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La literatura y su relación con otras disciplinas

Ponencia del pasado Festival de Literatura del Noroeste
sábado, 15 de noviembre, CECUT.

antes publicado en , en fin. . .

Tengo cinco minutos para hablar sobre la literatura y su relación con otras disciplinas. Siendo explícitamente riesgoso, trataré de consumar por medio de la escritura, las relaciones entre realidad y ficción, ficción y mundo, pies en la tierra y sujeción del tiempo. Todo esto en un carácter evangelizante que apuesta a una nueva medida de la realidad, la medida que ofrece la transdisciplinariedad, como sitio sin sitio en el cual permean todos los mundos posibles que ofrece el acto de crear, la creación como proceso transformativo, autopoiético. Me disculpo de antemano porque no podré ser conciso, sino más bien confuso y obtuso. Quiero que la experiencia de escuchar el discurso sea, al mismo tiempo, una manera de pensar desde fuera de las disciplinas como construcciones sociohistóricas. En pocas palabras, quiero explicar la relación que tiene la literatura con otras disciplinas. Lo haré a partir de varios momentos de reflexión.

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No hace mucho tiempo leí un ensayo que exponía las virtudes no contempladas de la manipulación del código genético. Exponía con cierta galantería de visionario enloquecido que, si efectivamente podemos pensar en la posibilidad de recomponer nuestra constitución orgánica, que deberíamos ir más lejos de lo que nuestras imaginaciones permiten. Haciendo prácticamente caso omiso de todas las disposiciones éticas que conllevan a la creación de ese otro que llamaríamos un sujeto o cuerpo transgénico, dirige su mirada a posibilidades que sólo pueden conformarse en el mejor de los sueños o en la peor de las pesadillas. Decía, y no cito verbalmente, que con la experimentación genética deberíamos dirigirnos a una poetización del acto de “ser”: dejemos de pensar que con la manipulación del ADN sólo podríamos mejorar aspectos ontológicos del cuerpo (mejora de metabolismo, mejora de defensas que nos permitan inmunizarnos contra virus, mejora física, estética y demás). Esta manipulación tiene la posibilidad de añadir, más que mejorar, las capacidades de nuestros sentidos. Podríamos, por ejemplo, añadirle sentido de vista a los poros de nuestra piel. O quizás permitir que nuestros poros sientan, no sólo lo que perciben en el entorno, táctilmente, por decirlo de algún modo, sino también sonoramente, visualmente, gustativamente. Mirar con los poros, oler con los ojos, hablar con el sudor, gritar con los órganos sexuales. Ésas son las posibilidades “innombrables” que siguen demostrándonos que el terreno sigue siendo inhóspito, por desconocido. Esto es, que el terreno de la realidad y como la entendemos sigue siendo un sitio lleno de espacios de posibilidad.

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En este texto yo sigo hablando con los mecanismos habituales de la comunicación. Proceso las palabras y las inserto en un programa que me permite aparecer y desaparecer ideas como si formaran parte de un flujo constante de presencias y ausencias. Este párrafo puede ser mil párrafos distintos. Y de pronto suspendo todo y decido en el proceso cuáles son las palabras, las ideas, los planteamientos que mejor se acomoden a lo que aquí, ahora, en estos precisos momentos, discurro ante ustedes. En alguna parte de este ritual, tuve que hacer click en save, tuve que imprimir estas palabras en hojas (posiblemente reciclables, pude haberlas leído directamente del monitor de una lap top). Esto es, en alguna parte del proceso, tuve que detener el flujo del tiempo y llevarlo a una condición estática. Siempre mejorable, o mejor dicho, cada vez más posible de mejorar, ya que yo fácilmente puedo regresar a mi cubículo (donde escribo este texto) y modificar algunos detalles, añadir otros, quizá expandirme o anárquicamente seleccionar el archivo y hacer ese otro click fatídico llamado delete.

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La realidad sigue siendo inconmensurable. Esto todo lo reconocemos, sobre todo a las cinco de la tarde en una ciudad como Tijuana. ¿Qué está pasando allá afuera? El mundo, sus vicisitudes, sus posibles notas rojas, sus posibles lados grises, sus aburrimientos y sus momentos catárticos. Alguien se enamora, alguien bailotea y dice agringadamente un tequila, pour favour, alguien dice que no, alguien está sentado en su oficina con ventana al exterior, discurriendo en un procesador de palabras sobre el sentido que tiene todo esto que llamamos “frontera”. Alguien dice que sí, alguien se come unos tacos, alguien recibe una bala en la sien. Alguien es atormentado por políticas intersubjetivas del deseo, ya que tiene quince años y no tiene la menor idea cómo acercarse a la chava de pecas y boca sabor chicle de menta con fenilalanina, la que una vez pensó que el tío la veía con una mirada más allá del “cariño de familia”. Todo esto transcurre en una especie de “mismidad de experiencia”, ya que son experiencias especulativas (digo, las estoy imaginando cuando las escribo, pero de la misma manera, puedo casi asegurar que están sucediendo en alguna parte del entorno) pero que transcurren todas dentro de su propio “momento”. Creo que la literatura ha sido uno de los medios que nos ha servido para poder representar estas experiencias. Lo hemos hecho bien, muy bien, en ocasiones de maneras tan excelsas que terminamos diciéndole al narrador que nos identificamos con un personaje, imagen o situación. Encontramos en los textos algo que hace eco en nuestras vidas. Podemos a veces escuchar las voces de los personajes. Siempre he pensado que los personajes de Borges hablan en una suerte de castellano neutro que se escapa cuando escuchamos otras voces literarias. Es lo que David Foster Wallace llamaba complicidad y empatía con nuestras propias vidas, cuando las leemos representadas en un texto. A quienes nos gusta leer, lo hacemos porque queremos escuchar a otro escuchando e imaginando la realidad con nosotros. Cuando leemos, estamos solos leyendo algo que nos recuerda que estamos solos.

