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Un segundo

Un segundo es lo suficiente para cambiar de canción. Cielo rojo resuena en el cuarto de mi amigo, tres almas y yo, todos reunidos por la soledad de la aberración, por juntarnos cada fin de semana, si encuentro otro trago de coñac, no dudaré en hacerlo mío. Eduardo entra en la regadera, Alfonso está recostado sobre el sofá violeta y Manuel compone los sonidos que acompañan nuestra melancolía, el vaso de mi humor está tan transparente y vacío como mi estomago. Juntos recorremos la vía del riesgo, abordamos las motocicletas y nos zambullimos en la carretera. Kilómetros aplastados, silencios profanados por los motores y un camino de carbón que vamos dejando atrás. El calor de la tarde que se va durmiendo, los mareos por el alcohol y la fragancia del aceite quemado nos envuelven en el camino. Avanzamos sin voltear atrás, sin miramientos ni protestas sobre el destino.
Cuan corta es la vida, cuando se ha vivido y no sólo existido, como la luz por la mañana, se acerca el momento de mi muerte. Sabiendo que no regresaré montado en la motocicleta y que en su lugar estaré envuelto en una bolsa negra, acelero, dejando cien metros en un segundo entre mis amigos y yo.
La lluvia comienza a caer, las nubes se ciñen sobre mí y lloro por dentro. Sorteo las curvas, aprieto el manubrio, aprieto los dientes ante la sensación que acompaña el advenimiento del fin. Siendo un día lluvioso del dos mil diez, siendo crepúsculo de verano, brinco un recuerdo tras otro. Arriba de mis fríos estupores, se corona la despedida de mis amigos. Detengo a un lado de la carretera, bajo a caminar, me tiendo sobre el lodo y sobre mi espalda se enumeran las gotas frías de la soledad. Desgastando el tiempo, asimilando los suspiros, espero su llegada encima de sus motores de dos tiempos. Las grietas azuladas en el cielo, iluminan los kilómetros que nos separan.

The road to ...

Llega a mi lado, se desmonta en un salto frio y camina lentamente hacia mí. Trae consigo una carta de caracteres desconocidos, con un mensaje familiar. Me rindo por siempre ante la eternidad, abarcando desde el orión hasta el origen de los sueños, sé que ha terminado, no creo que cuando me vean mis amigos, puedan entenderlo. No podrán pelear contra las lágrimas, al momento de verme. El terciopelo rugoso de la tierra infértil, el vaho del líquido transparente, mis cobertores y lecho terminal. No se puede detener el corazón una vez que se ha dejado en manos femeninas, al besar, regalé los latidos y con la distancia se derrochó la sangre.
He llegado a mi destino, el de ellos está de regreso en la ciudad. ¿Quien dará la noticia? Yo mismo la di en los primeros dieciocho kilómetros. Guarden mis escritos, olviden mis palabras, recuerden continuar. Un segundo.

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