Me enamoré de ti un otoño
A veces en octubre es lo que pasa…
Pedro Guerra
Tenía veintiún años encima. Mi vida fue efervescente en días de regocijo y pausada en momentos de desazón. Mi historia transcurrió entre salones de estudio, buenas calificaciones, con el rodar del balón al jugar fútbol, con la compañía de la guitarra, casi siempre sin amor. En estos días me encerré en mi cuarto para estudiar teorías políticas; escuchar a Oceransky, a Silvio, a Serrat, a Sabina; leer a García Marqués, a Proust, a Benedetti, a Fuentes, a José Agustín, a Manzoni; o terminar de escribir alguna de mis canciones pendientes. Solamente salía de mi recinto por un vaso de té, una taza de café o algún aperitivo que me diera fuerzas para continuar con la realidad. Pocos amigos, mi familia, algunos cerca, otros lejos como mi madre, mi padre (uno de los miles de migrantes que trabajan en Estados Unidos) y mis hermanos; para los vecinos sólo un saludo al mes. Eran días en que escondía el apetito por encontrar el amor de una mujer, por no querer arriesgarme, porque siempre que lo hago me equivoco en la estrategia. No sabía que para enamorar no se necesita de una estrategia, sino de momentos extraordinarios que le den pericia a Cupido para utilizar su legendario arco.
Mi cuarto siempre con la efigie del desorden: libros en el escritorio, otros cayéndose del armario, fotografías colgadas en las paredes, la guitarra en la cama o recargada en la esquina, la ropa algo empolvada, nuevas canciones en mi cuaderno. Siempre con el pasado en la mente. Recordar a ese niño con pocas travesuras y miles de goles; a ese adolescente que puso en práctica una canción de Silvio a los catorce años; a los viejos amores, a las amigas cariñosas y a los amigos inolvidables. En un rincón tenía colgada la lista de libros literarios que me encantan, en el armario cajas con objetos viejos pero con mucho valor personal, en el escritorio un perfume suave esperando ser usado, debajo de la cama un calendario del año anterior y en mis oídos la música preferida a todo auge, música romántica y escueta.
Afuera, en la sala, mi abuela jugando con mi prima gritona, traviesa, desobediente, con palabras borrosas, pero con esa chispa que hace a los niños seres únicos. En la televisión el monopolio con todas sus tácticas para eliminar el pensamiento de la sociedad: publicidad, promesas de gobierno, símbolos de mercado, pero también mujeres bellas, amores fuera de serie, películas de un pasado más humano, un posible futuro mejor, noticias del mundo, fracasos, extravíos, sueños, suelos. Mi país tiene una historia sui generis, entre tlatoanis, emperadores y presidentes, con el canto del cenzontle, un águila por el cielo añil, guerreros por la libertad, criollos y mestizos en busca de identidad, una gran revolución del pueblo, un partido político sin necesidad de compañía, socialismo, populismo, comunismo, genocidios, la llegada del neófito liberalismo del siglo XXI, crisis, desempleo, pobreza, consumo en exceso, grandes obras y la ilusión como invitada de honor de la adversidad.
El ocho de octubre me levanté algo tarde. En la escuela no hubo clases, una preocupación menos. Caminé por las calles de este bello puerto: Acapulco. El tránsito cotidiano tanto de autos como de personas. Era una hormiga más de la escena. Pensaba en mi nuevo amor, en los días que están por venir. Con la esperanza de que esa chica, que tanto me gustaba, me diera el sí para ir al cine y después a caminar. Alrededor todo el mundo de prisa. Llegué a la escuela pero me di cuenta de que había olvidado la llave del cubículo en casa. Me regañé a mi mismo. Quería trabajar pero no pude hacerlo. Decidí dirigirme a la sala de cómputo para leer y esperar a que llegara la hora de la clase de inglés. En el lugar me encontré con un amigo. Era Mario, más allá de los rencores, hablamos de trova, de literatos, de mujeres (de hermosas mujeres), de cómo va la vida, de cómo se extraña a algunas personas, de los proyectos para el futuro, de viejos amigos, de fracasos. Al medio día me marché. Bajando las escaleras decidí ir a ver a una amiga, a Rosa. La encontré en las escaleras charlamos un rato. Me marché a la clase de inglés cuando ella buscaba un teléfono. Rosa es muy bonita, traviesa, algo payasa, pero mis sentimientos adoraban a otra chica, que a veces se porta cortante conmigo, pero en otras ocasiones es muy cariñosa. Las dos chicas me gustaban. Me despedí con un húmedo beso al borde de sus labios y una caricia indiscreta.
