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Del cine porno al cine snuff: la fusión de la sangre y el semen

Hacer el amor, fornicar, copular, follar, coger, cuchiplanchar, echar un palo, gratinar el mollete, matar el oso a puñaladas, menear la carne hasta que huela a ajo, darle un llegue al salvavidas, tapar un agujero con el mismo material… En fin. La unión carnal de la pareja se hace un mar de sensaciones y éstas, a su vez, se transforman en conciencia: el coito es el descubrimiento de la vida. El coito sorprende por lo inverosímil: va más allá de la rítmica fricción de los cuerpos, de los besos anhelantes de lengua o de piel, del enchufe y del vaivén de los sexos. Se trata de transmigración e integración de los deseos, el de él en ella y el de ella en él. El coito tiene centenares de motivaciones. Entre las últimas y menos importantes está la de tener hijos. Si ésta fuera importante, quien ya tiene hijos no volvería a pensar en el coito.
El cuerpo humano es erógeno, bello, sugestivo y objeto de culto (y hasta de mitificación, rebeldía y protesta). El cuerpo humano está diseñado para dar y recibir placer. El placer es el primer porqué del coito. El coito es la fuente natural del deseo. El deseo es el padre del erotismo. El erotismo es el hijo de la pornografía.
El erotismo se usa constantemente en publicidad para vender toda clase de productos de consumo, y en cambio la pornografía es un producto en sí misma: quien la consume sabe perfectamente lo que compra. ¿Podría decirse lo mismo de quien adquiere un determinado modelo de automóvil anunciado por una top model ligerita de ropa?
Los límites entre erotismo y pornografía son más bien fronteras artificiales e individuales que tienen que ver más con prejuicios, lisonjas y moralinas, y entre más de éstas más ancho se hace el mundo de la pornografía.
Pornografía. Originalmente esa palabra se refiere a la descripción de la vida y costumbres de las prostitutas (graphos, del latín graphicus y del griego graphikós: referente a la escritura o al dibujo; y porno, del griego, pórne: ramera), pero en la actualidad la porno se divide en dos: hardcore (explícita) y softcore (suave). La primera es claramente provocadora y se caracteriza por mostrar todo lo sexualmente mostrable. La segunda es una zona gris en la que se reúnen una gran variedad de imágenes estilísticamente influenciadas por modas estéticas de la clase media, en las cuales la sexualidad ha sido filtrada por alusiones, metáforas, símbolos y señales. Si bien el softcore en general cabe dentro de lo socialmente permisible, las modas y cambios de la moral mueven periódicamente la frontera de lo censurable. Los desnudos creados por Miguel Ángel en la Capilla Sixtina entre 1508 y 1512, fueron “vestidos” por orden del papa Pablo IV durante el Concilio de Trento (1545-1563). Aun en tiempos recientes siguen ocurriendo acciones así. En la película Eyes wide shut (Ojos bien cerrados), de Stanley Kubrick, se presenta una orgía. Una vez realizada, la censura exigió que mediante tecnología digital se crearan personajes ficticios para cubrir los cuerpos desnudos que aparecían en ella. La gente que tiene el Poder es quien define la pornografía y los límites de lo representable a través de su capacidad de censura.
Lo sexual sigue manteniéndose en un dominio separado del resto de nuestras actividades por una prodigiosa y siempre cambiante barrera llamada PUDOR, esa extraña colección de normas, reglas y convenciones que regulan lo que se puede hacer, decir y mostrar. La pornografía es, en cierta forma, el conjunto de atentados contra el pudor. Ahora bien, si decimos que la porno es tan sólo aquello que sirve o conduce a la masturbación, su espectro se vuelve inmenso pues incluiría una variedad tan grande de representaciones como el inimaginable número de fantasías sicalípticas. Serían pornográficos tanto los manuales de educación sexual como los catálogos de ropa interior, las revistas de moda, las historietas de superhéroes, los libros de medicina, las clases de yoga, los circos y los tabloides amarillistas. El rango de las imágenes que pueden servir de inspiración para el placer solitario es muy vasto.
La primera película triple equis (XXX) que alcanzó el éxito e inició el auge de la industria fue Deep throat (Garganta profunda), con la actriz Linda Lovelace. Esa joya se exhibió por primera vez en una pequeña sala de San Francisco. Terminó recaudando 600 millones de dólares y ha sido uno de los mayores éxitos comerciales de la historia del imperio de los gemidos. Hoy el género tiene su principal mercado en el Internet y el DVD con producciones para todos los gustos. Por ejemplo, los gangbangs son escenas en las que un regimiento de varones penetra a una hembra humana por todos sus orificios hasta inundarla de semen; normalmente participa un mínimo de cuatro fulanos; a veces se apuntan hasta ocho, y no es raro encontrar películas en las que la cifra rebase los doce o quince.
