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“Lo bello y lo triste” (Yasunari Kawabata)

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¿Cuánto tiempo puede pasar sin que se le haga justicia a un alma derruida por el desprecio?, o quizá en vez de preguntarnos deberíamos pensar en la fragilidad de una experiencia sensitiva como el receptáculo de la tristeza de un mundo que es demasiado aterrador para aquellos seres que se expresan mejor en la turbulencia de un pincel y que por lo tanto no están capacitados para soportar indemnes los arrebatos pasionales de la Brutalidad que muchas veces toma la forma de un hombre inconsciente. ¿El dolor puede guardarse para siempre a través de su sublimación en exquisito quehacer artístico?La tesis que Yasunari Kawabata(Osaka, 1899) plantea en esta novela no puede ser más inquietante: ¿en qué medida mi obra de arte que es el vehículo para que mi sensibilidad violentada pueda digerir mejor el mundo debería ser discriminada en favor de la consecución de un ardoroso objetivo más terrenal pero capaz de proveerme una felicidad mayor, más “real”? La felicidad es entonces una condición que se puede o no alcanzar según el parámetro establecido por mí mismo para sentirme satisfecho y hasta “productivo” siempre bajo la amenaza de que, si uno sólo de los microcomponentes de la compleja máquinaria de la vida diaria se sale de su lugar, nos veremos atormentados por el resto de nuestra existencia por la desazón de lo que pudo ser y de los errores que debimos predecir, en un momento en que la experiencia no nos había capacitado para distinguirlos.

Otoko, la gran protagonista de Lo bello y lo triste, es una pintora al borde de sus años cuarenta que se ha ido a vivir a Kyoto tras sufrir una decepción amorosa siendo casi una niña que no sólo le dejó el fardo de la muerte de su bebita, el producto del embarazo subsecuente a su relación con un hombre veinte años mayor que ella, sino la angustia serena de saberse amante devota y eterna de él, del novelista Toshio Oki, que la ha abandonado para siempre y se ha servido de su romance para pergeñar una novela a lo Lolita acerca de la relación de un hombre maduro con una colegiala de secundaria: una infamia que pesará sobre Otoko pero también sobre la decadente carrera literaria de Oki, y Keiko, la apasionada y amoral asistente de la pintora, busca la venganza de su maestra para devolver equilibrio a un universo en el que los cuadros que reproducen plantíos de té e infantes neonatos acendiendo a la gloria no sn suficientes para regresar la tranquilidad a un alma agobiada por la vergüenza. Es probable que todos los Okis del mundo, patanes y calaveras, cuando salen a hacer sus desmanes no piensen en la variable del tiempo como asentador de sedimentos amargos en las vidas de todos, y cómo estos funcionan como vías para que la culpa se instale sobre las espaldas de cada victimario, y Kawabata nos ofrece esta visión de la venganza como una catástrofe natural, como un movimiento cósmico que, sin importar en qué abismo exterior o personal se ocultara Oki, lo habría encontrado, porque en el mundo del Premio Nobel de 1968 la comprensin del mundo en su estado natural implica un tratamiento similar para los actos humanos: quien atenta contra la inocencia de un alma pura, debe pagar, así sea con la sangre de su propio hijo. Ninguna ofensa quedará impune.

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