Llegué a la escuela de inglés. Saludar a amigos y a compañeros. Frente a mis ojos estaba mi amor, Lorena, una chica preciosa, con gestos raros, manos finas y una sonrisa perspicaz. Me encuentro con mi amigo Miguel, un chavo trabajador que maneja el idioma anglosajón con facilidad, lo acompañaba su novia, Carmen, una mujer delgada, risueña, bonita y conservadora. Con Miguel platiqué de fútbol, de la tarea, de Nancy, del amor, de cómo había sido el último fin de semana. Salir de clase, caminar rumbo a la casa, no pude despedirme de Lorena, quizá estaba molesta, quizá llevaba prisa, como siempre. Caminando hacia mi hogar rebasé a peatones, algunos conocidos, sólo saludarlos levantando la mano, llegar al destino y perderme en el sueño. Fue un día arduo como otros. Leí lo suficiente, mientras lo hacía tenía el recuerdo de que mi amor no me saludó ni se despidió. Enamorado era difícil entender el inglés, mejor me puse a leer a Manzoni: Los novios. Recordé que tenía un trabajo atrasado, había que entregarlo el próximo fin de semana. Fue mejor descansar, recuperar la vitalidad de antaño, soñar que puedo ser mejor y luchar siempre por conseguirlo. Haber qué dice el destino, la suerte o dios.
Un día más, cansado recordaba a la chica que quiero. Imaginaba cómo serán esos momentos en que caminaré con ella de la mano: ¿habrá besos, abrazos, palabras, miradas algo celosas? Según Miguel era desatinado estar pensando todo el tiempo en ella, había que aterrizar, sentar cabeza y con un toque de racionalidad conquistarla. No hacía caso de sus consejos, sabía que eran correctos, pero seguí actuando como mi corazón lo indicaba, como las leyes de la esperanza lo ordenaban, como la imaginación lo anunciaba. En la bolsa del pantalón llevaba una carta con subvaluadas frases. Todo el día me la pasé ideando la forma para entregársela: ¿qué decir cuando le diera la carta? ¿qué figura tomar para dirigirle un gran discurso de amor? Pero el subconsciente me tenía nervioso. Por dentro estallé, mi respiración se exasperó, impaciente estaba de verla, por encontrarme frente a ella y darle el obsequio y decirle: me gustas, te quiero, qué te parece si damos una vuelta por el parque para hablarte de mi amor.
Mientras caminé, las calles reflejaban la cultura del mexicano: tráfico a cuestas, basura en todos los rincones, peleas callejeras, libre mercado salvaje, también enamorados, con risas, con besos, juntos sin estar pensando en esa realidad adversa y terca que se empeña en oponerse a la felicidad humana. Debo de reconocer que yo era parte del colectivo. Soy una persona que camina sin conocer y se presenta con miradas lejanas y extrañas, algunas seductoras otras agresivas, que tropieza con todo el mundo, pero en mi mundo sólo habita, al menos por esos días residía Lorena, esa mujer que me regala oxígeno metafísico para construir ambientes novelescos sobre los pertrechos de mi amor. Cuando ella desaparecía de mi vida la extrañaba infinitamente. Me pregunté si me arriesgaría de nuevo en esa empresa tan espinosa que es conquistar a una mujer. A lo lejos estaba ella, regalando a mis ojos su mirada, su sonrisa, que me hacía creer que aceptaría a mi amor pero antes tendría que enamorarla, seducirla por varias semanas, tal vez meses. Es el costo imperioso para recibir el amor de alguien. Lo único que deseaba era tener su cariño, conocerla, no influir en sus decisiones, no cambiar su ideología: quería amarla.
