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Viva México, viva la revolución, viva Pancho Villa

Platicando hace dos semanas con un viejo amigo sobre los movimientos revolucionarios de antaño, me dieron muchas ganas de publicar un pequeño relato sobre la temática. Hace bastante tiempo que no tenía la nostalgia de acordarme de las viejas figuras revolucionarias de nuestro pueblo Mexicano, y basta para ello la figura de Pancho Villa, de Zapata, los Hermanos Flores Magón, Miguel Hidalgo, etc, tantas figuras que han sido inmortalizadas en libros, documentales, corridos, etc. Mi propósito en esta ocasión no es adentrarme a la temática del nacionalismo de nuestro pueblo, si bien es para brindar un tributo a la gente que tuvo el valor de tomar las armas y hacer escuchar su voz, voz revolucionaria, voz rebelde, voz inconforme, voz golpeada por la monarquía, por el imperialismo, por la indiferencia, por la clase burguesa. Espero lo disfruten y recordemos la lucha de estas figuras que nos legaron los ideales de la revolución, del cambio social contra la opresión. Dedicado a los revolucionarios del pasado, del presente y del futuro. Mi más humilde dedicatoria.

Carlos Humberto Quintero Ríos , (Twiggy).

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Ecos del Recuerdo Revolucionario.

En medio de las lejanas montañas se encuentran varias sombras sentadas alrededor de una llamarada, una fogata con esencia revolucionaria, han pasado diez años y la lucha de la revolución ha finalizado… El General Pancho Villa ha muerto, Lo han asesinado, pero, aún a pesar de todo, los recuerdos siguen en pie de lucha.
Don Gonzalo: -Era de noche. Lo recuerdo muy bien, a pesar de que había tomado un chingo de botellas de puritito mezcal, del más juerte que he probado en toda mi pinché vida, compadre, ¡Sí… esos mezcalitos, nos los dio mi queridísimo general Pancho Villa, cuando les dimos cuello a todos los pinches porfiristas de mierda y a todos sus pendejos terratenientes-
Don Lupe: -¡Sí!, el General Villa, siempre estuvo agradecido con nosotros por hacerle compañía en la lucha de la revolución,! pero oiga, usté!¿cómo conoció a ese hijo de la revolución?, compadre…
Don Gonzalo: -Pué, ¡uhuhuhuhu!, hace un titipuchal de años compadre, cuando apenas éramos unos chamacos, fíjese a usté, que hasta su padre y madre los llegué a conocer, eran personas muy trabajadoras en el campo, unos verdaderos peones, ¡pero eso sí, que quede bien claro que eran unas personas bien honradas,
humildes pero honradas, oiga!, ¿cómo la ve, usté?
Don Lupe: -Fíjese que curioso, ancina usté fue cómo hermano de mi general Pancho Villa, que Dios lo tenga en su gloria… ¡Pué, cómo no, si a usté le tenía mucho respeto mi General y le guardaba mucho cariño… pué…, con razón,oiga!
Don Gonzalo y Don Lupe aprovechando que tenían dentro de sus manos dos botellas de aguardiente aprovechan para brindar  en eterna memoria de la figura del General Pancho Villa. Tanto Don Gonzalo como Don Lupe alzan su mano para secar el líquido que quedo en los bigotes y en los labios de ambos, las botellas de vidrio son acomodadas en las  piernas  para seguir conversando cómodamente sobre los recuerdos que dejó la figura del inmortal Villa.
Don Lupe emite un eructo del sonido de un trueno celestial, y aprovecha en medio de risas y asombros de varios compañeros de lucha que se hallaban atentos con la plática sostenida por parte de los veteranos de guerra. – ¡Oiga, Don Gonzalo!, aprovechando que estamos platicando sobre la memoria de mi General y que usté lo conoció cuando era un chamaquillo, Pué, siempre he tenido la curiosidad de conocer cómo era él…