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Pero vuelvo al punto: la realidad es inconmensurable. Nos produce miedo, pavor y fascinación, a veces al mismo tiempo. Y queremos más. Siempre queremos más. Es por ello que, dentro del campo de la creación existe la posibilidad de armarte de otros implementos para poder capturar ese todo contenido que es la realidad en su inconmensurabilidad. Es por ello que, dentro del campo de las artes, existe la posibilidad de relacionar, asociar, unir experiencias para conformar esos todos estéticos y apreciables que forman parte de la vida y la imaginación. Hibridizamos formas para poder hacer de éstas una experiencia más sutil de las sutilezas de la realidad. Porque no podemos explicar, solamente desde la literatura, el montón de sucesos que ocurren en la realidad (y como queremos más, también lo queremos todo), tenemos la oportunidad de encontrar líneas de asociación entre lo que una disciplina dispone y otra disciplina propone. Tal y como la experimentación genética permite imaginar mundos posibles que reconformen nuestro campo sensorial, la transdisciplinareidad en la literatura y el arte nos ofrecerá la posibilidad no de otros mundos posibles, sino de otras construcciones posibles del mismo mundo. Digo, si se puede hacer que la lana de un borrego mezclada con ADN de arácnido produzca un híbrido de textil tan resistente que sirva como chaleco antibalas, ¿por qué no podemos esperar que una pintura también sea una película sea también un cuento sean todos los olores capturados por el olfato de una niña de quince años que le tiene miedo a su tío, mientras es vista con melancolía por un compañero de la escuela con granos en la espalda y una debilidad por las pecas? Se trata de procesos de hibridación e integración, de encontrar los sitios en común, las líneas y puntos de fuga que nos permiten ver lo que la literatura toma de la realidad pictórica, lo que la música toma de la rítmica narrativa (y viceversa) lo que los lenguajes visuales toman de los textuales, los sonoros y demás.

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Por supuesto que la realidad es inconmensurable, y en la historia de la literatura podemos encontrar visos de dicha inconmensurabilidad. Asimismo, encontramos en ella los sentidos que nos permiten afirmar que, simplemente, la literatura no está hecha para capturar el todo en su flujo, sino que está hecha para capturar el momento en sus detalles, desde lo negro y lo sublime, desde lo social y lo histórico, desde el género y desde la crítica, desde la ironía y el sarcasmo, desde la crueldad y la miseria. Pero es el momento en que la literatura se topa con otros vehículos de expresión cuando se encuentra no con sus límites sino con sus posibilidades, añadidas por la integración con otras disciplinas.

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Tengo un proyecto en mente. Quiero hablar acerca de los pinos salados. En Mexicali, hay muchos, alojados en distintos lotes baldíos en el centro de la ciudad. Para mí, son representativos de esa fealdad sin fealdad que representa la estética mexicalense, una suerte de nubarrón de polvo acumulado en sus ramas, disperso el árbol como si le valiera madres de qué manera crece. Puedo escribir poemas acerca del pino salado, puedo tomar fotografías de pinos salados, puedo hacer un pino salado de hierro, puedo pintarlo impresionista, cubista, abstracto, hiperrealista. Puedo hacer todo esto; pero ¿cómo agrupar distintos horizontes de experiencia en una sola obra?

Quiero salir a la calle. Ir al recinto de estos pinos salados y hacer algo con ellos. Como dije, algunos están alojados al interior de lotes; otros, penden de las orillas del Río Nuevo, enseguida de estructuras de llantas que sirven como soporte para las casas suspendidas al filo del enorme boquete que hicieron para entrecortar con un cruce que parte en dos secciones la ciudad. Estos árboles producen una suerte de oxímoron, que sólo puedo denominar como majestuosamente tristes. No lo suficientemente conmensurable la realidad como para poder presentar a los árboles de otra manera que no sea…lo más total posible. Es por eso que cortaré ramillas de los pinos, las clasificaré, las colocaré en marcos y las colgaré en paredes. Es por eso que tomaré fotos de estos árboles, las colocaré en marcos y las colgaré en paredes. Es por eso que hablaré acerca de los pinos salados, en conferencias magistrales donde pueda realizarse toda una ficción sobre la mitopoética del pino salado. Fungiré un papel de especialista. Entrevistaré a aquellas personas que, por razones de que estos árboles simplemente estaban ahí, antes de que ellos llegaran a construir sus casas. Quiero hacer camisetas con imágenes de pinos salados diciendo “HOLA!” Quiero que un espectador revise entre las docenas de marcos con pequeñas ramillas de pinos salados, alguna que se parezca a la versión que tienen de éstos árboles en sus cabezas. Quiero desaprender al pino salado que tengo en mi mente. Quiero, finalmente, narrar la historia del pino salado, pero también quiero ponerla frente a los ojos de los espectadores, de los “lectores”. Quiero todo esto, aun cuando reconozco que la inconmensurabilidad de la realidad me seguirá ganando.

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