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Mentirosa

antes publicado en hOyNoEstoyMuErTo

Una multitud abarrotada espera a que se abran las puertas para entrar al estreno de la última película que dirigió Scorsese antes de pegarse un tiro. Julieta leyó que el hombre estaba frente al espejo cuando se disparó en la sien con una calibre 38 que guardaba bajo la almohada. Se imagina los sesos volando como moras maduras, reventando contra las paredes blancas y el tapete crema, escurriendo como líneas de libretos inacabados hechos postre de sangre. Los fragmentos rojos deben ser la creatividad y el ingenio, piensa la precoz quinceañera, y los blancos, si los hay, los pensamientos buenos: el amor, la honestidad, la fidelidad… estupideces así.

petaluna cinemas

La fila de entrada al cine es un apretado dominó humano. El cuerpo de Julieta está atrapado entre las formas angulosas de su hermano y su vecino, que aceptaron acompañarla después de mucha insistencia. Le sudan el abdomen y la espalda, no puede separar los brazos del tórax. Las nalgas de su hermano son un poco más carnosas que las de su vecino. El aire está tibio.

Las puertas serán abiertas en pocos de minutos. Julieta siempre ha preferido la soledad, no le gustan los grupos de gente porque son como un enjambre de moscas sobrevolando un plato de comida rancia, zumbando hambrientas, esgrimiendo su lengua peluda llena de infecciones vacuas y palabras podridas. Quizás la única manera de estar solo en medio de la gente es yendo al cine.

Finalmente, entran. Fila G, puestos 8, 9 y 10.

―El mejor sitio ―dice su hermano―. En todo el centro.

La nuca de Julieta se eriza cuando sus piernas desnudas entran en contacto con la tela eléctrica de la silla. A pesar del fuerte olor a sudor y mantequilla que flota en el ambiente, hoy se siente alegre. Ya terminó clases y su falda de jean le costó solo diez mil pesos. Además, después de muchos meses de espera, por fin verá la última película de Scorsese. Le palpita la cabeza, le palpitan las manos. Traga saliva y cruza las piernas. Se apagan las luces, la función comienza.

Desde el primer momento, la gente expresa su aprobación con melindrosos movimientos de cabeza. La última obra maestra del gran genio del cine, comentan en voz baja ante los cuerpos destripados y las vísceras aplastadas. Qué encuadres brillantes, qué personajes inteligentes, qué diálogos profundos. Julieta, en silencio, también se ha sumergido en un remolino de deleite sensorial. Aprieta las piernas y respira intensamente. Todavía no cierra los ojos.

Entonces sonríe en la oscuridad: cuando les dijo a su hermano y vecino que era una gran admiradora de Scorsese, estaba mintiendo. Nunca vio Taxi Driver ni Toro salvaje ni Pandillas de Nueva York. Pero quería decir que las había visto y, sobre todo, que le habían encantado. Mentirosa. Una mano familiar desciende por su vientre caliente. Deshonesta. Traga saliva otra vez y separa las piernas. Niña mala. Los dedos giran en círculos bajo la falda mientras en la pantalla vuelan sesos y piernas y cabezas y más y más sesos. Le palpitan los muslos y los senos. Su sexo estalla. Las luces se apagan otra vez.

―Qué bueno que nos convenciste ―le dice el vecino al salir del cine― ¡Qué película tan buena!

―Sí ―hace eco su hermano―. Me alegro de haber venido.

A Julieta no le gustó la primera mitad y la segunda se la pasó durmiendo. Sin embargo, asiente con la cabeza y sonríe:

―Yo me alegro de haberme venido.

Nadie habla en el camino de regreso.

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