Los poemas que vi por un telescopio de Yaxkin Melchy
Vivimos enteramente en el pasado,
nutridos de pensamientos muertos,
de credos muertos, de ciencias muertas.
Es el pasado, no el futuro lo que nos devora.
El futuro siempre ha pertenecido
y seguirá perteneciendo al poeta.
HENRY MILLER
UNO
Para un joven poeta escribir poesía en estos tiempos es una actividad a la que preceden diversos enfrentamientos. Estos choques se manifiestan cuando el bardo asume el reto de una escritura desafiante, asume el riesgo de escribir.
El proceso de creación en el ámbito nacional, muchas veces está motivado por la obtención de alicientes: premios literarios, becas, fondos editoriales, encuentros, etc. En gran parte, la escritura se atiene a eso, a límites impuestos por el tiempo de entrega, a la extensión de cuartillas, y en menor escala, a ejes temáticos. La escritura no se aborda como debiera. La escritura debe ser tomada desde una necesidad de comunicación, de una partitura que obedezca a la expresión personal, al acto poético en sí. A veces el poeta piensa más en lo que pudiera ser posible y no en lo que es posible y que es lo importante, la misma poesía. Lo anterior, invariablemente incide en la calidad de las obras que se escriben.
Pero un poemario no se legitima con las líneas escriturales que mandan los premios literarios: unidad temática, de atmósfera, de tono, utilización de recursos, habilidad verbal, etc. Un libro de poemas se legitima en la experiencia vital de sus lectores, en el traspaso que le hace el autor al lector al cederle la batuta, el título, los poemas, las palabras, en fin, la propuesta. Un poemario, creo, debe dejar espacios discutibles, arrojar, como quería Umberto Eco, diversas posibilidades.
Yaxkin Melchy, novísimo poeta, considero que trabaja por intuición, plantea, a pesar del título, “Los poemas que vi por un telescopio” y la propuesta, una poesía motivada más que por alicientes monetarios o prestigios, por una necesidad de expresión, más que por la contemplación por la percepción.
DOS
Evidentemente al margen del cardumen de nuestra tradición poética mexicana y su influencia, del hit parade literario, Yaxkin es un poeta emergente y no improvisado, es un poeta de ruptura, es decir, utiliza una estética no imitativa, que no intenta rescatar viejas usanzas, sino transgredirlas, lleva a la práctica su propio arsenal, sus instrumentos: fórmulas, versificación irregular, postales, armonías, dibujos, números, errores.
Yaxkin tiene conciencia de lo que contempla, lo explora, lo explota, se regala y nos regala una experiencia visual y conceptual novedosa que se agradece.
El pasado, bueno o malo, preciso o impreciso, necesario o no, hay que conocerlo y romperlo, o no romperlo y punto, o dialogar con él o no. En Yaxkin no creo que sea ignorancia, sino rechazo, mantiene al margen al pasado para crear “su nuevo mundo”, un obra total que me recuerda a la “poesía vertical” de Roberto Juarroz. La creación de un nuevo mundo, sucede en países como Argentina, y un poco Chile, los nuevos poetas toman el riesgo de ignorar sus tradiciones y crean un canon emergente. En México sucede, Yaxkin ayuda a eso.
Cuando uno mira al cielo reflexiona, inventa una historia lejana, una mitología propia. Cuando uno mira al cielo cuenta, sueña, mira el futuro y lo imagina, lo escribe ignorándolo, presagiándolo. Cuando uno mira al cielo, también, encuentra al pasado. Yaxkin no es el vate exorcista, es un poeta de carácter impredecible cuya obsesión son las probabilidades del mirar al más allá, las probabilidades del mundo, y se sabe en un tiempo, en una hora incierta, y sabe lo que pasa, lo que rodea a su generación:
Yo sé que se ha congelado la literatura: es tiempo del miedo.
Yaxkin Melchy mira al futuro.
TRES
La astrología es un lenguaje de símbolos. Con ella se pueden arañar las lejanías, explorarlas, explotarlas, darle al mundo una visión de lo que hay afuera. En el poemario “Los poemas que vi por un telescopio” las distancias se acortan, la lejanía deja de serlo. No estamos en un programa de Discovery Channel en el que observamos las estrellas a través del Hubble, o del Gran Telescopio Canarias, o el del Monte Wilson. Estamos ante una obra abierta, ante la visión de un poeta que nos permite, a través de ella, escrutar y redescubrir el espacio con una nueva forma, todo con un nuevo telescopio: la mirada del autor.
El conflicto entre la escritura y el que escribe encarna una abstracción. Yaxkin establece un equilibrio entre lo terrestre y lo sideral, entre lo real y lo etéreo por medio de una formulación de imágenes visuales, oníricas, un registro del mundo cuando es absurdo, cuando es intocable y confuso como los sueños.
Formalmente desalineado, nos revela una pluralidad que no se observa a simple vista, pero que está. Yaxkin tiene la destreza para dilucidar fórmulas científicas y emotivas mediante su estilística, propone una nueva “visión”, una solución, una invitación a ver el cielo, el espacio con todas sus connotaciones, el espacio sideral, textual, imaginativo, el espacio vital, el futuro.
Melchy Ramos entiende el futuro que es el ahora y trae a colación la figura paternal, a Meme Rocha —un personaje o seudónimo colectivo—, su infancia y pubertad. Conoce a la muerte como un antes, un presente y un porvenir, viaja a otra dimensión por veredas virtuales, viaja a ocupar un espacio en la red, un espacio que lo devuelve a un pasado colmado de recuerdos y fotografías, nos hace una revelación virtual con el nick de Astor 45 y nos envía, a los lectores, al verdadero futuro, a la posibilidad del decir, a la supervivencia de algunas palabras y a la muerte de otras.
Yaxkin se sabe un poeta que arriesgó y perdió sus palabras en los siglos, para siempre.
Con poemas cargados de una inteligencia evidente, gráfica, científica, espiritual, el autor trae al mundo monocromo una visión delirante; sin ser geocéntrico, nos deja apreciar la nebulosa NGC 6405 como espejo de una mariposa, a los astros como flores; el poema o el teorema toman tintes de carta astral, como un poeta astrólogo nos presenta los dictados de las constelaciones de cáncer, sagitario, géminis, Andrómeda, repite galaxias, mundos, universos ―como él dice― con miradas afónicas y hexagonales.
La intencionalidad del poeta es una poesía performance, ya lo muestran las distribuciones espaciales de los textos, su febril astronomía, el delirio y los sueños como estampas de lo común, mimetizado a lo desconocido, al miedo, a la probabilidad de lo que ha de suceder. El poeta es un niño, vuela al espacio sideral de su poética y cae en el mundo, nosotros, como un Principito.
Yaxkin es el que se dice poeta salvaje
al que le dicen poeta salvaje
el poeta salvaje indecidido [sic]
el poeta salvaje incendiado
el poeta salvaje trunco de las piernas
con los ojos volando por las páginas de la poesía.
Al final, me quedo con unas palabras de Yaxkin en su presentación del 22 de abril en el CECUT: si la vida tiene errores, ¿por qué la poesía no ha de tenerlos?