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tus ojos

cha(t)meau...

…y quedaron tus ojos capturados para siempre en el negativo del rollo fotográfico (¿o sería una cámara digital?). Quedaron prendidos en el aire hasta que los recibí impresos, en un sobre que al abrirse me mostró tus ojos hablándome del recuerdo y de la noche; hablándome de un “cállate la boca, ven y dame un beso“.

No supe finalmente quién tomó la foto, pero imagino (quiero imaginar) que era a mí a quien dirigías la atención y me invitabas. No sé, no recuerdo dónde estuve aquella noche. No amanecí entre tus brazos; no pasé por tí a tu casa inicialmente; no te llevé hasta la cama conmovido y en silencio; no te llevé, tampoco, a ese lugar lleno de desconocidos dónde podríamos charlar sin temor a decir lo que sintiéramos sincero; no te tomé por la espalda y te ceñí a mí mientras bailábamos un electrotango cadencioso, cachondo y cada vez más lejano; no te dije nunca “te amo tanto, que soy capaz de amanecer contigo; abrir mis ojos y no huir“.

No supe quién tomó la foto. Esa tarde decidí no ir para no verte: de repente me rocé con el vértigo de los sentimientos eruptándome, esa acidez de la ilusión a punto de romperse: un riesgo. No supe quién tomó la foto, pero el muy cabrón ha tenido el descaro de enviarme una copia para mostrarme las posibilidades de todo aquello que pudo suceder y quizá le sucedió contigo, mientras yo me tomaba un alkaséltzer para el corazón, eferveciendo en un tarro que se evaporaba insisténtemente.

Soy un pendejo, quizá no te lo había dicho.

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