Temprano llegué a la clase de inglés, ella aún no arribaba. La esperé, entré a clase y al salir como un loco la busqué. Nunca apareció, había faltado a la escuela. En ese día no disfrutaría del brillo de su rostro, de los sonidos de sus pasos, de su mueca. Su presencia era lejana. Al instante la extrañé como nunca, pero sabía que dentro de todo, su ausencia por esa jornada, me serviría para volver un rato a la tierra, para no cometer errores que me dejaran sin su cariño. Tomar el camino a casa, era la hora de la comida. En el trayecto una amiga me invitó a pasear para atarearnos en el arte erótico: me negué. Mejor fui a resguardarme dentro de las letras de Manzoni, a perderme en algún cuento de Samperio, a saber un poco más de vinos para convertirme en un enófilo diestro.
Recuerdo la fecha: 10 de octubre de 2007. En el lugar donde estaba sentado disfruté del panorama de la ciudad: los edificios, el mar, las casas, algunas calles y el correr del viento. El cielo estaba algo nublado, la noche anterior había sido de lluvia. Enfrente apareció una gran montaña, toda una muralla natural, era verde, algunas rocas tomaban el primer plano en ciertos resquicios. De pronto imaginé que la colina era una gran ola que venía por mí, un instante después me golpeó con tal fuerza que perdí el conocimiento. Después desperté en una isla misteriosa, desconocida, estaba perdido. Minutos más tarde volví a la realidad, cuando una amiga que estaba a mi lado, Yaixna, una mujer con voz de ángel, con sus mejillas infladas, muy linda, me dijo que era muy imaginativo. Me quedé a su lado hablando sobre dónde estaba dios, qué es el tercer cielo y cosas por el estilo. Un ateo tratando de convencer a la más fiel cristiana de que dios no existió, no existe y nunca existirá. Fue la mañana en que me enamoré por enésima vez. Lorena me encantaba, pero Yaixna en veinte minutos me embriagó con su voz y sus formas. Mis decisiones se aferraron a la mujer que me encantaba. Pensé que la embriaguez pronto desaparecería.
Ya en clase me puse a recordar que cuando había nacido estaba la foto del ‘Che’ Guevara en mi cuarto, pero nunca me hablaron de la vida del guerrillero. Si mi papá era de la extrema izquierda: ¿por qué nunca me contó cómo fue la revolución cubana?, ¿qué pasó en la plaza de Las Tres Culturas aquel 2 de octubre? Fue gracias a mi hambre de saber que examiné cada uno de esos hechos. Aunque no los idolatro, ni tengo sentimientos hacia ellos porque pienso que mi generación debe enfrentar otro tipo de contrariedades. Aquellos jóvenes de los sesenta se organizaron y exigieron cosas para su presente, no la solución a hechos pasados. Es bueno recordar el pasado, pero prefiero vivir el presente.
Para medio día se repitió la misma escena del anterior: la carta en la bolsa del pantalón, caminar algunos minutos y encontrarme con mi amor. La escena fue idéntica. Lo único que cambió es que ahora si encontré a Lorena. Hablamos de la primera carta que le había mandado, le entregué otra diciéndole que me gustaba. Su respuesta fue: -no te lo recomiendo-. Al momento, mi cabeza se nubló tratando de entender su frase. Mi réplica fue que dijera las cosas con mayor claridad pues no entendí lo que dijo. Sus palabras fueron que su corazón estaba ocupado. La torre de Babel se vino abajo.
