría de los escritores han tenido una clara conciencia de que “vienen de un pueblito.” No todos, por lo tanto, son “cosmopolitas.” ¿Ejemplos? Arbitrariamente: Kerouac nació en Lowell, Massachussetts; Hemingway en Oak Park, Illinois, García Márquez, en Aracataca, Colombia; Burroughs en Saint Louis, Missouri; Juan José Arreola –legendariamente, o por lo menos él lo convirtió en leyenda—en Zapotlán el Grande, Jalisco; Sergio Pitol es de Puebla; Gabriel Zaid nació en Monterrey, Jesús Gardea en Delicias, Chihuahua, y si queremos ser contundentes, incluso puede decirse que Miguel de Cervantes provenía de un “pueblito,” Alcalá de Henares (según los historiadores); William Shakespeare nació en Stratford-upon-Avon, sitio que, por supuesto, ha sido resignificado como “el lugar donde nació Shakespeare,” de modo que ya se imaginarán el número de cafés y callejuelas y remembranzas físicas y urbanas a la figura del progenitor de Chespirito.

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