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Unidad habitacional

Edificio A, Departamento 69, de Alfonso Morcillo.

Nunca olvidaré la toma final de Qué he hecho yo para merecer esto, de Pedro Almodóvar. La película nos muestra a una mujer que intenta salir adelante cargando con sus dos hijos púberes y con su madre provinciana en una unidad habitacional de Madrid. Sus esfuerzos están condenados al fracaso, sólo atestiguamos la espiral descendente de la historia, entreverada con el ácido humor de Almodóvar, que conduce a la derrota final. La última toma nos muestra la ventana del departamento de los protagonistas, vista desde fuera, en un alejamiento que nos va mostrando más y más ventanas de departamentos similares, sugiriendo más historias como ésa, a lo largo de un enorme edificio que también se aleja para dar vista a muchos otros edificios idénticos, hasta que la toma se convierte en una escena de terror.

Portada

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Me atrevo a decir que el libro de Alfonso Morcillo, Edificio A, Departamento 69, comienza justo donde termina la película de Almodóvar. El libro arranca con un prólogo de Guillermo Vega Zaragoza, breve y directo, en justo homenaje a las cualidades del libro. Porque este volumen, escueto, se pudo titular Libro, o Edificio, o Unidad habitacional, pues así son los títulos de sus relatos: “Cuchillo”, “Televisión”, “Rata”, “González”. Y así son los relatos mismos.

Morcillo ejerce ese don de los grandes actores para ofrecernos una fuerte carga emotiva en el momento preciso, con un leve levantamiento de ceja, con la ejecución de una sonrisa forzada en milésimas de segundo. Pero allí donde tenemos a un gran actor, un director, un guionista, un maquillista, un productor, aquí sólo tenemos a un tipo sentado frente a una pared y el monitor de su computadora.

El prólogo dice: “Como narrador, Morcillo es implacable. A todos sus personajes los trata igual. No los juzga, pues ellos mismos ya se encuentran condenados. Más bien los sigue y los observa como un entomólogo que analiza y clasifica bichos, algunos más dañinos que otros”. Sí, pero cómo lo logra. Pongamos dos casos: “Cuchillo” y “Dealer”. Ambos narrados en primera persona. Ambos parecen, de hecho, narrados por la misma persona. Sin embargo, son esos pequeños guiños ejecutados a tiempo, esos imperceptibles giros en la voz, los que hacen que un cuento vaya hacia la máxima ternura y el otro hacia el peor de los cinismos.

Es verdad: Morcillo no juzga. Muestra. Y esto parece muy fácil, pero es exactamente al revés. Siempre es más fácil juzgar que mostrar. Cualquier cosa que un escritor narra, tiene su propia carga moral. Esto, en el caso de Morcillo, implica una ardua labor de limpieza para eliminar juicios y dejarnos sólo los hechos, crudos, tal cual son. El único juicio, si acaso, se encuentra agazapado en la selección meticulosa de lo que narra.

En “Trailero” se encuentran unos fragmentos que ejemplifican lo aquí expuesto:
“Pídeme otra copa, Licha. Una más y nos largamos tú y yo. ¿Qué horas son? […] Mañana me acompañas a la línea, cargan el tráiler y nos vamos a Guadalajara, nos quedamos el sábado y el domingo y el lunes aquí buscamos departamento. Dime que sí, Licha”.

Pero Licha piensa:

“Sí, cómo no. ¿A ver, primero te pido una copa y luego me largo contigo? Jajaja, pinche Arturo, no sabes qué lástima me das. En estos seis meses he conocido cientos de cabrones como tú. ¿Cómo te explico, eh? Lo mejor será pedirte otra especial, ponerte pedo y sacarte ese buen fajo y ¿sabes cuándo me vas a volver a ver por aquí?…”

De manera similar, Alfonso Morcillo nos presenta una buena variedad de esos bichos que se hacinan por millones en las unidades habitacionales, nos mete a sus casas, nos hace sospecharlos según los ruidos que escapan a través de sus puertas y de la música que escuchan a todo volumen, de sus pleitos y lo que hay detrás de éstos.
La unidad habitacional libró al autor del cuadro de costumbres en que sí suelen caer las romantizadas vecindades. Sus relatos son el anverso de la televisión, de los comerciales y de la propaganda gubernamental. Y nos recuerdan que, en arquitectura, se tiene a las monumentales obras de vivienda popular como símbolos de la modernidad. Por ello Charles Jencks considera que “la Arquitectura Moderna murió el 15 de julio de 1972 a las 3:32 de la tarde (más o menos)” con la demolición de la enorme unidad habitacional Pruitt-Igoe en Saint Louis, Missouri*.

* Su demolición aparece en la película Koyaanisqatsi de Godfrey Reggio, segmento que puede localizarse con facilidad en YouTube.

Edificio A, Departamento 69. Alfonso Morcillo. Editorial Fridaura, 2009.

Para adquirir el libro o contactar al autor:

alfonso morcillo morcillo@hotmail.com

http://www.facebook.com/alfonso.morcillo

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