La pornografía es el único género cinematográfico en el que a la mujer no se le castiga por buscar el placer sexual. En las películas de amor, el personaje principal es una muñeca heterosexual de entre veinticinco y cuarenta años cuyo éxito sólo es demostrable en su trabajo (una oficina de lujo situada en un edificio de lujo), ya que su vida personal es un fracaso (su fracaso se reduce a ser soltera, divorciada o viuda). Además, cuenta con una amiga, otra heterosexual, que es fea o tonta o gorda o negra, o fea y tonta y gorda y negra, pero, a pesar de todo sus “defectos”, ella sí tiene pareja. La soledad que la acompaña en la mayoría de las noches, que es cuando la amiga se va de farra con su hombre, es la cruz que, durante una hora y media o más, la muñeca cargará por ansiar a cada instante una verga dura (aunque ella asegure a la menor oportunidad que quiere a un hombre tierno). Hacia el final de la trama, cuando ella ha sorteado obstáculos de toda índole y aceptado su soledad sin la ayuda del alcohol, de una pastilla o de un consolador, el galán, quien es el único ser humano que ha permanecido cerca de ella en las malas y en las peores, la convencerá de casarse con él (y, por ende, de aparearse con él) mediante un apasionado beso bucal. En las películas de acción, la figura femenina es encarnada por la aeromoza o por la mesera del bar de mala muerte o por la cajera de un Oxxo. Ella tuvo un trauma amoroso en su pasado o no ha encontrado al Príncipe Azul. Regularmente no confía en los hombres. Pero cierto día, o cierta noche, se topa con el Héroe, un sujeto apuesto, musculoso, inteligente, de pocas palabras, que posee la capacidad de matar a quien se atreva a mirarlo feo, o al menos de mandarlo al hospital, con un puñetazo o con una patada voladora, que es capaz de liberarse de unas esposas, de una camisa de fuerza o de una soga con un clip, con un chicle o con una moneda y que sabe usar cualquier cosa como arma, desde la corcholata de una botella de cerveza hasta un avión de pasajeros, pero al que le duele el corazón si camina sin fijarse y pisa una flor, un sujeto diferente a todos los que ella ha conocido. Juntos tienen que resolver un gran conflicto (desarticular una red terrorista, evitar que explote una bomba, infiltrarse en un vigilado edificio, rescatar a unos rehenes). El premio por solucionarlo, o por ayudar a hacerlo, para ella, es el coito. No debe experimentar placer sexual si primero no sufre o franquea una prueba. En las películas de terror, la chica virgen siempre sobrevive; la otra, la impura, no. Aquí también se le premia con la vida a la joven que es espiritualmente más fuerte que las demás. Invariablemente, y aunque la ocasión merezca portarse mal, triunfan sus neuronas sobre sus hormonas. Por muy mamacita que ella esté, por muy encuerada que ella ande, el monstruo (asesino serial, psicópata, zombi, demonio, fantasma, vampiro, hombre lobo, robot) nunca la violará porque su órgano viril es un arma mortífera (sierra, martillo, cuchillo, escopeta, colmillos, garras, rayos). Lo que el monstruo simboliza es una advertencia del peligro que existe en llevar a cabo el enchufe genital antes del matrimonio. En estos tres géneros cinematográficos, amor, acción y terror, la cópula está sugerida, no es directa. Por ello, el código visual de las penetraciones y las eyaculaciones es tan perturbador que aísla al cine porno y lo margina. Es decir, culturalmente es más grave ver penes y vulvas cachondos que ver cuerpos descuartizados. Puedes comprar una película donde salgan cien mil zombis y no pasa nada, pero prueba a comprar una película donde salga un hombre y una mujer haciendo la bestia de dos espaldas y acabarás señalado como el depravado, el frustrado y el insatisfecho por excelencia.
Día a día, en la palabra del conocido, en la queja del comerciante, en las ventanillas de los bancos y en las colas de los supermercados, la gente quiere venganza, sangre. ¿Quién no ha soñado con blandir una sierra mecánica como arma homicida? El cine de terror transmite imágenes de violencia que vuelven creíble, deseable, pensable, aceptable y realizable tal tipo de violencia en la vida real, la vida que ha sido erigida con los signos de la ficción. De ocurrir la violencia real, el fenómeno deja de ser arte. Por el cine de terror nunca acontece la violencia real. Nunca. Está más que demostrado. La violencia infantil proviene más de la violencia familiar y escolar que de los medios y el arte, siempre. Lo mismo vale para la violencia contra las mujeres y contra las minorías. Las imágenes del cine de terror son otra cosa, una cosa distinta de la violencia. Nos sirven, justamente, para pensar qué es la violencia. La violencia, ojo, está afuera del cine de terror y de toda conversación, afuera de este texto y de esta revista. Afuera, en la realidad.