Don Gonzalo de manera muy tranquila, acaricia su enorme bigote grisáceo, para dar respuesta a la pregunta formulada por parte de Don Lupe.
Don Gonzalo: -¡Hijo de su pinché madre!, mi general ya desde chamaco era bien rebelde, es más fíjese que me tocó estar en vivo y a todo color cuando Villa le disparó a un cabrón, hijo de un maestro en la hacienda en la que nos toco trabajar, desde ese momento supe, que ese chamaco golpeado por la pobreza y por la servidumbre, iba a llegar a ser grande algún día… es más desde ese día sentí, admiración y respeto hacia él , debido a que era bien macho y nunca se rajaba a nada. Fíjese además que Pancho Villa estuvo a punto de perder la vida en un fusilamiento por órdenes del dueño de la hacienda, por culpa de su rebelión…
¿Cómo la ve?, compadre, era un verdadero hijo de la revolución, era un chingón…un meritito chingón, compadre…
Don Lupe teniendo dudas en su mente, -¡Pero, oiga usté!, no explicó como se salvó…
Don Gonzalo: -¡ahh, voy para allá!, fíjese que fue por la mismísima orden de Madero, que ya desde sus inicios en la política, tenía el conocimiento de que Villa se había convertido en un verdadero ídolo tanto de chiquillos como de adultos, era todo un hombre desde sus escasos 16 años de edad, compadrito de mi alma.
Don Lupe: -¡Fíjese que a toda madre, mi General siempre tuvo sus huevos bien agarrados con las manos!-.
Quitando la palabra de la boca, inmediatamente, Don Gonzalo aprovecha para presumir el recuerdo más especial que tenía sobre la niñez, tanto suya como la del General Pancho Villa.
Don Gonzalo: -¡Es más, oiga, eso no es nada, a comparación cuando Doroteo Arango!…
Don Lupe: -¡¿Pues quién es ese cabrón, oiga?!, estamos hablando de mi General, no de cualquier pendejo.
Don Gonzalo:- Compadre, no se encabrone, Doroteo Arango, era el verdadero nombre del General Villa…
Don Lupe: -¡ahahahaha!, fíjese, pues otra vez me vuelve a sorprender, hijo de su madre, yo  siempre pensé que Pancho Villa era su verdadero nombre; ¡perdón, mil veces perdón, en tu memoria mi General!.
Don Gonzalo: -¡Ya ve, chingada madre!, ya me interrumpió, ni siquiera me acuerdo donde me quede, compadre…
De repente uno de los jóvenes que se hallaba atento a la charla que sostenían los viejos veteranos de guerra, le recuerda a Don Gonzalo las palabras que había pronunciado antes de que Don Lupe le arrebatara el discurso de manera sorpresiva.
Don Gonzalo: -¡Oh sí!, ¡si es cierto hijo muchas gracias por recordarme!, ya a mi edad y después de estos traguitos de aguardiente, pues hacen que a uno se le vaya la memoria fácilmente. Pues sí, aunque no lo crean, el verdadero nombre de Pancho Villa era Doroteo Arango, ¿Cómo la ven?, ¿Verdad, que no se la sabían
esa? Y todos los jóvenes e incluso hasta el mismísimo Don Lupe se encontraban sin palabras, totalmente sorprendidos por lo que mencionaba el viejo Don Gonzalo.
Don Gonzalo: -¡Yyyyyy, eso no es nada!, aún tengo muy bonitos recuerdos de Doroteo, que podría pasármela toda la noche y toda la madrugada contándoles de todas las aventuras y desventuras que vivimos juntos, mi hermano fiel y yo. Nunca voy a olvidar que apenas recién entrados los 12 años de edad, tanto Doroteo, nuestro amigo Pancho, que también descanse en paz y su servidor, nos la pasábamos de canijos, viendo a las muchachotas, hijole, que días tan bonitos aquellos, mujercitas, tan lindas y tan bonitas con sus rebozos tan coloridos que hasta parecían a la santísima virgencita, morenitas las condenadas, con sus trencitas bien hechecitas, comportándose bien mozas, tímidas y coquetas al paso de los tres caballeros…, a pesar de las intensas horas de jornadas de trabajo que nosotros como hijos de los peones teníamos que sufrir también, eran días hermosos, a pesar del mal trato de los caciques y capataces lo único que valía