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Concepciones estéticas (íntimas)

¿Quién ha establecido que lo rosa es rosa y lo azul, azul?, ¿quién creó las ideas primigenias vinculadas a los colores, generando el resto de productos culturales relacionados? La historia ha mostrado que la riqueza del colorido rara vez tiene que ver con los sucesos del mundo real, el ojo humano ha aprendido a ignorar matices y variaciones de mezclas que le dan a cada cosa que nos rodea su significación y personalidad; y este asunto va más allá del discurso romántico que nos exhorta a detenernos en los pequeños detalles de la vida, trasciende nuestra forma de ver los objetos y, al obligarnos la evidencia a detenernos y comprender que culturalmente guardamos reticencias absurdas respecto al color, nos restriega frontalmente nuestra ignorancia e incapacidad para responder a los bellos y sutiles estímulos del medio en una época competitiva y hostil como nunca.

Por ejemplo, el debate que cuestiona por qué las niñas rosa y los niños azul ya está superado, y yo quiero concentrarme en el diseño gráfico que manejamos en nuestra vida diaria, en la que los colores brillantes y la estética suave (me abstengo de utilizar la palabra “tierna” porque me estaría arriesgando a ser blanco de vituperios por parte de los sectores duros de los comunidades defensoras de la masculinidad tradicional) son apartados cuando se desea utilizar una imagen de firme seriedad y confinados al uso por niños o mujeres jóvenes, reduciendo severamente el espectro lumínico con que nos cubrimos cotidianamente.

Negro, gris, blanco, cafe y el viril azul, además de otros colores “fríos”, han sido preferidos sobre las tinturas “calientes” (rojo, naranja, amarillo, etc.) en todos los espacios de intercambio social, y si bien podemos encontrar ambas clasificaciones desplegadas tanto en la naturaleza como en los artificios humanos, nuestra manera de interpretarlos está irremediabente ligada a concepciones culturales que nos indican que si algo es solemne y cuenta con una estructura bien articulada, el diseño también tenderá a la sobriedad y será lo contrario, utilizando coloraciones chirriantes en una presentación agresiva, cuando se requiera de la atención sostenida de quien lo ve.

El punto es que, ante la devaluación de nuestra apreciación imparcial para con las representaciones visuales, resulta imperativo replantear nuestras posturas acerca del uso cultural del color y el diseño, de las ideas preconcebidas que nos hacen otorgarle valor a aquellas mezclas estratégicas y simples que nos inspiran fuerza y dominio del entorno en que se inscriben, al tiempo que rechazamos catégoricamente todo lo estrafalario y femenino (es una pena) que nos remite a la debilidad y la disfuncionalidad y, en última instancia, que nos hace visualizar a lo “auténtico”, lo enérgico y lo ordenado en tonalidades bajas y simplonas, carentes de chispa y de una originalidad que nos abra las puertas para diseños elaborados y vistosos (autómoviles tornasolados, cuadernos multicolores forrados con divertidas calcomanías, casas y edificios públicos pintados con rayitas y bolitas fosforescentes, ¿por qué no?) que transformen ideologías y se hagan parte de nuestra cultura local y personal, revolucionando mentes y visiones sobre el mundo y sus posibilidades decorativas, anímicas y hasta sociológicas.

Las sociedades de hoy viven más reprimidas que nunca, que el color fomenta la rebelión y vulnera la sinarquía ferrea que requieren el Estado y sus hipócritas vasallos para funcionar no debe ser un secreto para nadie, pero podemos verlo desde la perspectiva del interés personal y de la belleza que DEBE admirarse todos los días, aunque sea en raciones mínimas. Cada quién puede empezar con una calcomanía un día, seguir con una corbata o una mascada psicodélica al otro y terminar la semana colocando en la ventana de su sala unas cortinas con dibujos de animalitos felices y multicolores. Todo depende del gusto y la voluntad.

Publicado originalmente en LaCrónica.com, el 28 de julio de 2003.

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