Al salir de clase ya no la busqué con el mismo entusiasmo de antaño. Este valiente trovador estaba algo conmocionado al saber que ella se interesaba en otra persona. Apareció en mi mente la pregunta: ¿qué hago ahora contigo? ¿Sigo intentando seducirla aunque ella no me quiera? Así pasé el resto del día, así fueron los siguientes dos días, todo el fin de semana tuve en la mente las mismas preguntas. Soy un joven que por un lado tiene una naturaleza negativa, ambiciosa y sólo pensando en mi egolatría: -ya no la buscaré jamás ¿para qué?-. Pero también soy soñador, imaginé que llegarían los días con su compañía, con sus besos, con sus palabras: -no dejaré de luchar por ella, de buscarla, de enamorarla-. Entendí que estaba encerrado en un laberinto oscuro y prolongado a consecuencia del amor. No sabía si seguir corriendo el riesgo o empezar a olvidarla.
El 11 de octubre lo pasé confundido. Por lo que había sucedido, por la frase que escuché de mi amada. A lo largo de la clase estuve divagando e interrogándome sobre las acciones para olvidarla o no perder la esperanza y seguir intentándolo. Al salir les pedí un consejo a los novios, Miguel y Carmen, pero el tema de la plática fue la forma en que ellos se enamoraron. Llegué a casa tranquilo, con la noción de que mi amor no me había rechazado. Quedaba un rayo de luz con el cual podía abrir la puerta de su corazón. Antes de la siesta me vino a la mente la historia de amor que un par de horas antes me narraron, me entusiasmé y escribí para ellos:
¿Qué será el amor? ¿Cuál será la fórmula mágica para alcanzar el querer de alguna persona? ¿Cuánto tiempo debe pasar para que uno de los dos se de cuenta de que necesita de los abrazos, de los besos, de las palabras, de la compañía del otro? Es como se fue dando aquella historia de amor. El fin no era pasar una vida juntos, sino dar en el presente los sentimientos místicos que necesita la otra persona. En un principio caminan como dos desconocidos, como dos almas que navegan en calzadas distintas, que tienen propósitos disímiles, pero dios, el azar o el destino se encargan de producir un resultado dialéctico que tiene como consecuencia al amor. Una historia que posiblemente fue escrita por Shakespeare, Lope de Vega, García Márquez o por el Marqués de Sade, con un espíritu desinteresado, de inmenso cariño, de momentos cotidianos, de aventuras por la vida. Al convivir nace una magia enigmática. Un detalle indescifrable que se genera entre un hombre y una mujer. El motivo por el cual hay sacrificios colectivos, luchas en su defensa, guerras por ser partícipe de ese gran fenómeno llamado amor.
El ambiente donde tropiezan no es el paraíso. Es una serie de inmuebles que centellean al ver a dos jóvenes amarse. Pero antes hay que entretenerse en el proceso que vuelve a una reciente amistad en noviazgo. Hay rechazos mutuos, pasar de largo los consejos de los amigos, dar un revés por haber cruzado el límite, ser culpable de un abrazo incómodo, ver a la persona amada en otros brazos y con la caricia de unos labios que no son los tuyos. El hecho de que tu amor camine por varios minutos con otra compañía te desanima. Se cometen errores que te llevan a la autoflagelación. Sin embargo, llega el momento en el cual se ensaya la obra teatral del futuro. Piensas más en esa persona. Cada vez que desaparece de tu vista la extrañas tanto que quisieras correr a buscarla, hablarle para salir. Cuando menos lo esperas está frente a ti, te toma de la mano, te abraza como nadie lo había hecho, le das el primer beso y, aunque es el enésimo beso de tu vida, se te enchina la piel, explotan tantas hormonas que te siguen atando a su boca, un abrazo más fuerte. Repites te quiero, olvidas el pasado y ya no piensas en el futuro. Disfrutas de ese presente que te tiene en otra realidad, que te hace dar vueltas por el cielo hasta llegar a la luna. Gozas de una caricia con la cual reconoces la nueva provincia acoplada a tu piel. Bendices el momento. Su cuerpo es tu cuerpo. Con un rasguño y una mordida demuestras a los demás que ya es parte de ti.
