José Saramago y una nota hormonal.
Una noche, sin avisar a nadie, José Saramago entró en la nada y se disolvió en ella.
Durante los próximos días aparecerán, en distintos y variados lugares, semblanzas y comentarios sobre todo lo que fue José Saramago en vida, lo que dijo, hizo y escribió. Nos enteraremos por medio de gente que quizá nunca leyó más de dos párrafos suyos, de lo grande que fue. Se mencionará su obra literaria, los temas que trataba, cómo escribía y por qué ganó el Nobel: Saramago grande, genio, citas y citas fuera de contexto, lamentamos su muerte, se fue un imprescindible de la literaria universal. Rebelde, irónico, crítico, preocupado por el mundo, humanista, socialista, comunista, demócrata, ácido, ateo, evangelio según Jesucristo, ensayo sobre la ceguera, memorial del convento, ensayo sobre la ceguera, ensayo sobre la ceguera, evangelio según Jesucristo. Todos ya sabíamos quién era el portugués antes de su muerte, incluso sin haberlo leído, leeremos, ahora, “Caín”, su última novela, a elogiarlo en cada página aunque no haya sido lo mejor que escribió. Descanse en paz. Listo. Con ese párrafo es suficiente para salir a la calle y llorar en voz alta, nadie pondrá en duda nada. Si alguien llegara a cuestionar nuestros conocimientos o si somos amante de tomar posturas críticas anti-establishment, mencionaremos que su estilo era muy característico por la forma en que estructuraba las oraciones, escribía párrafos larguísimos, aun más que este, y no utilizaba otros signos de puntuación que no fueran las comas y los puntos, lo que para muchos dificultaba la lectura, además de su obsesión con el tema religioso y las constantes divagaciones metafísicas que te perdían en la historia. Eso les enseñará.
Ahora, lo que yo quiero, lo que a mí me interesa decir, mi comentario enteramente y decididamente hormonal:
Quise, de manera necia, no repasar sus libros ni leer ningún tipo de información que pudieran contaminar mis palabras, utilizar sólo lo que él y sus letras me dejaron en la memoria, cosa que a ustedes, como gente ocupada que son, seguramente no les importa, pero que igual, aunque sea por terminar lo que empezaron, leerán.
Todos tenemos a un autor que nos inicia en la literatura. Cada quien tiene su García Márquez, su Jaime Sabines, su Oscar Wilde, su Bukowski, incluso su Paulo Cohelo, pues bueno, yo tengo a mi José Saramago. Comencé a leer El evangelio según Jesucristo a finales de la preparatoria, no sabía entonces quién era este tipo, sólo sabía que compartía con él, por lo menos en apariencia, una obsesión con el dios judeo-cristiano. El libro me pareció fascinante en aquel entonces, a partir de ahí busqué y conseguí cuanto libro de Saramago se me cruzaba, cada uno me invitaba a leer el próximo. Cada ironía disfrazada a veces como comentario ingenuo, los pleitos entre el narrador, los personajes y la recurrente voz desconocida, todo eso alimentaba mi hormona rebelde, la provocaba y era como darle chocolate, si tan inocente comparación se me permite, aunque su permiso no disculpe para nada mi pobreza a la hora de las analogías, siempre tan necesarias cuando no sabemos explicarnos, si no pregúntenle a Jesús, que como nadie le entendió no quedaron más que sus parábolas y de paso lo mataron. Pobre, tan cerca de Dios y tan lejos del hombre. En fin, Saramago, mucho más cerca del hombre aunque tampoco tan alejado de Ese que manda matar hijos ajenos y propios, dejó en todas sus novelas una mancha que exponía a la naturaleza humana, que sacaba eso que no tiene nombre y que es lo que realmente somos. Infiltraba siempre, dentro del pesimismo y la decepción por nuestra especie, el amor que era lo que movía al mundo, caminaba cargando siempre una cajita casi vacía pero con algo de esperanza, porque a pesar de lo que digan las canciones, no todo lo que necesitamos es amor, también esperanza, que es la que no nos deja meternos un tiro en la cabeza cuando no vemos al amor por ningún lado.
Saramago fue todo así, y quisiera llenarlos de ideas suyas pero en mi necedad sigo sin siquiera voltear a ver cualquiera de sus libros, tan rayados por mi lápiz que todo lo subraya, además que seguramente la internet está, y ahora más, inundada de sus palabras, valdrá mejor esperar la aplicación en facebook con sus frases, que esas sí son antologías. La invitación a leerlo la voy a obviar, es un autor de iniciación, sí, y uno muy bueno. Se le acabó el combustible a mis hormonas. Ya no me queda otra cosa más que ver aparecer al verdadero experto que nos desglosará con palabras adecuadas, objetivas y correctas lo que el lusitano representa en la literatura. Esperaremos.
José Saramago, sin avisar a nadie, entró en la nada y se disolvió en ella. No recen por él que él no lo haría por ustedes. El muerto, en vida, fue ateo, no creyó en Dios, no lo necesitó y además fue buena persona. José Saramago no descansa en paz porque no descansa, ya no existe, sólo quedan sus palabras.
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