Gel Azul y el péndulo artecnológico
Gel Azul narra un futuro distópico y clasista donde las élites, para evadir la horrible realidad, pueden contratar un servicio que los sumerge en un contenedor transparente relleno de gel azul mientras sueñan dentro de un mundo virtual modificable al antojo, proporcionado por cables que mediante prótesis se unen a su cuerpo. ¿Matrix? Casi.
Como en la película de los hermanos Wachowsky, the powers that be comienzan a aprovecharse de la vulnerabilidad de los humanos sumergidos para traficar con sus órganos, principalmente. Mediante “microbots” cercenan brazos y piernas de las víctimas confiadas, para darse cuenta mucho tiempo después, o quizá nunca. Crajales, un detective ex-hacker es asignado a la investigación.
La novela ganadora del premio Ignotus 2007 es un comic sin ilustraciones, lo cual no sorprende al revisar la trayectoria de su autor. El lenguaje parece traducido del inglés y el melting pot cultural que propone suena artificial. Tiene sus méritos, pero por la mayor parte está creada de retazos de otros libros, películas y novelas gráficas.
Al parecer dentro del cyberpunk existen dos posturas hacia las cuales se inclinan de manera pendular todas las novelas: La ingenuidad tecnológica y la ingenuidad artística.
Las primeras es culpa de los artistas. Su familiaridad con el arte, sus teorías y las tradiciones les ha dejado poco tiempo para respirar entre cables, leer gruesos manuales sobre hardware y software, pelear con millones de líneas de código y LEDs parpadeantes. El imaginario tecnológico que plasman en sus libros proviene de la literatura, el cine, la ficción. No de los manuales técnicos.
Las segundas es culpa de los tecnólogos. Éstos han peleado con instrucciones secuenciales, lógica durísima, flujos de información, código binario y matemáticas. Todo es codificable y discreto. La interacción con máquinas les ha dejado poco tiempo para leer gruesos volúmenes de estilística, explorarse como creadores y romper sus propios patrones de conducta. Sus referencias artísticas y literarias son básicas por lo que su lenguaje es descuidado y sus personajes planísimos y acartonados. Sus tradiciones no son centenarias.
Sus tradiciones e historias son diferentes.
Extracto de una reseña de Francisco José Súñer Iglesias:
No es el cyberpunk un género que me agrade, sus cultivadores siempre han demostrado un desconcertante desconocimiento de la tecnología que describen, y en mi caso es pecado mortal. Empecé a trabajar con redes de datos en 1989, manteniéndolas y llegando a diagnosticar el estado de las líneas mirando simplemente el parpadeo de los leds de los módems. Por eso me siento tan incómodo con las descripciones irreales de las tripas de la red y de quienes las manejan.
En realidad no creo que la tecnología importe demasiado a los cultivadores del cyberpunk. Ven las redes más como una metáfora de la relación entre los desheredados y los núcleos de poder, y se valen de más metáforas aún para describir los asaltos de esos desheredados a las fortalezas llenas de dinero y conocimientos desde las que se maneja el mundo. Lamentablemente, esas metáforas, espectaculares y coloridas, tienen tanto que ver con la realidad de las redes como Windows con las tripas de los ordenadores, realidades que, con buen criterio, se abstraen para evitar que el usuario se complique demasiado la vida. Los ingenuos hackers que en estas historias se las ven con perros virtuales y virus de cien patas sucumbirían ante cualquier operador medianamente competente desde su consola.
Extracto de una reseña de Julio Couce Molina:
Lo mejor de “Gel azul” es la frescura e intensidad de sus imágenes, tanto en las partes ambientadas en el mundo real como en el ciberespacio –no en vano su autor ha trabajado en el mundo del cómic–. El problema, por otra parte, es que como novela negra resulta fallida. Está escrita como una sucesión de escenas cortas, y carece de sensación de continuidad o impresión de progreso a base del trabajo y la perspicacia del detective. En lugar de ello, todo llega rápidamente, sin apenas esfuerzo investigativo. En un par de ocasiones Crajales lanza acusaciones sin pruebas para ser recompensado con un «¿cómo lo supiste?». Si a esto le unimos que la trama criminal en sí es poco convincente –no resulta verosímil que se elija a los más ricos como víctimas de este tipo de crímenes–, nos encontramos con una historia interesante pero que podría haberse beneficiado de una reescritura que hubiese pulido algunos de sus defectos.
Algunos autores han sabido encontrarse justo a la mitad del péndulo, pero son pocos. La brecha se irá cerrando conforme pase el tiempo, los cables nos enreden todavía más y nos acerquemos a la singularidad de Ray Kurzweil. Mientras tanto, a darle.