El arte de la ciencia, la ciencia del arte
– “Aquí está, el Guernica de Picasso. Ciertamente parece interesante, transmite intensidad y dolor en cada centímetro cuadrado de su imperante área, pero ¿es para tanto? El realismo de cualquier cuadro de Velázquez parece que se acerca mucho más a una perfección sobrehumana, al verdadero poder de igualar una creación teísta”- Estos pensamientos pellizcan mi memoria mientras mi amiga, historiadora del arte, contiene el aliento entre los fuertes latidos de su pecho, regodeándose con cada trazo del cuadro; creo que lleva desde que entramos en el museo con la mirada perpleja. – ¿Qué sientes?, ¿Qué es lo que entiendes aquí tan fabuloso? O mejor aún ¿Qué entiendes por arte? – mis ojos se fijan en ella con auténtico entusiasmo, preparados para percibir cualquier somero ademán que pudiera delatar algún lenguaje oculto en sus futuras palabras. –Pues… Ufff, eso es un gran error, el arte no se puede definir; la propia definición mancillaría la esencia correcta del sentimiento que acompaña a la palabra.
En un principio creí que sólo me lo dijo por salir del paso, pero luego comencé a divagar y a enlazar ideas, y como quedó todo muy abstracto en la trastienda de mi conciencia, decidí volcarlo en la libreta.
En mis enseñanzas universitarias (ingeniería) aprendí con bastante destreza a buscar el beneficio en cualquier problema que se me planteara, optimizándolo hasta conseguir el máximo posible, y aunque poca gente fuera del gremio lo comprenda, hay algo místico, precioso, en esta labor; y es que, esa belleza de Schiller, también existe en nuestro mundo técnico, detrás de cada reactor nuclear de fisión, o de cada colosal rascacielos, y para el que lo sabe comprender, también consigue rozar el cielo con el simple hecho de observar en un plano todo el principio físico de funcionamiento, y el proyecto para su ejecución. Entonces ¿Qué diferencia a los ingenieros y científicos, de la gente de letras?
– ¿A qué te dedicas ahora? – le pregunto en mitad del desayuno. El camarero recuerda a medio camino que mi café era con hielo, y hace una cabriola en el pasillo de la cafetería para volver a la barra; yo lo he visto, y él lo sabe. – Pues estoy restaurando un cuadro del siglo trece, mediante un método que pretende mimetizar el antiguo pan de oro; ES APASIONANTE. – responde con fascinación. Te equivocas cruel lector, no se me ha encasquillado el botón mayúsculas; para mí, ahí está la clave.
Shakespeare (o si lo preferís, Shylock), definía a la sensibilidad como soberana de todas nuestras pasiones; bien, esta afirmación es más trascendental de lo que parece.
En una buena obra de arte, alguien que la observe, ya sea un entendido o no, puede conseguir transgredir por un segundo las normas de la razón, de la conciencia, y de cualquier mecanismo lógico de concepción de realidad, para poder mirar por un segundo a Dios a los ojos, cruzar en un momento tu mirada con la suya y decirle: – Ey, te estoy mirando, aunque sea desde abajo, pero te estoy mirando –. Él, asustado y confuso, cierra la ventana con vehemencia y te transporta inmediatamente a tu etéreo cuerpo de carne, devolviéndote al museo como si no hubiera pasado nada. Sí, he aquí la pasión: usar unos medios a nuestro alcance, para sentir algo completamente ajeno a lo que estamos programados para sentir. Entiendo, por tanto, que una persona que dedique su vida a mimar obras de arte, defina hasta la labor más repetitiva, como algo apasionante.
Ustedes no me creerían si ahora yo dijese, que siento pasión diseñando alabes de metal para que una máquina llamada turbina, pueda absorber energía mecánica y transformarla en energía eléctrica. En efecto, yo tampoco lo creería. ¿Somos por tanto los científicos menos “sensibles” (según Shakespeare) en nuestro campo de trabajo? Alguien podría responder con perspicacia diciendo que en las grandes obras de arte se encuentra más perfección que en una colosal obra de ingeniería, pero eso no es condición estrictamente necesaria, pues, ¿acaso no hay gloria, pasión, virtud, en los versos de Bukowski, dueño y señor de la literatura imperfecta?; sí, la hay. Pues bien, posiblemente no exista esa pasión en los alabes de la turbina, ni en el balance comercial de su proyecto, que busca el mayor beneficio económico, pero si miramos más allá, sí podemos encontrar pasión en cómo esa energía mecánica, moviendo una parte de la máquina llamada rotor, induce sobre un circuito cerrado presente en ella un campo magnético que, al cortar las líneas de campo de otro imán perteneciente a la parte no móvil (estator), genera una fuerza electromotriz (electricidad) en los bornes de la máquina. Posiblemente la mayoría de los que lean esto último no habrán entendido nada, y es que como gran diferencia, yo no tengo que saber arte para elongar el tiempo con la “Persistencia de la memoria” de Dalí, pero para una persona de letras, le costaría mucho sentirse dichoso con algún sistema físico medianamente complejo ante él. Bien, después de esto, parece que somos los científicos los que albergamos cierta ventaja, pero queda aún un punto de mayor importancia: cuando una persona entendida en arte observa una obra, no solo ve lo que está delante de él, sino que siente toda la evolución del artista hasta conseguirla. Sí, se imagina a Miguel Ángel con el cincel liberando a David de su bloque de piedra, y empalizándose con el artista, compadece su alma por tener un compromiso tan osado con la sociedad, compartiendo la PASIÓN de este. En cambio, siendo sinceros, y lamentándolo mucho ¿Quién se ha puesto en la piel de Einstein alguna vez, para imaginar qué sintió cuando dedujo la teoría de la relatividad? ¿Qué sintió Newton al darle una base sólida a la ciencia mediante sus tres leyes, para definir con exactitud las normas que rigen el comportamiento de todos los elementos en el universo? ¿Acaso eso no es arte? Sí, pero en nuestras universidades no se habla de eso, sólo se resuelven problemas con ecuaciones y gráficas, de una forma árida y pragmática.
– No entiendo cómo trabajas en cosas tan frías y técnicas, si cuando vienes a un museo disfrutas casi tanto como yo–. Dolorosa sentencia de mi amiga. Con una mirada cálida elimino sus temores momentáneos de haber podido pasarse de la raya, y de forma jocosa le contesto: – Pues gracias a nosotros funcionan las bombillas que usan en este museo para que gente como tú pueda admirar el arte –. Ella se ríe; sabe que eso si ha sido una respuesta para salir del paso.
Einstein decía, que aun antes de formular la relatividad, sabía a CIENCIA cierta que debía existir esa ley; tenía ese sentimiento dentro, sin saber de dónde provenía; él definió esa sensación como algo igual a lo que debía sentir un artista para comenzar a crear su obra, y esa misma PASIÓN, es la que le dio fuerza para llegar al final. Posiblemente él fue un artista en el cuerpo de un científico. Artistas ha habido miles a lo largo de los siglos, científicos que sientan como Einstein o como Newton, los justos.
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