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Mi Educación

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Hace poco me preguntó alguien por mail que si cómo podía tener tanta confianza en mí mismo si no creía en la existencia de Dios. Le contesté que se lo debía a la educación paterna: cuando niños mi padre nos arrojaba al Río Colorado sin más, de a uno por uno y nos obligaba a cruzar de orilla a orilla amenazándonos con pistola en mano. Si a la mitad del río mi padre descubría que comenzábamos a ahogarnos, nos gritaba: ¡No se raje! ¡No se raje, cabrón! ¡Dele duro, hijo de su pinchi madre! ¡Dele duro, puto! Mientras mi madre lo acompañaba apretada del brazo y le miraba de forma sui generis.

Varias veces el río me atrapó en sus profundidades obscuras, pero siempre logré superar exitosamente el peligro pues me motivaba la pécora voluptuosa que mi padre había colocado en la otra margen del río para recibirme con una cesta de burritos de machaca con carne de Caborca, frijoles refritos con manteca y un vaso grande y frío de cerveza. Nunca supe la razón de este entrenamiento o formación, el sentido lo encontré hasta los veintisiete años: de esta experiencia mi padre mataba cuatro pájaros de una pedrada: aprendíamos que podíamos confiar en nosotros mismos; que Dios no existía (pues por más fe que tuviésemos en él en ese entonces nunca bajó a ayudarnos); que a los padres se les debía dejar atrás; y que si luchábamos con coraje, al final de todo nos esperaba una gran recompensa: un guiso delicioso y un coño suculento. De esta manera mi padre me convirtió en un hombre fuerte y obstinado que sabe que no hay de otra más que luchar con furia y desesperación hasta el final por lo que uno quiere pues de otra manera lo único que hacemos es quedarnos braceando como pendejos en el camino. If you’re going to try, go all the way, diría Bukowski.

En el trayecto de este aprendizaje a mi padre se le ahogaron como cuatro hijos. Pero él me explicó más tarde que esto, aunque doloroso, era absolutamente necesario: se morían los que no eran aptos para la vida y permanecían los que la merecían de verdad. Recuerdo que afirmaba: “La vida no te pone pruebas que no puedas superar”. Y tenía razón. Por supuesto que antes de lanzarnos al río nos entrenaba para nadar, porque nos explicaba que tan irresponsable era lanzar a los hijos sin preparación al río, como no aventarlos nunca, esto es algo que nunca olvidé y que se lo daré a mis hijos como toda lección en el caso imposible de conocer a una mujer con dignidad.

Antes de eso, mi padre nos mandó construir un cuadrilátero para lucha libre detrás de uno de sus comercios y contrató para nosotros, como maestros privados, al Baby Love y al Satánico. Esto era un verdadero privilegio, me sentía Richie Rich en aquella época. Entonces, aquél cuadrilátero se llenaba de primos y comenzábamos a partirnos en la madre unos a otros. Perdí muchos de estos encuentros ante el Gordo (+), un primo con un talento nato para las luchas, con él supe muchas veces de la angustia que se siente al ser estrangulado. Una vez que me levantaba todo colorado y sudado y bajaba del ring, mi padre me preguntaba siempre lo mismo: “¿Perdiste?” Y yo le contestaba: “Sí”. Entonces me daba un soplamocos: ¡PAF! Y me preguntaba de nuevo: “¿Perdiste? Se lo estoy preguntando a la parte profunda de tu ser, hijo, ¿perdiste?” De pronto la luz se abría en mi mente y yo le decía: “Pues perdí el combate, pero como me subí al ring y luché con muchas ganas, en el nivel profundo de mi experiencia del ser, no perdí, no perdí absolutamente nada, papá. No fui culón, no fui cobarde”. Mi padre se alegraba enseguida con esta respuesta y me llevaba al Latino Bar, donde me dejaban que les tocara las piernas a las pelanduscas.

