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LO PROHIBIDO

Anaïs Nin, como bailarina española

Anaïs Nin, como bailarina española

Creo firmemente en la igualdad de hombres y mujeres y en que ambos deben tener las mismas oportunidades y no quiero desatar una polémica de géneros, pero debemos ser sinceros: no son lo mismo las confesiones prohibidas de una mujer que las de un hombre. Cuando una mujer se confiesa, se producen huracanes íntimos. Hay una mujer excepcional que lo ha conseguido con su obra: Anaïs Nin (París, 1903 – Los Angeles, 1977). A quienes aún no la han leído, se las recomiendo de principio a fin. Su obra incluye poesía y narrativa, pero sin duda lo mejor está en sus diarios, publicados en sus versiones sin censura, a partir de 1978, gracias a las gestiones de su último esposo y albacea Rupert Pole y a las precisas instrucciones que ella le había entregado.

Se preguntarán ¿quién fue Anaïs Nin? Lo cierto es que ella nunca pudo definirse concretamente a sí misma y por eso fue la mujer más sincera consigo misma, la que más justicia se hizo a su condición. A los siete años supo que sería escritora. A los trece comenzó a escribir su diario y sólo se detuvo el día de su muerte. Los cientos de cuadernos que dejó, fueron cuidadosamente editados por Rupert Pole y de ellos surgieron dos preciosas joyas. La primera:  Henry Miller, su mujer y yo, comprende uno de los períodos más importantes de su vida, a contar de 1931, cuando conoce al entonces naciente escritor Henry Miller y se convierte en su amante, estando casada con el riquísimo banquero Hugh Guiler.  Pero además de Henry, también encuentra una forma de amor, aquella que le regaló momentos preciosos al lado de June Mansfield, la mujer de Henry, con quien también sostuvo una fogosa, pero corta relación. Sin duda, Anaïs era una mujer de pasiones sin reservas. Ella no se reprimía y se permitía vivir lo que sus instintos le guiaban. Sencillamente sentía que nadie podría amarla, pero sabía a ciencia cierta que ella podía sentir, vivir y entregar algo muy parecido al amor, con todas las circunstancias que lo rodeaban.

La relación con Henry fue tormentosa y ardorosa. La consumía por completo en la búsqueda del amor perfecto, de la sensualidad y la sexualidad y la enfrentó, por primera vez, a la puritana mujer católica que tenía prohibido su despertar erótico y en la batalla, ganó la verdadera Anaïs. Lo más valioso de esa obra recogida en los diarios, es la capacidad de una mujer de registrarse a ella misma, sin perder el encanto de una prosa fina y delicada; su vida era también una búsqueda de la literatura perfecta.

En Incesto, continúa la historia que comenzó con Henry Miller, su mujer y yo.  Y es la obra más polémica. En ella hay más referencias a su vida y su niñez. Anaïs era hija de un famoso pianista español, Joaquín Nin, quien la abandonó a ella  y su madre. Cuando Anaïs era tan solo una niña se casó con una rica heredera. Joaquín era un donjuán, egocéntrico, un hombre vanidoso y un vividor, pero Anaïs, a pesar del profundo resentimiento que le guardaba, se negó a juzgarlo radicalmente y siempre contempló el deseo oculto de que regresara, hasta que se planteó su relación desde otra perspectiva, fue por esa misma época, que va desde el año 1932 hasta 1934, en la que Anaïs descubre las bondades del psicoanálisis y se hace tratar por el doctor Otto Rank, afamado psicólogo, alumno disidente de Freud. Rank recomendó a Anaïs liberar el  resentimiento castigando a su padre y la forma de hacerlo, era, según él, conquistarlo y enloquecerlo de amor.  A pesar de lo escandalosa que puede resultar una relación incestuosa son magistrales las páginas en las que Nin descubre «esa» forma de amar nuevamente a un padre, viéndolo como a un hombre y deseándolo como tal. Fue su forma de sanarse y de entenderse y también de procurarse, a costa  de cualquier cosa, de ese sentimiento llamado amor del que siempre se sintió muy pobre.

Además de su padre, del escritor Henry Miller, y de June Mansfield,  Anaïs tuvo otros amantes entre ellos se contaban su psicoanalista Otto Rank, y el poeta y actor Antonin Artaud. Cada uno representó una forma de amor y una forma de deseo físico y espiritual muy diferentes entre sí. Solo Hugh, su marido durante el período en que escribió estos diarios, fue el hombre más opaco de su vida. Los demás fueron toda luz, vértigo y fuerza. Especialmente Henry Miller y Joaquín.

Anaïs Nin y Hugh Guiller

Anaïs Nin y Hugh Guiller

Además de ser muy inteligente, de tener grandes capacidades artísticas y de la calidad de su obra, Anaïs era una mujer muy hermosa, lo que la hacía más deseada aún entre los hombres. Si Anaïs no hubiese sido Anaïs, sino que hubiese sido una chica de finales del Siglo XX, y de comienzos del XXI, seguramente habría aprovechado esas dotes con fines comerciales  y sus historias de amantes no habrían sido obras maestras, sino escandalosos titulares faranduleros, al estilo Paris Hilton. Por lo mismo, ella refleja el espíritu de un tipo de mujer perdida en el tiempo, que quizás ya no regrese: una mujer que se refleja constantemente, que siente la necesidad imperiosa de madurar su pensamiento, de dejar volar la imaginación, de no reprimir más sus emociones, de fluir, de no detenerse, ni siquiera para tomar aliento.

Lo prohibido tiene buen sabor. Existen cierto tipo de confesiones, de deseos, de pensamientos: aunque tratemos de ir en contra, aunque lo normal sea todo lo contrario y por educación y convivencia estemos de acuerdo con lo políticamente correcto, no podemos resistirnos a espiarnos y a veces experimentar. Pero sólo en contadas ocasiones se asume con franqueza la sensación de poder y de fuerza que llega naturalmente cuando se ha hecho, deliberadamente, lo incorrecto, a pesar de la religión, de las costumbres y de las enseñanzas prefabricadas. Pero cuándo esto sucede, son mucho más interesantes y conmovedoras las cosas que tiene por confesar una mujer.

Enlaces de interés: www.anaisnin.com

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