Miedo
Las noches con pesadillas y miedos no le dan tregua, siente que se hunde y piensa que tal vez llevando todo esto al extremo, tocará fondo, y podrá salir a flote. ¡Si! Tiene que tocar fondo.
Los temores han regresado. Miedos de niña, miedos que a otros les parecerían divertidos pero que a ella la dejan exhausta, con mañanas en desvelo, con desayunos entre ojeras y medias mañanas con pocas ganas de comer su acostumbrada manzana.
Esa noche sin dormir tiene que ser la última, o al menos la última sin hacer algo por remediarlo.
Llevará su problema hasta el límite y se exigirá romper barreras, aplastar fobias. Necesita un poco de normalidad, añora la rutina.
¿Por qué mira bajo la cama antes de acostarse? ¿Qué la lleva a inspeccionar el ropero noche tras noche? ¿De donde provienen los ruidos que cree escuchar? ¿Por qué siente alivio ante la mínima partícula de luz que entra por la ventana, al amanecer?
Tiene que tocar fondo, tomar impulso y volver a resurgir. O la poca salud mental que le queda seguirá cayendo por un abismo que, a mayor profundidad, mayor presión ejerce. Un día reventará y dejará de existir, sus miedos habrán podido más y será sólo la sobra que cuelga en el diente de un espejismo cruel.
Tomará todos sus temores y se bañará en ellos, no hay otra salida.
Las diez de la noche indica el reloj, toma una manta, una almohada, un sillón plegable y se sienta casi al final del patio de su casa, entre los naranjos y limoneros, a pocos metros de la tapia perimetral.
Ha apagado todas las luces y con el corazón estremecido se ha ubicado en ese lugar para dormir o morir.
Las sombras, la oscuridad, los sonidos, la soledad, la incertidumbre y ella, todos juntos en una noche que será clave en su recuperación o en su caída final.
Los murmullos han comenzado, abre los ojos de manera desmedida y mira buscando el origen, se sienta y deja de escucharlos. Los árboles se mueven arrullados por el viento cálido del norte.
Reza. Como nueva estrategia… reza.
El perro del vecino ladra y casi cae por el sobresalto.
Se recuesta en el sillón, tapándose hasta la cabeza, aprisionando la almohada contra sus oídos, pero mientras más lo hace más escucha los susurros.
Siguiente recurso: no perder la calma e intentar comprender lo que dicen las voces. Escucha.
Levanta el rostro espantada, mira hacia debajo del sillón, no hay nada.
Se para temblando.
Toma la almohada y la escucha… ¿cómo no lo había pensado antes?
Se da media vuelta horrorizada y busca.
Vuelve a poner el oído y escucha. La almohada le habla. Ahora logra escucharla.
Llora.
Tiembla.
Grita estremecida, rasgándose la traquea con el horror de las certezas, corre sin sacarse la almohada del oído.
El rugido llega desde la punta del naranjo y una sombra negra vuela llegando primero, anticipándose a los pasos desesperados, bloqueando la puerta con su cara carcomida por el horror del infierno.
La mujer cae y grita mientras la bestia se tira sobre ella y la devora.
En su último momento de lucidez aun escucha a la almohada con las voces desenfrenadas que le susurran: “él está afuera, en medio de la noche ¡no salgas! Él está afuera ¡no salgas!”