la pena era nuestra bonita amistad sinceramente le agradezco a Dios… hasta que un día uno de los pinchés capataces se propasó en golpear de manera exagerada la espalda a Panchito, le metió cincuenta cuerazos, los cuáles despedazaron toda la espalda de nuestro amigo, todo ello por haber tirado accidentalmente una carga de sembradío de elotes, ¿ustedes creen?, hasta en el suelo cuando nuestro amigo agonizando y con los ojos en blanco, suspirando y haciendo ruidos salvajes de dolor, el pinche perro del capataz le siguió pegando con su enorme látigo negro hasta dejarlo completamente ensangrentado y muerto como un animal… Tanto Doroteo, como yo, estuvimos allí, en medio de toda la muchedumbre muertos de miedo y de coraje a la vez, presenciando la muerte de nuestro amigo, aunque era muy común que todos los días azotaran a mujeres, hombres e incluso niños, uno no se podía acostumbrar… Nunca me lo voy a perdonar… Tanto para mí cómo
para Doroteo fue una pérdida irreparable, Doroteo no fue el mismo desde ese día, la alegría de sus ojos se fue esfumando…, y para dar memoria a nuestro queridísimo amigo… Doroteo decidió nombrarse Pancho Villa, en recuerdo de nuestro amigo…
Todos quedaron aún más sorprendidos, el alcohol hacía efecto en el alma de Don Gonzalo y empezaron a fluir en su rostro lágrimas. Don Lupe de igual manera le hizo compañía. Dos machos revolucionarios exclamando su dolor, exclamando penurias, lamentaciones, mirando al cielo y conversando con toda el alma desnuda con Dios…
Don Lupe: -¡Oiga, Don Gonzalo!, que triste historia, nos contó, ansina, ya ve, hasta me causó que me pusiera a chillar, yo que soy muy macho, muy macho, hijo de su pinche madre.
Don Lupe que se hallaba sentado en una pequeña silla formada con barrotes delgados de caña, se levanta meneando su cuerpo de un lugar a otro, tomando su pistola y dirigiéndola hacia el cielo y enviando dos tremendos balazos.
Don Lupe: -¡Jijajija! ¡viva Villa cabrones!, ¡viva Madero!, ¡Viva México!, ¡viva!, ¡viva!, ¡viva la pinché revolución cabrones! Soy muy macho, aunque me vean llorar, hijos del maíz…, y si no me creen pues los reto a un duelo cabrones, cobardes…
El llanto de Don Lupe no cesaba, había tocado fondo la historia narrada por parte de Don Gonzalo. Ninguno de los presentes quiso calmar a Don Lupe por que corrían el riesgo de batirse a duelo con el temerario guerrero. El único que pudo calmar la ira y la tristeza era Don Gonzalo.
Don Gonzalo: -¡Yaaaa!, ¡yaaa!, cálmese compadre, chingada madre, asusta a estos canijos hombre, siéntese, y brindemos por nuestras tristezas y amarguras, que pá eso, se invento la bebida, y nosotros como buenos amigos y compañeros de guerra jamás olvidaremos a ese gran hombre que nos brindo toda su amistá…
Don Lupe: . ¡Sí, tiene razón! ¡Me vale madre que estos hijos de la mañana me vean Chillar!, al cabo soy muy macho, y pué… a mi general le tuve mucho respeto y cariño, al menos se merece un pequeño llanto de mi parte… ¡¿verdá, compadre?!.
Don Gonzalo permanecía callado, con las pupilas y los ojos en blanco, todos los presentes que en su mayoría eran jóvenes novatos enlistados en las filas por la lucha de la revolución se quedaban mirándose los unos a los otros con caras sorprendidas, burlándose de los veteranos en guerra que no eran más que tristes guiñapos y títeres del alcohol. Don Lupe cayó con todo y silla hacia la tierra desértica orinándose sobre el pantalón viejo, sucio y mal oliente.
Tanto Don Lupe como Don Gonzalo fueron alcanzados y vencidos por el sueño y quedaron tranquilos en esa fría madrugada en el horizonte desértico que apuntaba en una lejana y oculta población de la ciudad de Durango.
-Oye Luis, los viejos ya se callaron, prepárate pá mañana que otra historia nos van a contar-.

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