Pasan los días. Finaliza la etapa de la mutua exploración. Es hora de hacer madurar a una relación que inspira la escritura de ensayos, de un emotivo cuento o una gran novela que puede convertirse en extraordinaria. Es el amor, ese amor que está en todos lados. A veces lo rechazan, a veces lo rechazas. En palabras de un trovador “cuando me quisieron yo no quise tanto y cuando he querido no siempre me quisieron”. Pero esta historia fue distinta. Hay reciprocidad. Existe un amor que tiene que defenderse contra las corrientes de la realidad. Un amor que se puede opacar pero quizá nunca terminar por completo. Un amor que dará valor a otros para que luchen por la persona que aman. Un amor que en un otoño de la vida lo seguirás recordando aunque el tiempo haya pasado. Un amor que, aunque no lo quieras y ni te des cuenta, cambió ciertos aspectos de ti. Más nunca hay que tratar de descifrar, de entender al amor. Sólo hay que vivirlo sea cotidiano o extraordinario, temeroso o valentón, romántico o frío, simpático o aburrido. Si alguien pregunta la definición del amor, la respuesta será sólo una palabra: amor.
La tarde del 15 de octubre salí a recuperar fuerzas después de la lectura. El roce del viento, el cielo entre gris y azul, la imagen extraordinaria y cotidiana del menguante de la luna: en mi pensamiento los sucesos de los últimos días. Empezaron a apoderarse de mi mente tres personas, tres mujeres, a las cuales empezaba a tenerles un inmenso cariño. En la escuela Yaixna una chica de religión cristiana, con sus faldas largas, con su intimidad guarecida, con sus nociones y prejuicios de moral religiosa, no buscaba la liberación femenina, pero sí librarse de los demonios de la tierra. Me di cuenta que Yaixna se interesaba por mi. Negaba mi amor hacia ella porque cometería errores que la harían sufrir, lastimaría un corazón bueno, me aprovecharía del amor de una joven hermosa: pronto las cosas cambiarían. Rumbo al inglés, como siempre, en mi mente estaba Lorena. Me rechazó, me enteré que tiró las cartas que con tanta dedicación escribí para ella: sin embargo no perdí las esperanzas de lograr seducirla, de estar a su lado, de compartir instantes como novios.
En la tercera mujer que pensaba era mi última novia: Marlén. Años atrás, nos quisimos mucho, pero la abandoné. Por miedo, por buscar otros sueños, por no saber que me haría falta para afrontar los fracasos que estaban por venir. Por la mañana fui a jugar fútbol, no hubo partido, regresé al instante y en el trayecto la vi. Quedé encantado otra vez por sus ojos, por sus gestos. No cambió mucho, el tiempo no pasó por ella. Minutos después, me bajé del transporte para ir a buscarla. Caminé varias cuadras. Pasos veloces, pasos ilusionados en encontrarla, pero ya no la hallé. Después de un viaje, de estar en la luna, llegué a la casa, busqué como loco su teléfono, no lo encontré. Al día siguiente le pregunté a Eduardo, mi tío, si tenía recibos telefónicos de hace tres años. Más tarde me los pasó y ahí estaba el número. A prisa descolgué y marqué, ella contestó con esa voz sublime que la caracteriza. En cuarenta minutos le resumí todo lo sucedido desde que nos separamos. Habían pasado más de tres años. Hablé de mis enfermedades graves de los dos octubres anteriores, de mi nueva prima, de la vida que llevaba en la escuela.
En mi mente tres mujeres: era confusión o quería estar con las tres. No pude responderme a mi mismo. Mi propio consejo fue que había que dejar que el tiempo pasara, convivir y salir a caminar con las tres y aceptar a la persona que se apodere de mi corazón y de mi mente: ¿Con quién daré vida a un amor de verdad? Una de las tres era el amor que por años esperé. Un amor de no subordinación, de compañía mutua, de entendimiento, de ser distintos pero no incompatibles. Quizá me decidía por mi amor del inglés, Lorena, una mujer muy bella pero que ya me había rechazado; o la muchacha cristiana, Yaixna, que se estaba encariñando conmigo; o el regresó con un viejo amor, Marlén, que no pude olvidar, era una niña escueta pero linda. Tardar en decidirme me costó que mi amor, Yaixna, se marchará.
