El monstruo somos nosotros
El desierto de Diana y otras chicas Playboy, de Tania Plata.
Vamos a decirlo pronto. El libro de Tania Plata es un libro de autor. Tania prescindió de un editor. Valiente, supo que sus cuentos estaban por encima del detalle ortotipográfico y mandó al carajo a todos: nadie impediría que su libro saliera a como diera lugar. Y eso es lo que tenemos: un libro que debe leerse por encima de sus lapsus editoriales.
Los relatos de El desierto de Diana y otras chicas Playboy pueden padecer altibajos, pero poseen un poder primordial, porque la monstruosidad que retratan no está en la vida terrible de criminales, drogadictos, prostitutas, narcos, mujeres asesinadas o violadas. En su libro sólo hay una violación, y de ella hablaremos al final. No, la monstruosidad está en las instituciones de nuestra vida diaria: la familia, el noviazgo, el matrimonio; en la comida, en la cena, en la ceremonia. En los seres que nos rodean: el marido, los padres, el profesor universitario; seres cerrados, abusivos, despreciables. Y su crimen no es un acto contundente —el martillazo de Raskolnikov o una ráfaga de Kalashnikov—, su crimen es aquél del desgaste, el de las piedras que se muelen unas sobre otras, día a día, hasta hacerse polvo en el interior del hogar.
Para evidenciarlos, para exhibir aquello que pretenden inculcarnos como la gran familia mexicana, Tania Plata recurre a personajes vitales, casi siempre jóvenes, casi siempre mujeres, casi siempre hermosas, que se niegan a vivir una vida predeterminada por los “usos y costumbres” de la sociedad nacional, según los cuales una mujer es casi un ser humano, y donde la belleza es esa trampa que las salva de la cosificación… para encerrarlas en la misma cosificación.
Claro que aquí no termina todo. ¿Qué sucede cuando estas princesas resultan tener la lengua viperina de Tania? Bueno, tenemos a Diana, su álter ego. Diana está muy lejos de ser una súper heroína. Tiene fortalezas como pocas, pero debilidades como todos.
Diana sabe que en las relaciones humanas siempre hay, cuando menos, dos partes. Y ella está dispuesta a jugar la suya. Pero si esas relaciones le exigen borrarse, si se convierten en fantasías ajenas donde ella debe callar y aceptar, entonces nos enfrentamos a la implacable narradora, a la escritora que no está dispuesta a someterse, a la mujer que saca las uñas:
“No eres el único que sufre. Yo tengo un trabajo mediocre, recibo un sueldo mediocre, donde el título de ‘arquitecto’ se resume a modificar planos de tienditas y minisúper. Además de enterarme de que mi padre sigue saliendo con niñas aún más chicas que yo; y que mi madre, antes de correrlo a la chingada prefiere lidiar con la sífilis. Deberías darle gracias a Dios que la madre de tu hija si tiene bien puestos los ovarios y se deshizo de ti, antes de que les arruinaras la vida”.
Esa fiereza es una postura estética muy por encima de la simple ortografía. Sin proponérselo en lo más mínimo, sus relatos son radiografías dispersas que documentan la construcción del machismo en el seno familiar, la franca participación femenina en el mismo, y la terrible tristeza y desamparo de quienes tienen que padecerlo día a día, acto tras acto, frase tras frase, como sucede en “Criadero de cerdos” o en “Voy tarde”, donde el personaje retrata a varias mujeres de su familia en unos cuantos trazos:
“Siempre juré que no sería como ellas. Incapaces de amarse a sí mismas. Increíble cómo retacan de amor demente su corazón y entonces deja de funcionarles. Mi madre tan necesitada de amor, tan embriagada de mi padre, que no le queda tiempo ni cariño para nadie más. La tía Emma, dejada-capada, con delirios de superioridad por darles de comer a un par de niños indefensos, sus propios hijos, y recordándoles día tras día que los engendró un perro. Y la que da más risa, la que dice que no necesita de un hombre: la tía Martina, soltera hasta la fecha, con la bandera de muy cabrona y miada por todo el que la ronda”.
Es aquí donde comprendemos que los personajes de Tania no están genéticamente incapacitados para amar, sino que el amor verdadero —no el que sale en la tele— es imposible en la sumisión que exige la preservación a ultranza de la familia tradicional mexicana, donde se puede llegar a suponer que una violación puede ser un acto de amor, como sucede en el cuento “Esa mirada”.
De la sumisión hogareña hasta las muertas Juárez y del Estado de México, Tania nos muestra que el monstruo está en casa. El monstruo somos nosotros.
* En Lados B – Narrativa de alto riesgo, Nitro/Press incluye varios relatos inéditos de Tania Plata, así como “Criadero de cerdos”, tomado de este libro.
El desierto de Diana y otras chicas Playboy, Tania Plata. Edición de autor con auspicio del Instituto de Cultura del Estado de Durango, 2010. Pueden leerse algunos relatos del libro en el blog Malcriada miniatura (http://taniesuca.blogspot.com). Para adquirir el libro o contactar a la autora: plata_tania (arroba) hotmail.com
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