A veces necesito la lluvia
Me gusta que me llueva; pasear por los callejones grises y fríos, mientras el agua cala mi ropa y eriza mi piel, hasta sentirme vivo. Me gusta sentir el viento húmedo en mi cuerpo caliente, observar como las personas pasan por al lado mío, preguntándose porque no llevo paraguas; despeinarme con el chaparrón después de haber perdido tanto tiempo ante el espejo; sentirme pobre, sencillo, y humilde. Cada gota golpea una pequeña parte de mí, limpiándola, dándole vida, demostrándome que aunque no la sienta sigue ahí. Cada charco, empapa mis pies y los entumece, hasta que al final, consigo la buscada sensación de levitando. Y el cielo, amargo y convulso, lleno de nubes e ira, se enfurece al contemplar que no intento buscar refugio. Si, me encanta que me llueva, sentirme distinto, conseguir andar con los ojos abiertos, cuando otros prefieren cerrarlos.
Hoy te has despertado con mi ausencia; me has buscado entre las sabanas sin suerte.
Apoyado en la ventana con la escasa luz del alba, me encuentras escribiendo en esa vieja libreta que siempre me ha seguido. Mis ojos, casi idos, no te han mirado al acercarte, pues están participando en mi muerte callada. Afuera llueve. Contemplas con asombro mi ceremonia de abstracción; yo, empapado, no paro de escribir; cada palabra, cada movimiento de mi mano, va acompañado de una gota de agua que recorre mi cuerpo lentamente, limpiando mi tristeza y mis prejuicios que en días normales he acumulado, y cayendo finalmente en la libreta. Intentas leer lo que escribo, pero cada gota difumina mi escritura infantil, transformando mi obra en una acuarela abstracta, ajena por completo a tus sentidos. Me observas asombrada, te parezco ahora tan distinto, tan frágil… tan feo y extraño. La lluvia continúa bailando por mi cuerpo, desnudándome al mundo, sin que tú puedas entenderlo; casi sin aliento, asustada, me preguntas:
-¿Por qué escribes?, no te comprendo.- Mis ojos vuelven del embrujo y te miran; yo también te siento lejos, ya no eres mía, tu no puedes entenderme. Empieza a llover ahora sobre ti, el agua te empapa lentamente y extiende el rimel de tus ojos por toda tu cara; te vuelves fea y libre, como yo. Pero no lo soportas, el agua pasa por tus ojos devolviendo lágrimas negras. Los cierras rápidamente, tal vez para no ver, tal vez para no llorar. Se detiene tu lluvia, la mía ahora es tormenta.
-Escribo porque lo necesito; todas las plantas que quieran crecer, deben ser regadas de vez en cuando.-
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