Desgraciadamente la vida me enseñó a los veintidós años otra lección: que muchos estaban jugando con otras reglas. Con tanto hijo de riquillo, de narco, de político y burócrata acomodado en el sistema para sobrevivir, teníamos a parásitos que no se habían hecho dignos de la vida, y con un orgullo tan inflado que ni los que luchábamos por las cosas disfrutábamos. No eran dignos ni del aire que respiraban y sin embargo ahí estaban, cobrando enormes sumas en el aparato de gobierno y en las universidades, entronizados en las gubernaturas y en la presidencia de la república, cenando platillos lujosos y lamiendo las mejores pussys o chupando las mejores pichas. Este era mi país y me dolía descubrirlo.

Así que fui con mi padre y me quejé. Yo estaba en crisis. Entonces mi padre me dijo “ponte tu sombrero y tus botas, vamos a ir a ver al Cholo”. Un comentario de mi padre era una orden y no le discutí. Me llevó rumbo a la salida de San Luis Río Colorado y comenzamos a caminar bajo el sol inclemente con destino al Pinacate, donde nos esperaba El Cholo. Moribundos, rentamos un par de perros para cabalgarlos en un paradero pues no nos alcanzaba para caballos, y le dije a mi padre: “¿Nos vamos a ir en perro?” Él me contestó con otra lección: “Ya sea en perro, en caballo, en avión o arriba de una garrapata, lo importante es llegar a tu destino”. Desde entonces no me importa andar en taxi y cuando una mujer me pide carro para quererme, sólo pienso que se trata de una mesalina más de las que tratan de rescatar los comerciales de “Soy enfermera, soy mujer y soy mexicana”.

Llegamos al cráter más alto y les pegamos un tiro en la cabeza a los perros pues habían reventado. Comenzamos a escalar y al final encontramos al cholo debajo de un tejaban a la orilla del agujero fumando marihuana. El cholo se dirigió entonces a mi padre y le dijo:

—¿Traes cigarros? Mi padre le contestó:

—¡En el culo te lo embarro, tiro mecos sin catarro, no te doy cigarros porque no traigo!

—¡Ja, ja, ja! —el Cholo comenzó a reír—. Pasen, pasen, pásenle a la sombrita, los estaba esperando —dijo.

Nos sentamos en cuclillas y mi padre le dijo al Cholo:

—Mi hijo quiere preguntarte algo.

—Simón —dijo el Cholo —ya lo sé, y esta es la neta del planeta: esos batos no tienen verdadera confianza en sí mismos carnal, lo que gozan de orgullo es pura pinche fantasy, quítales la lana, el carro, el puesto y a los putos guaruras y se les caí el cantón. A ti te avientan en la selva bichi y te pelan la piricueta. Ahora regresa a tu pueblo y déjate caer la greña con un artículo y dáselo a Melgoza para lo publique en la Contra

Tuve en ese momento una epifanía y recobré el amor propio, porque era digno de él. Comenzamos a descender la cuesta mi padre y yo, cuando oí de nuevo la voz del Cholo:

—¡Carnal!

—Dime mi Cholo.

—Mi cholo.

—¡No mames! ¡El consejo que me ibas a dar!

—¡Ah, sí! Nunca te vuelvas a comparar con mariquitas sin calzones que piden mochadas cuando tienen un puesto. Tú vales mucho y mereces respeto, ¡cuídate a ti mismo!

—Lo haré mi cholo, lo haré.

—Y otra cosa.

—Qué…

—Nunca olvides que eres hijo de Sonora, no traiciones tu herencia como esos soplapollas. Recuerda que no eres de Baja California ni de Sinaloa ni de la Ciudad de México ni de Jalisco ni de ningún estado patito con el juego de ventajosos y sometidos. Tú eres hijo de la cultura del esfuerzo y sabes meterle el hombro a tus hermanos.

Que nunca se te olvide esto. Y cuando bajé la cuesta pedregosa, desde lejos le encontré al Cholo, cierto parecido con Luis Donaldo Colosio.

ADVERTENCIA: Presenta trazas de ficción y/o de cacahuate. No se la tome literalmente. El regionalismo y el colosismo son una figura retórica: el sarcasmo. [Sábado 19 de septiembre—sábado 3 de octubre de 2009].

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