La importancia de regresar a la epístola sin dejar de lado el hipertexto.
Sin más preámbulos, me declaro apasionada de la literatura epistolar, escritura que se dirige a alguien, sobre todo de manera distractiva y poética, como lo puede ser la prosa en segunda persona. Tanto para mí, como para muchos otros, las cartas o el diario, fueron el inicio de una formación en el oficio literario, dieron el gusto por comunicar incluso, mensajes anónimos, relatar sueños o inconformidades, y una lista subjetiva e interminable de pretextos o propósitos del escribir. No dudo que los narradores sientan el desboque de letras como las siente el poeta, pero lo que estoy segura, es que una carta que trasmite, se escribe con la sinceridad incluso de la falsa autobiografía, con el propósito de provocar un pensamiento, un juicio o un hecho a nuestro modo, al destinatario.
Hay muchas formas en las que he escrito literatura epistolar en el paso de mi vida, en los años ochentas, concebía las computadoras como parte del mobiliario de las películas de ciencia ficción, y bloguear o enviar un correo electrónico, estaba lejos de mis métodos de comunicación. El mismo ensimismamiento causado por mi padre, quien me alentaba a la lectura de historietas, donde ese mundo del romance frustrado se me fue develando con el ansiado Archie, sin embargo, siempre hago las elecciones diferentes, y de Archie, me gustaba Torombolo; de Magneto me gustaba Elías, de flans, jugaba a ser Ivonne la fea, y empezó mi etapa de fantasear despierta, de escribir poemas, los cuales arrojaría al escenario y Elías Cervantes, ex Magneto, jamás los levantaría, para provocar mis primeros poemas de desamor. Entonces, ya con el alma herida, sin amigos y siendo siempre la gordita retraída, tímida e hipersensible. Mis juegos de alcoba, se extendieron por más de una década, donde escribía el monologo de la la secretaria sexy de un sujeto X, el cual me besaba, tomando la posición del misionero, con mi coestrella “El Señor almohada”, personaje inanimado, que cambiaba de nombre, según se llamara el amor platónico en turno. Así pase las tardes, me remangaba la falda larga, me sentaba frente una máquina de escribir eléctrica, y después de leer los deschongues de Betty y Verónica, buscaría direcciones de amigos por correspondencia, por los cuales empecé el oficio de la literatura epistolar. Enviaba cartas a Venezuela, Guatemala, California… y me inventaba una vida como la que pensaba que, quizá, el destinatario quería leer.
Sin embargo, el mero título nos asusta a algunos, cuando se menciona el término literatura epistolar, lo primero que me viene a la mente, son las cartas a los apóstoles del Nuevo Testamento, cartas moralistas o con sacras encomiendas, en un duro empastado. No obstante, la epístola es una composición poética en la que el autor se dirige a un receptor que no está, que no escucha, que está ausente, no importando que este sea real o imaginario, el hecho es que el autor tenga un mensaje por enviarse a aquel destino.
Abordar la literatura epistolar puede ser más fluido, ya que el mensaje tiene un destinatario, y no es una historia hilvanada al aire. Para mí, como ajena a la narrativa, me es complicado tener un hilo largo de coherencia: siempre corto capítulos, o tajo lo que podría ser una novela. Por ello mi intento de escribir narrativa en segunda persona, que bien acabó siendo una larga carta de desamor, conectada por episodios que no eran descriptivos, lo único que llevaba de la mano al receptor, era el cambio de pasiones y ambientes. Como poeta, me considero hiperactiva, compulsiva, imprudente, y hasta cierto punto, obsesiva con los finales, no suelo concluir de manera fraternal las cosas escritas y, lo acepto, soy fanática del psicodrama, del humor negro, de las cartas donde se exponen los sentimientos y los arquetipos, pero siempre busco que la narrativa me dé un aspecto psicológico, a una descripción plana y descriptiva. En la literatura epistolar no hay topes, no tienen que morir los héroes, no tiene que haber un final conciliativo, puede haber total falta de verosimilitud geográfica, ya que, reitero, el sentimiento del suceso a narrar, contar, exponerse, incluso, hallarse desleal, es lo que mueve a la epístola. Y siempre cerrando el documento, con la ansiada respuesta del que la recibirá.
En mi experiencia (tan subjetiva como yo misma), la literatura epistolar podría entrar si se extiende a novela, en aquel subgénero literario histórico del prerrenacimiento del siglo XV, el cual se componía en prosa con versos intercalados, de forma epistolar (algunas veces) y de materia entrañable.
El polígrafo español Marcelino Menéndez Pelayo escribió una novela con un grupo de narraciones epistolares que suelen ser, también, falsamente autobiográficas. Y en otros casos del mismo género, considero que Proceso de cartas de amores (1553) de Juan de Segura, pionero de la narrativa epistolar, abrió brecha con éxito rotundo, al revelamiento de otros autores, que habían ensayado un poco el término.
No podría omitir al ruso Fiodor M. Dostoyevski, con su primera novela “Pobres Gentes”; Las amistades peligrosas de Choderlos de Laclos; Pamela o la virtud recompensada de Samuel Richardson, y muchas novelas epistolares más, que ocupan un histórico lugar dentro de la literatura.
Sin embargo, el sector editorial se ha mostrado reticente al género epistolar, quizá por la premura del tiempo, y la inmersión del hipertexto, con una apresurada concepción de la prisa en la que vivimos. Con el arraigo del nuevo SMS en celulares, y los mensajes hiper breves de las nuevas redes sociales, facebook, twitter, etc. Forma de comunicar el hecho de lo que estás haciendo en el instante, alguna duda, propuesta, o una frase que provoque, la risa o el enojo de los autorizados para leer. Sin embargo, no creo que una u otra manera de comunicar, tenga mayor validez, o contribuya a la habilidad mental creativa, simplemente, vivimos tiempos distintos, y si en 1500 la epístola era la manera más factible de esperar una respuesta en la ventana de la incertidumbre, hoy, en el quicio del 2010, también lo es, porque muchas veces yo misma me he quedado sentada en el umbral de la ventana de Windows live, esperando con la taquicardia de la mujer del soldado, o de la esposa abandonada, una respuesta, un correo de vuelta, que me diga, que alguien se tomó tres minutos para teclear un híper sentimiento y comunicarme que no le soy indiferente aún.
A Carlos De La Cruz Iglesias
El que me tiene en el quicio de la ventanita del Hotmail
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