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Sociedad Banal. Crítica prospectiva en “La sombra del sol” de Mario Gonzáles Suárez

Estar dentro de una sociedad consumista global y no ser consumista global es, simplemente, paradójico. Una paradoja que, como ninguna otra, resulta tan compleja de llevar a cabo que parece imposible salirse del marco consumista. Y es que, sin importar qué tan ascetas pretendamos ser, evadiendo toda vida material para incrementar la espiritual, siempre terminaremos consumiendo.

Podemos tocar cualquiera de dos extremos (siempre, para fortuna o desgracia, hay dos extremos mínimo) y pensar que somos o no consumistas según sea el caso, y zafarnos de toda implicación moral, según sea el caso.

Consideremos que “consumista” es un término que se aplica a aquél que adquiere, gasta o consume bienes no necesarios, de manera inmoderada.

Seamos radicales ahora: inmoderadamente significa consumir más allá de lo que nos “corresponde”: nos corresponde una parte igual, repartición equitativa; por ende, no tenemos derecho a comprar cualquier cosa que vaya más allá de lo justo y necesario para vivir mientras haya gente que no pueda tener más que eso: consumista es aquél que tiene más de un pantalón y una camiseta y un par de zapatos (los calcetines y la ropa interior realmente son innecesarios), que come más que un puñado de arroz diario (el frijol tiene demasiado hierro innecesario), que lee, que posee un reproductor de MP3, que paga un camión: TODOS somos consumistas en una sociedad consumista, todos, incluyendo casi la totalidad de las clases más marginadas.

Seamos el otro extremo ahora: como TODOS somos consumistas, realmente no existe el ser consumista. ¿Cómo?: el reproductor de MP3 adquiere un valor de necesidad personal: me hace sentir bien; el libro adquiere un valor de necesidad personal: me hace sentir bien; la doceava camisa azul marino adquiere un valor de necesidad personal: me hace sentir bien; la cena en Tilly’s adquiere un valor de necesidad personal: me hace sentir bien. El consumo se convierte en una forma de canalizar las emociones humanas y llenar huecos existenciales: me hace sentir bien. Consumir está en pro de la necesidad humana de incrementar constantemente la calidad de vida: no existe el consumismo, pues aunque tenga dos mil coches, conseguir uno o veinte más, me hace sentir mayor seguridad, incrementar mi confianza en mí, porque entonces conozco mi poder adquisitivo y mi nivel de vida aumenta.

Curioso.

Pero no seamos ninguno de ambos extremistas (por este momento, brevemente); mejor, digamos que existe el consumismo, que puede ser productivo, pero que puede ser dañino en cualquier nivel de exceso. Así no entramos en debates y simplemente podemos pasar al siguiente punto, probablemente más importante:

¿Qué pasa con la sociedad cuando se vierte a sí misma alrededor del consumo y la producción y se pierde todo lo deflectivo, todo lo que rebota fuera del círculo consumista de manera independiente y desrelacionada? ¿Hablaríamos de una sociedad banalizada? ¿Cómo sería una sociedad en la que ya nada importa fuera del consumo y todos sus integrantes tuvieran la capacidad adquisitiva para consumir indefinidamente, todos prosumidores, todos circulares, ciclos de producción-consumo infinitos sin verdadero crecimiento interno, sólo revoluciones más y más veloces del mismo proceso que no cambia y no trae consigo evoluciones?

Una sociedad capitalista más que perfecta, ya sin monopolios (como Adam Smith propuso para su desarrollo potencial como sistema económico de inmensas capacidades de crecimiento), en la que todo individuo es productor a la vez que consumidor, en la que la competencia rige el crecimiento intensivo de la calidad de los productos y las exigencias de los usuarios. Sociedad banal perfecta, de individuos de espíritu suicidado, sociedad de bestsellers.

Esta es precisamente la historia de fondo en “La sombra del sol”, novela experimental de Mario González Suárez, editada por Almadía.(1)

Situada en un futuro sumamente cercano (a un siglo de este momento, aproximadamente), la sociedad especulativa de la novela deja poco con lo cual discernir. Tras la ruptura de todas las naciones y la segregación de todas las fronteras en un bloque único (y unitario), la sociedad global (totalmente globalizada, en todo el sentido de la expresión) se encuentra en el apogeo humano: no existen ya las clases sociales inferiores, no existe el descomfort, no existe la guerra. “Se  había llegado a la sociedad ideal y a desarrollar el mejor de los hombres posibles: el consumidor que trabaja [prosumidor].”(2) Sin embargo, como sucede después en la historia de trasfondo de la novela, la humanidad jamás encontrará conformidad total, y lo que superficialmente aparenta ser la realización de una utopía desinteresada es en realidad una compleja red de conspiraciones en torno al mayor provecho de unos cuantos. Así, la unificación global de naciones desintegró la necesidad de mercancías no-civiles, dejando a sus productores en la miseria (más que nada psicológica.)

El resultado, por supuesto, es la intromisión de armamento dentro de una sociedad que no lo requiere, como producto de otra farsa destinada simplemente a la venta de un producto innecesario, inservible. La serie de actos corruptos llevan, una vez más, a una ruptura, en la que insurgentes antimaterialistas proponen la abolición del Estado-Consumista, del Estado-Global: revolución: re-evolución: re-volver.

Aquí es donde la acción de la novela toma efecto, en medio del levantamiento insurgente, en medio de un macro centro comercial (obviamente).

Una clara hipérbole de lo que acae sobre nuestra sociedad actual (y probablemente una hipérbole no tan híper, digo yo), esta novela muestra una crítica —tanto por boca de los personajes encerrados en el centro comercial tras lo que parece ser un bombardeo insurgente, como por medio de los monólogos internos de los mismos y las descripciones narrativas del contexto ficticiohistórico de la novela— a nuestros hábitos de consumo, a nuestras “necesidades” de adquisición, a nuestra banalización; pues, ¿acaso no ocupamos horas de desvelo en esos iPhones ahora que vienen a México gracias al omnipotentemonetariamente Carlos Slim? Aceptémoslo y veámoslo como los mismos personajes de “La sombra del sol”: no necesitamos toda esta parafernalia que llamamos modus vivendi para ser plenos; pero, también aceptémoslo y veámoslo como los mismos personajes de “La sombra del sol”: se siente tan bien tenerla que tampoco tenemos porqué abandonarla.

*Notas.

(1) González Suárez, Mario. “La sombra del sol” (2007) Oaxaca: Editorial Almadía.

(2) Ídem. (Pág. 50)

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