Todos tenemos deseos asesinos y fantasías sexuales inapropiadas, pero poseemos una jaula interna que contiene a nuestros propios diablos. Llámese moral o conducta social, ese control de nuestros instintos es algo de lo que carecen los otros, los raros, los monstruos. Los sentimientos que ellos provocan por lo general son horror y asco, aunque es justo decir que también suelen despertar nuestra fascinación. Sobre todo cuando descubrimos en ellos nuestra propia maldad escondida. De hecho, quizás ésa sea su función.
Así, tenemos que la repetición ritual de escenas idénticas en la porno no es tan distinta, en esencia, de los juegos macabros de Jigsaw. Las cintas de terror, como la porno, hacen de determinadas rutinas la base y la textura misma de la historia. Por otra parte, una oleada de directores convencionales (Catherine Breillant, Virgine Despentes, Coralie Trinh Thi, Lars Von Trier) introducen escenas de sexo explícito en sus películas, apropiándose del discurso del porno con la colaboración a veces de los propios actores y actrices.
La violencia como espectáculo ha estado presente en nuestra especie desde sus orígenes y conformación como sociedad; si no, recordemos las linduras que se presenciaban en el coliseo de la antigua Roma o el funcionamiento imparable de la guillotina en Europa, hasta llegar a las corridas de toros, las peleas de gallos y perros; por supuesto cómo pasar por alto el boxeo, la lucha libre y el snuff como entretenimiento de la sociedad. ¿Que qué cosa es el snuff? Veamos. Snuff: verbo que en inglés significa tanto morir o matar como trocear o descuartizar. Suena divertido, ¿verdad?
A fines de los 70, los magnates más mentalmente enfermos del negocio porno hicieron circular en el mercado cintas hard core de corte sadomasoquista en donde se les aplicaban azotes, penetraciones con el puño, perforaciones cutáneas y quemaduras con objetos ardientes a los protagonistas. Cuando aquello no fue suficiente (y sin dejar de lado el coito explícito) empezaron a propagar de manera subterránea, y en un círculo muy cerrado, las llamadas películas snuff. Curiosamente, la paternidad de estas películas, algunas realizadas en formato pequeño (8 mm o Super 8), se la disputan Brasil, Guatemala y Estados Unidos.
Aparentemente, el término snuff lo utilizó por primera vez Ed Sanders, ex miembro del grupo de rock The Fugs y autor del libro The Family: The Story of Charles Manson’s Dune Buggy Attack Batallion, como referencia a las supuestas películas pornocriminales rodadas por el clan Manson. No obstante, la leyenda del cine snuff se inició a mediados de los 70, cuando los locales porno de la calle 42 de Nueva york anunciaban cintas con muertes reales en sus peep-shows (los crímenes eran simulados, aunque quizá se haya colado algún snuff auténtico). En este contexto, el astuto productor Alan Shackleton decidió reciclar la mítica Slaughther, que el matrimonio conformado por Michael y Roberta Findhal había filmado en su línea de cintas sexploitation en Argentina a principios de los 70.
Slaughter mostraba las andanzas de una secta al estilo Manson, capaz de cometer todo tipo de actos violentos, además de drogarse y organizas orgías; sin faltar los clásicos paseos en motocicletas sobre caminos de terracería. Shackleton le agregó al filme una escena en la que a una joven le serruchan una mano, le cortan varios dedos, la apuñalan y al final le extraen las tripas. Todo eso hecho con efectos especiales, muy impresionantes para ese tiempo.
Habrá que sumarle a su vez un cierto aire amateur al filme porque, en efecto, parece real. Al resultado se le retituló con el nombre de Snuff y después se distribuyó con la frase publicitaria: «filmada en Sudámerica donde la vida es barata». Su gran éxito taquillero generó la producción de varias cintas más. Roberta Findlay se convirtió más tarde en una estrella del cine porno, mientras Michael, su marido, moría decapitado por la hélice de un helicóptero en la terraza de un edificio de Nueva York, cuando intentaba demostrar las cualidades de una nueva cámara portátil de tercera dimensión.
La alarma acerca del cine snuff, más allá de toda truculencia, saltó a Brasil hacia 1977, donde al parecer se encontró una serie de grabaciones que mostraban asesinatos de campesinos y otros marginados a manos de misteriosos encapuchados y cuyos videos fueron incautados en Estados Unidos. La noticia se extendió gracias a la prensa amarillista.