Acontecía el 23 de octubre. Salida del inglés, por fin llegaba la tarde para dar una siesta, la jornada algo complicada. Estaba decepcionado de la actitud que muestra el mundo y mis compañeros. Pensaba que sólo yo rebasaba a las cosas que se buscan en estos días. Mis sueños siempre ahí: son utopías que posiblemente alguna época tardía se realizarán. A pesar de los rechazos, a pesar de los obstáculos, a pesar de este egoísmo perezoso que tengo por naturaleza. Mi rutina la pasé como transeúnte. Iba por algunas cosas que me enviaron de mi tierra natal. Mientras viajaba me interesé en descubrir cómo estaban las personas que me rodeaban: algunos serios, otros cansados, no faltaba quien con una plática avivaba los sentidos de alguna dama: esas palabras que llegan al oído y no quisieras que se acabaran nunca, o estar viendo los gestos de tu amor mientras habla, regalarle una sonrisa por hacerte sentir bien y deseando que no se acabe aquel instante mágico. En mi pensamiento llevaba la complicada misión de decidir con quién quedarme: con la niña cristiana, que ese día aceptó ser mi novia, con mi ex-novia sencilla o con la chica preciosa. Todas tenían cosas que no me agradan: la religión, los sentimientos, el rechazo al romanticismo, las faramallas. La pregunta: ¿Qué sentiré al caminar con cada una de ellas? El correr de los minutos volvía más complicada mi decisión. Los besos y la compañía de Yaixna eran ideales, Marlén siempre con una mirada y una sonrisa celestial y Lorena con un rechazo que me seducía aún más. Las preguntas eran demasiadas. Perdí la noción de la realidad, mis pies eran expulsados del suelo por la gravedad, me comportaba como un iluso, pero ante tanto galimatías decidí pensar en otra cosa.
A la mitad del viaje empecé a disfrutar del paisaje paradójico de las calles de la ciudad: tenis en los cables de luz, los piratas colgados de los postes, taxis por doquier, un niño y su mamá de vendedores ambulantes, gente con pasos apresurados, tiendas de ropa, de muebles, de comestibles, vehículos de lujo dentro de una marea de coches sencillos y viejos, jóvenes atascados en el amor, pocas librerías con libros escondidos que a nadie le interesan, propaganda política que contamina la vista, un puesto de revista en cada esquina, refrescos, futbolistas, empresarios, basura por las banquetas, mascotas sin dueños. Llegó el momento de bajarme. A la hora de dar un paso choqué inevitablemente con otro peatón. Alrededor había golosinas, galletas, refrescos, una banqueta llena de ambulantes ofreciendo cerillos, música, pilas, tacos. Sólo algunas cosas se me antojó comprarlas, otras las pasé de largo. En el periódico las noticias de siempre, un puesto de ropa, pasar a ver qué novela encuentro. Arribé al destino, recibí los objetos y me marché teniendo un día algo diferente al anterior. Pero continuaba soñando que mi país puede cambiar un poco, que la cultura surrealista y jerárquica algún día tiene que ser para bien, esa simbiosis del pasado se tiene que reeditar y ahora poder ser una mejor nación sin perder las tradiciones, sin dejar de ir a la iglesia sólo cuando haya fiestas o penas, nunca perder el festejo de la independencia, todos los noviembres construir altares para nuestros muertos, respetar la figura presidencial como se hacía con el tlatoani y el virrey, no perder nunca el surrealismo. Era lo que deseaba en ese momento. Sólo falta cambiar algunas cosas. En palabras de un cubano ojalá que México nunca pierda sus peculiaridades, su originalidad, su personalidad simbiótica y surrealista porque es lo que lo hace un país único.
