Escribo sobre escribir
Lo admito: me gusta escribir sobre escribir: metaescribir. Metaconjugar: escribo que escribo, juego que juego, grito que grito, digo que veo (ah, ¿no será lo mismo?).
Nací con memoria.
Desde que tengo memoria me han gustado mucho los fractales, la recurrencia (algunos la conocemos como recursividad o recursión). Desde que tengo memoria ¿escribo sobre escribir? Desde que tengo memoria de que escribo, escribo sobre escribir.
Hoy lo haré de nuevo.
Escribir es barrer el terreno. Escribir es sembrar semillas. Escribir es no tirar basura. Escribir es jugar en el lodo. Escribir es comer un tomate. Escribir es bailar. Escribir es respirar en un estercolero. Escribir es montar un cerdo semental. Escribir es dormir en el campo. Escribir es nadar desnudo. Escribir es placentero. Escribir es la placenta. Escribir es autoconocerse. Escribir es vivir.
Escribir es vivir.
Escribir es ficcionalizar, es intensificar la vida.
Yo escribo sobre un asesinato: yo vivo un asesinato. Sin embargo no soy un asesino. Tampoco quiere decir que sea capaz de hacerlo, ni que quiera hacerlo. ¿Y si mi personaje es homosexual quiere decir que yo lo soy? ¿Y mi personaje es mujer quiere decir que yo lo soy? ¿Y si mi personaje es una roca quiere decir que yo lo soy? Jamás. Un profundo error es pensar que escribir sólo se debe hacer cuando se ha vivido la experiencia directamente. Y digo que es un error porque entonces jamás, como hombre joven de veintidós años, podré escribir con un anciano como protagonista o una mujer o un homosexual; sin embargo, lo he hecho, y lo he disfrutado. ¡Soy un andrógino inmortal! Es la única respuesta, supongo.
Escribir narrativa, pues (porque he estado hablando de eso realmente), es saber contar historias. La mayoría de las veces las historias no son de quien las escribe. De hecho, nunca lo son. Las historias son de nadie, son de todos. Las historias pertenecen al mundo de las ideas y no son tangibles, no son poseíbles. Las historias se cuentan, eso es lo único que importa. Las historias se escuchan, se leen. Escribir es contar historias.
¿Acaso no hay aquí una historia que estoy contando de cómo siempre me ha gustado escribir sobre escribir y los fractales y la recurrencia y cómo el escribir no es hablar de uno mismo?
Escribir no es hablar de uno mismo.
Lo que yo escribo nunca lo he vivido. Se trata de ficción. Me gusta pensar, cuando voy a escribir, que soy expectador, y desde ahí transcribir. Como expectador yo veo, yo escucho, y todo lo que veo y escucho lo imprimo en papel. Es el narrador el que me cuenta las historias. Es el narrador el que escuchó hablar directamente a Jacinto. Es el narrador el que cita el monólogo interno de Jacinto porque el narrador es ubicuo, yo no. ¿O será que el mismo narrador también narra una ficción y lo que yo copio al papel no es más que una ficción más ficcionalizada? No sé. Yo sólo sé que no sé nadar, a mar abierto. Pero sé que siempre que escribo, sin importar qué sea, comprendo algo nuevo.
Escribir, sabiendo que lo que se escribe, lo que se plasma con nosotros como mediadores, no es nuestro conocimiento es el primer gran paso. Saberlo implica comprensión: comprender que de nosotros mismos, de lo que pintamos en un papel con movimiento de las manos, podemos aprender. Aprehender. A, prender. Prendemos fuego a nuestros sentidos, nuestras emociones, y percibimos en llamas. El llamado está en todo el cuerpo, en los órganos. Escribiendo nacen las respuestas. Escribiendo concluímos problemas personales, satisfacemos necesidades, llenamos huecos. La escritura es una puerta al Nirvana.
Escribir es el Nirvana.
Quiero escribir una cosa: cuando escribo “yo” nunca me refiero a mí. Quiero escribir otra cosa: cuando escribo “tú” nunca me refiero a ti. Quiero escribir otra cosa más: cuando escribo sobre ayer nunca hablo de ayer. Quiero escribir todavía otra cosa: cuando escribo de lo que quisiera nunca hablo de lo que quiero. Quiero escribir todavía otra cosa más, última: cuando escribo como si fuera yo el que escribe y habla es puro juego, es ficción, es llevar el pacto de inteligibilidad al extremo, es decirte a ti, lector, que lo que lees es tan cierto que tú lo puedes comprobar, que lo que lees no es imaginario sino que realmente sucedió, porque tú, lector, quieres creer que la imaginación es incapaz, que todo sucede, que todo tiene un trasfondo psicológico, que todo habla de cierta realidad interna, que todos los escritores locos están con Leopoldo María Panero en el manicomio y no aquí, en la calle, cerca de ti, porque quieres pensar, lector, que la ficción es una mentira y detestas las mentiras; pero, no, lector, la ficción no es mentira, la ficción es un mundo imaginario posibles, es otro mundo, como tus sueños y los míos, como una película. Lo quería escribir: lo he escrito.
Por esto me gusta escribir: desde mi habitación, con una taza de café, escuchando Héroes del Silencio, en bóxer (o mejor aún, desnudo), con un cigarrito, puedo ir directamente al siglo VIII o al XIX o al XXXIV y ser quien nunca seré cuando baje la pluma. Puedo ser un suicida, puedo ser un monje tibetano, puedo ser una niña de ocho años con rizos dorados, puedo ser un asesino-violador, puedo ser un detective privado, puedo ser una prostituta, puedo ser un joven de veintidós años escribiendo un texto, puedo ser mi novia, puedo ser tu esposo, puedo ser mi hijo, puedo ser mi abuela, puedo ser nuestro amante secreto, puedo ser cualquier dios. ¿Hay, acaso, algo de negativo? Escribir es vivir, libremente, con total libertad, absoluta libertad, y que Nietzche, ya muerto, use su término a su gusto. Eso es escribir, oh sí que lo es.
Por eso yo sigo escribiendo, sobre lo que quiera. Y cada vez que me preguntan: “¿Eres homosexual?” o “¿Quieres matar a tu papá?” o “¿Te cogiste a tu mamá?” o “¿Neta nunca tuviste mascotas?” o “¿Tanto pisteas?” o “¿Qué tienes, estás deprimido?” o “¿Porqué estás tan feliz si ayer te dejó tu novia?” yo siempre respondo lo mismo: “Es ficción.” Y es que sí, es ficción, y ya.
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