Más tarde se dijo que en Guatemala y la frontera de México se reclutaba a la fuerza a jovencitas y a niñas para que participaran en snuff movies; el interés creció en el mercado estadounidense y japonés.
Así tenemos que el snuff es un tipo de cine que generalmente no hace más que mostrar cómo alguien es violado, descuartizado y grabado para deleite de las mentes más pervertidas. Hoy se cree que el snuff es una de las posibles causas de las muertas de Juárez (México). Pero calma, calma, que no cunda el pánico. El snuff es un cine ficticio, una fantasía fílmica, que nace en el ámbito underground; además es un cine de serie B, porque es de bajo presupuesto y se realiza con el propósito de satisfacer a un público muy cerrado y selecto. Resulta importante mencionar que hasta ahora nadie ha mostrado una grabación de snuff real, o al menos no se ha hecho público.
Como la mayoría de las leyendas urbanas, el snuff real es un rumor que no necesita de evidencias para sobrevivir. Es un asunto que se ha tornado un artículo de fe, algo que debe existir simplemente porque es muy probable que exista, especialmente debido a la proliferación del equipo casero de video.
El snuff real sería más que un simple documento, sería una coreografía criminal, un orgasmo mortífero, la puesta en escena de la muerte como estímulo y un ritual fílmico que, como la pornografía hard core, dependería de su autenticidad. Su capacidad de estremecernos, de provocarnos reacciones físicas no se debería tanto a un argumento ni a artificios ni a su concepción cinemática (cosa que el cine de terror puede hacer a veces con genialidad) sino al simple hecho de mostrarnos la muerte con crudeza, algo que la gente niega, por lo que la ha situado en un territorio invisible y la ha estigmatizado detrás de las fronteras de lo representable.
La verdad es que el snuff no ha sido catalogado como un género cinematográfico; a lo más que ha llegado el snuff, ha sido a formar parte del catálogo sanguinolento del cine de terror, específicamente del subgénero gore, sobre todo porque el snuff deriva de éste y de la pornografía; es como la fusión de ambos, la fusión de la sangre y el semen. Porque en el snuff se advierten todas las características esenciales de la porno: el exceso de realidad, la divulgación de los secretos del cuerpo humano, el atentado contra la prohibición. Ambos son métodos que pretenden preparar a la conciencia de la posibilidad inevitable de la muerte mediante su imitación o simulacro, ya sea con semen (el orgasmo, la pequeña muerte), ya sea con sangre (el descuartizamiento, la muerte lenta).
Lo que hace que el snuff real sea una idea singularmente perturbadora es que, como la pornografía, su existencia se debería a su relación física con el espectador, a la manera en que vincularía al espectáculo visual y el placer orgásmico, lo que ahí se traduciría en entrelazar eyaculación y el extremo dolor producido por las armas punzocortantes y la penetración fálica tornada en desgarramiento.
Las imágenes que desatan la lujuria son las mismas que pueden provocar el terror.
Supongamos, lector mío, quienquiera que seas, que eres hombre, un hombre de sesenta años. Tienes una fea y gorda esposa de cincuenta y cinco, que desde hace media hora se fue al súper. ¡Oh, sí! Estás solo en tu casa, en la sala, sentado en el sillón, comiendo papas fritas, bebiendo una cerveza, fumándote un cigarrito, viendo la tele. Es domingo. Son las cinco de la tarde. De pronto empiezas a oír la obscena fricción de los dos cuerpos de tus jóvenes y heterosexuales vecinos, que hace un contrapunto salaz con el rechinar de su colchón. Luego, unos cinco minutos después, ella lanza un poderoso grito orgásmico. Una tienda de campaña se yergue en tu bragueta. He aquí la lujuria.
Alteremos un poco la historia:
Supongamos, lector mío, quienquiera que seas, que eres hombre, un hombre viudo de cincuenta y cinco años. Tienes una bonita y buenota hija de treinta, que no ves desde hace cuatro meses. Sí, ni modo, estás solo en tu casa, sentado en el borde de la cama, mirando el teléfono. Es viernes. Pero nadie te va a llamar. Son las ocho de la noche. Pero no vas a ir a ningún lado. De pronto empiezas a oír la obscena fricción de los dos cuerpos de tus heterosexuales vecinos (tu hija y su esposo), que hace un contrapunto salaz con el rechinar de su colchón. Luego, unos cinco minutos después, ella lanza un poderoso grito orgásmico. Una tienda de campaña se yergue en tu bragueta. He aquí el terror.


imágen de ( kurtz )

5 thoughts on “Del cine porno al cine snuff: la fusión de la sangre y el semen”

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