Los últimos días estuve alejado del futbol. Mis amores a la distancia y mi compañera era la soledad. Estudiar como siempre, tratando de perderme en la lectura corta de Fadanelli o seguir enredándome en la novela de Manzoni: las letras serenaban mi estrés pero no me daban el plus para dar por fin el paso que me pusiera en una realidad estable. Esa palabra: es-ta-bi-li-dad la odiaba, prefería un cambio continuo y gradual, hacer una cosa el martes y para la madrugada del miércoles estar cambiando de ruta. La música, que conseguí clandestinamente a través de la tecnología actual, me puso a fantasear. Le escribí a Lorena, a su rechazo. Por ella luché. A Yaixna y a Marlen no las quería. Extraviado buscaba una estrategia para seducirla. Algo que terminara de una vez por todas con su negación, con su indiferencia. Tarde me di cuenta de que Lorena sólo era una obsesión. A la que verdaderamente amaba era a Yaixna. Pero seguí aferrado a un amor imposible y quimérico. Preferí seguir viviendo confuso a reconocer a mi verdadero amor.
Confuso por tantas dudas brotadas en mis últimos días, me senté en el escritorio para escribir sobre esas revoluciones internas que no me dejaban ver las cosas con claridad:
La luz del día iniciaba su recorrido cotidiano hacia la oscuridad. Comenzaba la jornada adornada por algunas nubes, ciertos pedazos de cielo azul las acompañaban, algunos rayos solares se les escapaban. En las calles pasos apresurados de gente que no sabe o no puede poner en orden los segundos de su vida. El ruido habitual de una ciudad atascada en el tráfico, de una ciudad que anhela llegar pronto a su destino: una escuela hasta la otra orilla o algún centro de trabajo escondido en una colonia céntrica. Los amigos con ironías, con las palabras falaces de siempre, con el saludo tramoyista de todos los días. La impecable, perfecta y magistral soledad es la acompañante de honor. No hace reclamos, camina a tu lado sin pedir nada, sin necesidad de darle un beso, un abrazo o tomarla de la mano. Sabe lo que te pasa aunque no lo hayas dicho. Le molesta que te pongas a hablar con los demás. Te encierra en su simpleza y tranquilidad. Su fin es que seas feliz alejado del mundo.
Después de dar los cien pasos cotidianos se ha llegado al destino. En las escaleras una joven sin conocer, con una belleza que tienta para acercarse, le das vida al saludo de siempre, descubres su mirada, una mirada que convierte a la tentación en un objetivo, en un deseo de acercarse más a ella. Los universos de la mente chocan sin fin hasta encontrar el tema para poder conversar. Más que conversación es un monólogo. La imaginación se aviva y convierte a una montaña en una gran ola que impacta contra ti provocando el enésimo naufragio de tu vida. Regresas a la realidad sigues contando cosas extravagantes, cosas que a otra persona la hubieran puesto al borde de la dormitación, pero ella sigue ahí, ansiosa por escuchar las obras raras de tu imaginación. Te detienes, te paraliza su voz, el miedo de amar de verdad te dice que te vallas, la soledad te encierra en su laberinto. Empieza la guerra entre la soledad y la compañía, entre el amor y el desdén, una guerra que tiene como campo de batalla tu alma. Una guerra en la cual tú serás el único perdedor. Porque la soledad te dejará solo y regresará unos meses después. El amor provocará reacciones de conflicto entre tu cerebro y tu corazón, también se marchará y pasado el tiempo, cuando conozcas a otra joven bella, volverá.
Concluyes que es mejor entrar a clase, a ese círculo de seres vivos que se creen personas, que profesan técnicas que sólo sirven para hacerle daño al mundo. Todos se creen eruditos. Hasta tú mismo. Mejor escribes frases en inglés: If you loved me… Los minutos avanzan a paso de tortuga. No escuchas, no hablas. Conversas en silencio con la soledad, le pides consejos para que resuelva las confusiones que habitan en ti, le preguntas qué hacer. La respuesta es darle satisfacción a tus instintos naturales y después volver al río leteo. Ese río que te hace olvidar todo lo sucedido en la historia. La respuesta te paraliza porque eso significa morir y lo que deseas es vivir por la eternidad. Estar presente cuando la raza humana desaparezca por alguna guerra o porque se van cumpliendo cada una de las profecías de la biblia desde tu perspectiva atea. La confusión habita en ti, ya es parte de tu personalidad, esa que algunos la decoran con adjetivos de egocentrismo, sicopatía, apatía, intolerancia, te pierdes y no encuentras la solución. Cuando despiertas estás en otro día: es de mañana. La joven está a tu lado, se despide, le das un beso y le muestras que la quieres aunque tu mente navegue por otro lado. Te quedas sentado en el escalón, estático, al igual que todo lo que te rodea, te das cuenta de eso, de que no hay un humano cerca de ti, tal vez crees que no los necesitas. Es como defiendes esa personalidad antisocial que te caracteriza: ¡eres un misántropo! Pero sigues pensando en ella, necesitas de sus besos, de sus palabras, de su compañía, tomarla de la mano y presentársela al mundo. Como ella lo hará contigo. Paulatinamente te conviertes en su guardián, el cariño se multiplica recíprocamente hasta llegar al umbral en el cual no puedes vivir sin verla, sin abrazarla, sin acariciarla, sin encontrarte con su mirada. Es cuando el amor le gana la batalla a la soledad. Pero tarde o temprano la soledad se levantará en armas para triunfar en su sempiterna revolución.
Decido cambiar de secuencia, cantarle a Carmen y poner a bailar a Nancy con una chilena, acostarme y perder la noción del tiempo, salir a platicar con una vecina. Sin embargo, mi mente se ocupa del pasado, aquellas calles donde cada tarde jugaba fútbol, el muñeco que robé para tenerlo de amigo, las cotidianas peleas con mi hermano, divertirme con cosas sin valor como una tapa de refresco, recoger empaques de dulces para coleccionarlos o patear de principio a fin una piedra al salir a caminar. Mientras recordaba, el escenario eran las calles llenas de heridas, de manchas, de tatuajes violentos, de sombras. A unos metros tengo al mundo pero no aparece la mirada o la sonrisa en señal de saludo. Una señal que podría ser el inicio de una larga amistad. Todos caminan preocupados por sus problemas personales, marchan a prisa pues es tarde: -voy rumbo al trabajo- o -los niños se quedaron solos en casa y quizá ya la pusieron de cabeza-.
Esos días del otoño fueron raros. Las hojas todavía no empezaban a caer, el cielo estaba nublado: -imagínate una lluvia al final de octubre-, el calor no dejaba concentrarse en los asuntos de interés. Mejor me puse a diseñar cosas nuevas, tratar de encontrar un medio para distraerme. Quizá un juego de computadora lo solucionaría por media hora. Tenía lectura pendiente, pero era para el siguiente día. Se presentaron nuevos retos. Elaboré planes para llevar una vida organizada: duele decir que no funcionaron porque nunca logro lo que deseo cuando mis faenas están organizadas. El tiempo pasó. La vida era una aburrida rutina: todos los días idas a la escuela, tratar de enamorar a una chica indiferente, ir a jugar fútbol, leer teorías y novelas, escribir cosas raras y cursis, perderme al retozar con la guitarra, tomar una siesta, practicar escenas oscuras, mandar un mensaje a viejos amigos, recordar la niñez. Era mejor soñar. Ese otoño lo disfruté con sueños. Sueños del pasado, de las acciones del mañana, del amor que algún día llegará, de los triunfos que están por venir. Sueños en los que descubrí que amaba a Yaixna: aún la amo. Todo el otoño me la pasé soñando, y escribiendo, para ella, para mí, para todos, para nadie: la primavera llegó y sigo trazando palabras aunque ya no estás, porque en ese otoño me enamoré de ti.
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